La Palabra

Mi paisaje cotidiano y el Noroeste salvaje*

Vivo en la ciudad de Salta, al norte de Argentina. Es el sitio en el que nací, el que conozco y amo; el que transito todos los días. La ciudad se asienta sobre el valle de Lerma que en ese sector está enmarcado hacia el este por elevaciones que los entendidos  llaman serranía de Mojotoro, pero que la gente común conoce simplemente con la denominación de cerros, como tantos otros. De esa serranía forma parte el muy conocido cerro San Bernardo, y muy cerca vivo yo, en una casa construida hace casi setenta años sobre el piedemonte de la serranía, en un barrio de trabajadores, con viviendas que tienen fondo amplio y jardín delantero. A veces, temprano, se escucha  el gallo de algún vecino o las pavas de monte que se esmeran en arrancar las moras del árbol de la vecina o las charatas que llegan con sus bullangueras manifestaciones hasta prácticamente el jardín de casa. Es un barrio muy tranquilo, porque como se encuentra enmarcado por elevaciones serranas, es prácticamente una bahía urbana, con casas de tejados y sin avenidas muy transitadas, a pesar de estar a solo unos dos kilómetros aproximadamente o un poco más de la plaza principal de la ciudad. A veces se escucha el sonido particular del afilador de cuchillos, que todavía viene por aquí o los gritos del vendedor de huevos arrastrando su carro o los del diarero que me trae el periódico los domingos y los lunes. Hasta hace poco pasaban los carreros, con sus caballos y sus carros cargados de mandarinas o choclos o, según decían, tierra de San Lorenzo para las plantas. Hoy los caballos ya son recuerdo, porque las autoridades municipales se los cambiaron por vehículos con motor. Por otro lado, como hecho destacado, todos los años, a media cuadra de mi casa, se hace la Ciudad de Navidad; una representación teatral del nacimiento de Jesús. 

La naturaleza en mi vida 

Desde que tengo memoria, la naturaleza siempre estuvo en mi vida. Desde muy chico  me atrajeron los montes, los bosques, el cerro y el río, la selva y la montaña. Cuando era pequeño, íbamos a pescar con la familia, y yo, que a los cinco minutos de estar quieto con la caña me aburría enormemente, prefería tomar otros rumbos e investigar un poco qué veía en el monte cercano, o subiendo el cerro que estaba próximo o cruzando el río o trepándome al árbol. Ibamos mucho por Betania, un pequeño poblado rural en el valle de Siancas, a unas cuantas decenas de kilómetros de la ciudad de Salta, porque mi padre tenía allí casi toda su familia. Era un caserío disperso, de agricultores en su mayor parte italianos o descendientes de italianos, con acequias repletas de yuscas y bordeadas de árboles de palta. Ahí andábamos a caballo, o buscábamos sapos en la noche o atrapábamos luciérnagas. No recuerdo ningún momento de mi vida sin sentir mucha atracción por el mundo de la naturaleza; pero esa vocación no fue heredada y no me explico por qué me invadió de tal manera. A mi mamá, que había pasado algunos años de su infancia en el campo, la naturaleza le era prácticamente indiferente y mi papá tenía con el mundo de lo salvaje una relación algo distante, aunque le gustaba la pesca y la caza, tenía una pequeña huerta casera en la que trabajábamos los fines de semana y criaba canarios; tenía decenas de canarios en jaula y solía atenderlos con esmero. El interés que me movía a frecuentar y estar en contacto con la naturaleza era, según supongo, la simple curiosidad y las ganas de aprender de ella. Eran tiempos más difíciles para eso. No existían ni los medios ni los recursos ni los libros ni las organizaciones que existen hoy en día y que facilitan el acercamiento y la comprensión de determinadas cuestiones del universo salvaje, pero supongo que compensábamos todas esas falencias con cosas importantes que hoy casi no existen, como la posibilidad de instalarse en cualquier lugar con una carpa y sentirse seguro o de deambular cómodamente y en soledad por el campo, sin el cordón umbilical que significa un teléfono celular, que además es una angustiosa fuente de distracción y de absorción de la mente infantil y que casi, según veo en muchos niños, no les deja espacio ni tiempo para penetrar en las cosas hermosas del mundo vivo. Había una cosa más que hoy no está y si se la encuentra hasta puede resultar peligrosa para algunos niños y jóvenes. Teníamos la posibilidad de aburrirnos y en ese aburrimiento ser creativos, inventar, indagar, imaginar, crear dentro de nosotros y fuera también. 

