Está claro que la corrupción es un fenómeno global, independientemente de si la referencia está destinada a un país rico o pobre. Lamentablemente es un fenómeno universal y varios países latinoamericanos no son la excepción.
Los indicadores dan cuenta de todo el contrario, teniendo en cuenta el informe que proporciona anualmente Transparencia Internacional, que asegura que la región es una de las más afectadas, junto a varios países africanos.
Según ese análisis, este fenómeno no se debe a que los latinoamericanos sean más o menos corruptos que el resto del mundo o que se trate de un problema que se viene arrastrando desde hace muchas décadas y que, salvo honrosas excepciones, pocas veces se logró erradicar.
Es oportuno señalar que en América Latina, si bien tenemos sistemas políticos democráticos que en mayor o menor medida funcionan en lo electoral, con alternancia en el poder entre partidos, las instituciones son frágiles y con frecuencia están sujetas a manipulaciones políticas.
Uno de los ejemplos claros es Venezuela, que de acuerdo con la percepción de corrupción es el país de la región que es calificado con la peor nota. No es un país pobre, o por lo menos no lo era hasta hace unos años, pero sus riquezas naturales, en especial el petróleo, terminaron siendo dilapidadas.
Pero no solamente decreció el nivel económico de la población, sino también el valor de la educación, que hoy presenta cifras alarmantes. Ni hablar del tema relacionado con la pobreza, que descendió a valores extremos.
La carencia de una justicia independiente y el permanente ataque a la libertad de expresión, son dos aspectos que responden a la política instaurada por el régimen de Hugo Chávez primero y luego replicada por Nicolás Maduro.
A pesar de las reiteradas denuncias de organismos internacionales, se continúan observado una serie de avasallamientos contra las personas, que dejan en claro todos los atropellos del gobierno venezolano, que tiene previsto realizar unas elecciones parlamentarias cargadas de sospechas y cuestionadas tanto por la ONU como para la Unión Europea.
Cuando no actúan de manera independiente los tres poderes fundamentales, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, es virtualmente imposible que pueda funcionar el estado de derecho y mucho menos cuando no es respetada la Constitución.
Esto se puede observar en la mayoría de los países donde la corrupción tuvo un avance exponencial en los últimos gobiernos, con pruebas concretas que casi nunca merecen sanciones ejemplificadoras por parte de la Justicia.
La impunidad, en ese sentido, es un tema que ya no sorprende, por tratarse de algo total e inadmisiblemente natural, aunque como consecuencia de esas conductas, el mayor perjudicado sea el mismo pueblo que eligió a sus gobernantes.
Guatemala, El Salvador y Honduras, por citar apenas tres casos emblemáticos, encabezan la triste lista de naciones más corruptas en América Central, pero también aparecen bien arriba los caribeños Haití y Cuba.
En el extremo sur del continente, además de Venezuela, que lidera el ranking, ocupan lugares destacados Brasil, Perú y Argentina, teniendo en cuenta los relevamientos de Transparencia Internacional.
En las dos primeras naciones, fueron condenados a prisión, en diferentes momentos, sus jefes de Estado, por hechos de corrupción debidamente constatados por las investigaciones que se realizaron.
Alberto Fujimori en Perú y Jose Inácio Lula da Silva en Brasil, luego de haber sido encontrado culpables, fueron encarcelados.
No ocurrió lo propio en Argentina, donde solamente se llegó al procesamiento de ex mandatarios nacionales, pero es importante consignar que este tipo de situaciones atenta contra la buena imagen de cualquier país en el exterior.
La corrupción, sin embargo, se advierte en otros niveles inferiores, pero en la mayoría de los casos, la falta lentitud del Poder Judicial para pronunciar sus fallos, permite que infinidad de autoridades sigan ejerciendo sus cargos.
Esa modalidad no es patrimonio exclusivo de nuestro país, sino que también se observa en otros, donde los tiempos son extensos al momento de emitirse los pronunciamientos.
Hoy, entre los temas que más preocupan a la ciudadanía, la corrupción ocupa un lugar destacado, junto a otras preocupaciones que nunca pierden vigencia.
La economía, severamente castigada en los últimos tiempos por el coronavirus, ya venía ocupando el centro de la escena antes de la pandemia.
El tema sanitario, obviamente, también generó un panorama desalentador, que se extenderá durante un tiempo que nadie es capaz de precisar.
Y finalmente, la inseguridad, es otro de los puntos clave entre los que mayores preocupaciones ocasiona en un tiempo de extrema dificultad global, pero que golpea con gran fuerza a los países latinoamericanos.