Las crisis son la oportunidad para hacer cambios importantes; son la oportunidad para cohesionar a la gente y que sea la comunidad la que protagonice los cambios y, para recuperarse hay que recordar cuál es el ADN histórico de la ciudad, y no el del momento actual. Hoy la mayoría de los grandes urbanistas se encolumnan bajo afirmaciones como estas.
Todas las ciudades de fama bien lograda, tienen una relación de éxito con el turismo, la eliminación del turismo no debe de ser el objetivo, sino redimensionarlo y readaptarlo. Tomando por ejemplo a Barcelona, el turismo masivo que tenía no formaba parte de su ADN. En cambio, esta ciudad ha sido siempre una ciudad innovadora, productiva, creativa, de comercio y de diseño, y es eso lo que debe que recuperar.
El equilibrio no era el adecuado. El turismo sin límites dificulta la visión de conjunto. Preguntémonos que podría suceder en el caso de que hubiera un liderazgo político y social fuerte que usara el virus “como catalizador y acelerador de oportunidades”.
La historia que tiene que contar una gran ciudad al mundo no es simplemente la del sol, la playa y la fiesta, que está muy bien, pero tiene que cambiar el modelo de turismo de bajo costo por un modelo de alta calidad, de intercambio de visitantes que la ayuden a ser una ciudad de innovación, diseño y productividad. Para lograrlo tiene que especializarse más como ciudad de congresos, de cumbres de diversos ecosistemas, donde gente de todo el mundo se reúna para discutir sobre medicina, sobre ciencias de la vida, sobre las nuevas fronteras de la economía circular, sobre tecnología móvil, sobre los procesos de digitalilización, sobre la conexión entre el diseño urbano y la salud humana, sobre los contenidos creativos... Todo eso, en lugar de apostar por políticas que dañan a su propio ADN.
No es tan cierto que las ciudades globales hayan sufrido más el impacto del coronavirus por el mero hecho de serlo. De ser así, Taipei, Singapur, Seúl, Tokio, Copenhague o Berlín, grandes metrópolis, han salido bastante bien paradas de esta crisis sanitaria.
Nueva York, Milán, Londres, Barcelona y Madrid experimentarán algún tipo de consecuencia negativa en términos de reputación por no haber sabido gestionar la pandemia tan bien como otras ciudades globales. Pueden recuperar esa buena fama si demuestran ahora que pueden situarse al frente de la innovación, de la creación de nuevas oportunidades, de posicionarse en la búsqueda de una vacuna y de crear una sociedad más saludable. Estas ciudades pueden ser líderes en la siguiente fase de la respuesta, pero tienen que decidir antes que realmente quieren serlo. No perderán población, sino que se redistribuirá en su entorno.
La gente no huirá en masa de las ciudades, pero sí se tendría que reelaborar la manera en que va a estudiar o a trabajar al centro. Gracias al teletrabajo, a los nuevos horarios y a la digitalización, en los distritos y en las ciudades metropolitanas habrá más oportunidades. Se trabajará en casa, pero también en espacios de trabajo colaborativo (coworking), con una vida vecinal más rica. Solo habrá que ir a trabajar al centro uno, dos o tres días a la semana, se podrá vivir más lejos, como ya ocurre en algunos países.
La apuesta de hoy es la ciudad mixta, la ciudad mezclada (blended city), en la que se yuxtaponen la ciudad real y la virtual. Hay gente que forma parte de Shangai pero que teletrabaja desde Nanjing y sólo va a Shangai algunos días al mes; hay gente que forma parte de Nueva York pero que teletrabaja desde Pensilvania o Massachusetts; y habrá gente que formará parte de Barcelona pero que vivirá en otras ciudades de España o de Europa y vendrá cuatro veces al mes al centro. Sería importante que los líderes políticos de las ciudades traten a esos miembros de la ciudad virtual igual que a los de la ciudad real, y que les den servicios que dan a la población residente.
Los que defendían a ultranza al tipo de ciudad compacta ahora relativizan su discurso, por que se vislumbra una ciudad más extensa y con menos movilidad gracias al teletrabajo, lo que restará presión al transporte urbano, con tantos problemas en nuestro país, algo muy importante mientras no se consiga la vacuna. No se perderá población, sino que se redistribuirá mejor por el territorio en beneficio de ciudades más pequeñas de las áreas metropolitanas. El teletrabajo afectará a los grandes edificios de oficina, de ocio o de servicios públicos, que tendrán que reconvertirse total o parcialmente.
Las desigualdades persistirán en este nuevo entorno , en la cuestión sanitaria, porque los que más sufren son los más débiles. Pero en los países más avanzados culturalmente, ha resurgido la solidaridad entre la gente, se ha creado un nuevo sentido de comunidad y de vecindario.
El mundo urbano tiene una oportunidad única de promover un reinicio, una ocasión para conseguir que esta” nueva normalidad” en algunos aspectos, sea mucho mejor que la anterior. (continúa la próxima semana).