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¿No hay Biblia sin Iglesia?

(Por Miguel Pettinati). - La Biblia es la mismísima palabra de Dios a la humanidad, sin embargo, cuando se lee fuera del contexto histórico-teológico en el que se gestó y sin tener en cuenta otras verdades -siendo que es espada de doble filo-, puede convertirse en el arma para su propia perdición, como enseña el apóstol Pedro en su segunda carta, es decir, para la perdición de los superficiales e ignorantes que la interpretan torcidamente (CFR 2 Pedro 3,16).

Entonces, ¿quién nos dice con autoridad cuáles son los libros que la componen? ¿Quién nos asegura que esa es la Palabra de Dios? ¿quién nos explica a todos la única verdad que en ella se contiene?

Sólo hay una respuesta: ¡ la Iglesia!.

La Iglesia está al servicio de la Palabra de Dios, y esta es la norma última de su fe y de su disciplina.

Sin embargo, la palabra de Dios ha sido confiada a la Iglesia, para que ella la custodie y la interprete debidamente y, a la vez, la haga conocer a toda la gente. Por eso puede decirse que además de una inspiración "bíblica" hay una inspiración "eclesial" que también procede del Espíritu Santo. El acompaña al pueblo de Dios bajo la guía de sus pastores.

La Biblia es la Palabra de Dios puesta por escrito, pero esa palabra fue y sigue siendo transmitida a través de lo que se llama "tradición". Ambas cosas -la escritura y la tradición- surgen de la misma fuente, que es la palabra de Dios, y ambas, interpretadas por el magisterio de la Iglesia, han gozado siempre del mismo respeto y estima por parte de ella.

El Concilio Vaticano II enseña que la tradición y la escritura constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia. Fiel a  dicho depósito el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores  y fieles  en conservar , practicar y profesar la fe recibida. (Dei Verbum, 10) (JLK).

Por lo tanto, la Biblia debe ser leída en la Iglesia, es decir, dentro de la comunidad visible de los creyentes en Jesús, fundada sobre la predicación apostólica y congregada por la acción del Espíritu Santo que la anima. Por supuesto, la Biblia no puede separarse de la tradición viviente ni oponerse a ella. Esa tradición es el medio vital en el que se fueron gestando y deben ser leídos los sagrados escritos, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento.

La Iglesia es la destinataria de la Biblia, y cada uno de nosotros lo somos al formar parte de la Iglesia y estar animados por el sentido eclesial. Apartarse de la Eclesial implica graves peligros. Por eso, también enseña el apóstol Pedro en su segunda carta: tengan presente, ante todo, que nadie puede interpretar por cuenta propia una profecía de la escritura. Porque ninguna profecía ha sido anunciada por voluntad humana, sino que los hombres han hablado de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo (2 Pedro 1,20).

No se trata de saber de memoria muchas citas bíblicas, sino que es necesario entenderla correctamente -Según Dios-  y vivirlas.

Jesús dice "Felices los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica". Amén.



Autor: REDACCION

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