Mi llegada a la profesión de periodista

Cuando finalicé los estudios secundarios, yo quería estudiar la carrera de biólogo, pero por diferentes circunstancias, que no serviría de nada detallar, no lo pude hacer. Quise volcarme a la antropología, pero tampoco se pudo. Entonces, opté por inscribirme en la carrera de Comunicaciones Sociales, y luego en la de Locución Nacional. En virtud de ellos trabajé en medios gráficos, radiales y televisivos. Pero creo que no hay mucho para contar con relación a eso.  

Pasos para abordar el documentalismo 

Con relación al documentalismo, las cosas se dieron así. En 1989, si mal no recuerdo, realicé, mientras cursaba estudios en la universidad, un curso de realización cinematográfica. Yo siempre había soñado con hacer documentales. Veía de niño los documentales de los animales en Africa o en la selva amazónica e ilusionado me decía que un día yo haría una cosa parecida. Era seguidor de las realizaciones de Félix Rodríguez de la Fuente y de Jacques Costeau, de los programas de Carl Sagan y de “El maravilloso mundo de los animales” que presentaba Francisco Erize. Luego los años pasaron, y en la década de 1990, trabajando en un comercio que habíamos creado con mi hermano Juan, me llegó la noticia de que se habían lanzado los concursos para la realización de documentales para la televisión del Instituto Nacional de Artes Audiovisuales (INCAA). A los pocos días llamé por teléfono a quien fuera mi profesor de cine y le propuse que nos presentáramos, pero me dijo que él ya se presentaba con dos proyectos, pero que de todos modos podía sumarse a un proyecto más. Yo debía realizar la investigación preliminar y la selección de temas, y aparentemente lo hice con tanta suerte que ganamos el concurso, así es que nos fuimos a realizar a lo largo y ancho de toda la provincia de Salta diez programas documentales, que estuvieron concluidos al año siguiente. A eso le siguieron algunas otras producciones mías, hechas a pulmón; una sobre la vida de un escritor salteño y otra sobre un viaje paleontológico y geológico entre las ciudades de Salta y Cafayate. 

La formación para ser un naturalista 

No sé si se “logra ser un naturalista”, como quien obtiene un titulo en la universidad y ya está, lo tiene colgado de una pared y es eso que figura escrito en el documento. Porque ser naturalista, yo creo que es un camino, no una meta. Es maravillarse a cada momento con lo mágico del mundo que tenemos a nuestro alcance y hacer lo posible por tratar de comprenderlo. Uno comienza a convertirse en un naturalista cuando trata de preguntarse por la primera cosa que lo emocionó, lo maravilló o lo sorprendió en la naturaleza, y eso hace que uno intente encontrar respuestas, modos de explicar esa magia de la vida o del paisaje. Ahí comienza uno a ser naturalista. Puede ser que solamente sea entonces un naturalista que recién se inicia, pero un naturalista al fin. Podríamos decir que ser naturalista es, más que un logro, una actitud ante la naturaleza. Yo resumo esa actitud con tres palabras: fascinación, curiosidad y humildad. Mi formación básicamente es humanística, yo vengo del humanismo al mundo de las ciencias naturales. Estudié en una escuela Normal y soy Bachiller con Orientación Docente. Agradezco esa formación. Porque siento que el mundo del humanismo y de la filosofía es complementario absolutamente con el de las Ciencias Naturales. Pero si la pregunta se refiere específicamente a si tengo una formación académica en ciencias, la respuesta es no. Desde ese punto de vista, soy lo que se dice “un autodidacta”. Alguien que aprendió, lo poco que aprendió, observando  y leyendo, estudiando y pensando. Supongo que fueron el amor a la naturaleza y las ganas de aprender de ella las que me llevaron a prestar atención a cada pájaro que veía, a cada roca o cada flor y con la ayuda de los libros que pude ir consiguiendo, de a poco fui haciéndome una idea más general y algo más profunda sobre toda aquella maravilla que es la naturaleza que nos rodea. 

Mis libros y los temas que trato en ellos

Soy autor de los libros “Aves de la Puna y los Altos Andes del noroeste de Argentina” y de “Aves del cerro San Bernardo y de las serranías del este de la ciudad de Salta”. Los títulos ya están diciendo los temas abordados en los dos. 

Qué es Noroeste Salvaje 

Noroeste Salvaje es primeramente el nombre de una página web que creé en 2017 y es www.noroestesalvaje.com.ar. La idea inicial fue que sirva de lugar de exhibición permanente de mis dibujos y pinturas, pero pronto sentí la necesidad de hacer del sitio un espacio de encuentro de la gente no solo con mis obras sino con la naturaleza del noroeste argentino en general. Ahora la página se compone de muchas cosas: una galería de arte de naturaleza, artículos sobre plantas, animales, paisajes o áreas protegidas y una tienda donde la gente puede encontrar los productos que elaboramos, que también llevan como nombre de la marca Noroeste Salvaje, que ya es una marca registrada. 

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Elio Daniel Rodríguez

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