Las personas adultas tenemos que administrar nuestros ingresos y gastos. Es bastante simple, si gastamos más de lo que ingresa a nuestra familia debemos financiar la diferencia y esto condicionará nuestros consumos futuros. Quienes conducen los destinos financieros del país deben obrar de la misma manera. En la actualidad, el renombrado Estado Presente, está tan metido en todo que sus ingresos solo alcanzan para pagar las dos tercios de sus gastos, bajando la calidad de sus prestaciones y generando desigualdades. El 30% del gasto público restante, al no poder pagarse con ingresos genuinos, debe monetizarse. Es decir se emite moneda espuria, sin respaldo, que es una de las principales causas de la inflación en el país.
La inflación persistente, cada dos años o tres años los precios de cada artículo se duplican, generando desequilibrios e imposibilidad de planear a largo plazo, a la vez que el crédito para inversiones o para bienes de consumo durables, desaparece. De esta mañera, comprar un auto, se vuelve muy difícil y adquirir un inmueble, sin créditos hipotecarios para vivienda, se convierte en una tarea casi imposible, aún para el más arriesgado financista.
Esta situación de precios relativos heterogéneos, de falta de parámetro de medición, y de repudio de la moneda de curso legal, sumada a la falta de ahorro en la misma, que impide el desarrollo de un mercado de crédito y de capitales en pesos, por la pérdida de la función de nuestra moneda como reserva de valor, produce un importante cambio social. A este cambio en las conductas sociales la vamos a llamar, en un estudio amarrete y pequeño de nuestra parte, el nacimiento de una nueva clase social, la conversión de la clase media en lo que llamaremos en tono jocoso, “los secos” y con temor descubriremos que, hasta ahora no habíamos pensado que era la situación era tan grave como para tomarla en broma.
Esta clase media, que ahora no puede ahorrar y tampoco puede financiarse a largo plazo, cambia su horizonte de consumo y en lugar de apostar a un auto nuevo, a reformar o adquirir una vivienda y mucho menos a comprar un segundo inmueble, gasta todo el excedente que puede generar. Este gasto será en bienes de consumo durables, cuando se pueda, como heladeras, televisores, bicicletas y viajes en fines de semana largos. El segmento más bajo en ingresos, gastará el excedente en bienes de consumo perecederos, como alimentos más costosos y vestimenta. Esto puede explicar el aumento de ventas en los comercios de cercanía, despensas, kioscos y supermercados.
Este cambio de cultura de mayor consumo y menor ahorro, generará inconvenientes en nuestra tierra en el mediano plazo, ya que no habrá ahorros para contrarrestar acontecimientos inesperados de los individuos y familias, a la vez que en el lago plazo, cuando lleguen las jubilaciones no podrán mantenerse los niveles de consumo del tiempo en actividad. También se destruye la cultura de ahorro y esfuerzo con la que nos formamos. Ya que se esperará más satisfacciones inmediatas por quienes se están formando ahora con menor sacrificio para el consumo.
La inflación es un problema macroeconómico y a corregir esto debería dedicarse en Estado, en lugar de querer estar presente brindando asistencia de regular calidad y aparente bajo costo, pero que luego se termina cobrando a través del dañino impuesto inflacionario.
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