Los planes de vacunación contra el Covid-19 que se vienen llevando adelante desde el año pasado han abarcado a los adultos, pero en los últimos meses los especialistas advirtieron de la necesidad de incluir a los niños, a pesar de que sus posibilidades de enfermar gravemente y morir fue estimada en 1 en 500.000, por un estudio publicado esta semana por universidades de Estados Unidos y Gran Bretaña.
La necesidad de incluirlos se vio reforzada por la vulnerabilidad en la que han quedado los más pequeños que padecen comorbilidades y porque la inmunización de menores de edad, tanto sanos como enfermos, permitiría, según los expertos, frenar la ola de contagios que creció exponencialmente sobre todo en los países donde es de circulación comunitaria la variante Delta.
Los casos de los desarrolladores de vacunas contra el nuevo coronavirus se centraron en proteger en primer lugar a los adultos, comenzando por los mayores de 60 años, ya que corren más riesgo de padecer un cuadro grave e incluso la muerte, contrariamente a los niños, entre los que no se han detectados muchos casos con síntomas importantes.
La vacuna contra el nuevo coronavirus de Pfizer-BioNTech es la única que hasta el momento cuenta con la autorización de emergencia para ser aplicada en adolescentes de entre 12 y 18 años, por parte de la Administración de Medicinas y Alimentos de Estados Unidos y la Agencia Europea de Medicamentos.
Moderna, otra vacuna estadounidense, tramita que su inoculante reciba la misma aprobación.
Ambos laboratorios se encuentran realizando ensayos clínicos para determinar si sus vacunas son seguras en niños de 6 meses a 11 años y cuáles serían las dosis adecuadas. De todas formas, se espera que los estudios aún tarden varios meses.
La Universidad de Duke admitió que en EE.UU. existe preocupación por parte de muchos padres ante la falta de vacunas para sus hijos más pequeños.
La investigación del laboratorio Pfizer incluye a más de 4.600 participantes que fueron divididos en tres grupos de edad: niños de 5 a 11 años, de 2 a 5 años y bebés de 6 meses a 2 años.
La empresa informó que en el caso de los niños de 5 a 11 años los informes podrían estar listos para septiembre próximo y según cuáles sean sus resultados, pedirá que se le otorgue la autorización de emergencia para ser rápidamente aplicada. Los datos de los niños de 2 a 5 años podrían llegar poco después y en los de 6 meses a 2 años estimó que podría reunir los informes necesarios hacia octubre o noviembre para presentarlos ante la Administración de Medicinas y Alimentos.
Las autorizaciones suelen tardar varias semanas, por lo que los inoculantes para los niños más pequeños, en caso de que los estudios arrojen resultados positivos, estarían listos para los primeros días del año próximo en Estados Unidos.
La investigación en el mismo sentido que lleva adelante Moderna, incluye a 6.700 niños de entre 6 meses y 11 años, informó la empresa en abril pasado. El laboratorio evitó hacer en forma pública una estimación de cuándo podría tener los resultados.
Por ahora, en consecuencia, no resulta factible imaginar la fecha en que puedan aplicarse esas vacunas, aunque muchos especialistas consideran que recién se daría esa posibilidad sobre el final de este año o durante el primer trimestres de 2022.
Se estima, sin embargo, que los niños más pequeños quizás puedan necesitar dosis diferentes, aunque nadie lo expresa con absoluta certeza.
En cuanto a la división de edades, hay quienes señalan que un tema que debe tenerse en cuenta es la contextura de los niños, ya que aún teniendo la misma edad, algunos son más grandes que otros.
Afirman los pediatras que es posible que haya un niño de 10 años realmente grande que tenga el tamaño de uno de 12 para el que esté indicada la vacuna, pero en general se trabaja con recomendaciones para determinados grupos de edad y lo mejor es no apartarse de esa orientación.
Las vacunas avanzan lentamente en el caso de las que se prescribirán para los niños porque los científicos quieren asegurarse que un inoculante no potencien los eventuales contagios.
Esta precaución se viene adoptando en todas las investigaciones de este tipo desde que en la década de 1960 se aplicó entre la población menor una vacuna contra el Virus Respiratorio Sincital (VRS) y se empeoró la circulación de la enfermedad.
Aquella vacuna había provocado en su momento un fenómeno de potenciación inmunitaria que, de hecho, empeoró el estado de la mayoría de los pacientes que la recibieron, por lo que en las actuales circunstancias ése sería uno de los temas a considerarse, para tener la plena seguridad que se repita una experiencia que había generado fuertes protestas de los usuarios que se vieron afectados tras haber recibido la correspondiente inoculación.