Como
en el túnel del tiempo, los argentinos quedaron otra vez dados
vuelta por una devaluación que la Presidenta había jurado no
aplicar hace apenas unos meses.
Ahora, penan envueltos en una escalada de precios que más que
un "deslizamiento", como lo llamó Axel Kicillof, puede convertirse
en una caída libre sin paracaídas.
Todavía resuena la voz firme de Cristina Fernández anunciando
la pesificación de su plazo fijo para que los argentinos confiaran
en su moneda y retando al senador Aníbal Fernández por haber
sugerido que no iba a pasar a pesos los dólares que había logrado
ahorrar.
La jefa de Estado rompió con la garantía dada a los argentinos
de que "nunca" tomaría una decisión en perjuicio de la gente, y
mucho menos admitiría una devaluación.
Los politólogos recordaron la frase "Lean mis labios, no más
impuestos", que ayudó a George Bush padre a ganar las elecciones
presidenciales en los Estados Unidos, pero que no pudo cumplir
porque antes de dejarle el poder a Bill Clinton debió aplicar
alzas impositivas.
Clinton también tuvo su frase de cabecera, cuando sus
operadores de propaganda instalaron el ya célebre "es la
inflación, estúpido", que veinte años después parece ajustarse al
delicado momento que atraviesa la Argentina.
La depreciación del peso, un viejo conocido y fatigador de
voluntades en el país, se confirmó sobre la tercera semana de este
arranque caliente del 2014, y derivó en una devaluación superior
al 30 por ciento, que terminó de darle combustible a una inflación
que ya venía al galope.
Si los formadores de precios habían encontrado excusas para
aumentar, en algunos casos con guiño del gobierno, ni pensar en el
teatro de operaciones que pueden llegar a conformar con un dólar
que saltó de 6,60 a 8,10 en pocos días.
La ofensiva encuentra a un gobierno debilitado, que perdió
reservas por unos 2.500 millones de dólares en enero, y que en
apenas una semana de flexibilización del cepo cambiario debió
resignar 1.000 millones.
El nuevo sistema para permitir atesorar dólares en sumas
módicas se encontró con una fuerte demanda por parte de argentinos
ávidos por poner sus pesos a resguardo de futuras devaluaciones.
El esquema de expectativas arroja que será muy difícil para
Kicillof y los suyos convencer a los ahorristas de que se podrá
sostener el dólar a 8 pesos.
En realidad, la divisa no halló aún su precio de mercado, por
la sencilla razón de que el esquema cambiario de flotación
administrada fue dejado de lado cuando el gobierno advirtió que se
lo llevaba puesto la fuga de capitales.
"Hay una devaluación sin plan", fue el término más suave
utilizado por Jorge Remes Lenicov para describir el momento
actual.
Remes Lenicov se debió ir del gobierno de Eduardo Duhalde luego
de hacer el trabajo sucio de dictar la partida de defunción de una
convertibilidad que hacía rato había dejado de existir.
Luego llegó Roberto Lavagna y aprovechó aquel operativo de
limpieza para implementar un plan que puso a la Argentina en
crecimiento y trató de mantener cuentas ordenadas, hasta que el
gobierno se cebó y comenzó a creer que podía gastar a cuenta más
de lo que tenía.
Eso fue la emisión monetaria descontrolada que derivó en la
inflación, que ahora el gobierno intenta frenar sin táctica ni
estrategia a la vista.
Con la devaluación consumada, el gobierno corre a diario detrás
de cada aumento.
Alimentos, bebidas, medicamentos, combustibles, productos de
limpieza y una larga lista de bienes y servicios se incluyen entre
los incrementos que dejan en el recuerdo el Plan de Precios
Cuidados, bautizado por el ingenio popular como "precios
descuidados".
Apenas parches que se repiten a diario en las a esta altura
menos trascendentes conferencias de prensa del jefe de Gabinete,
que trata de mantener políticas a flote a bordo de un bote
averiado, en un mar atestado de tiburones.
La dinámica de la devaluación se instaló riesgosamente y parece
que hará falta algo más que la teoría de un ministro egresado con
honores y las advertencias diarias de un jefe de Gabinete.