Efectivamente, el interrogante utilizado para el título ¿Y los piquetes?, continúa manteniendo no sólo plena sino aún mayor vigencia, pues la cantidad de estas manifestaciones se mantiene en aumento, contradiciendo la inicial postura del gobierno de Mauricio Macri, cuando apenas llegado a desarrollar funciones estableció normas y reglamentaciones sostenidas en un protocolo para enfrentar esta clase de reclamos callejeros que, van en contra de los derechos y libertades de los ciudadanos que no se incluyen dentro de la metodología de protesta, con las conocidas alteraciones de todo tipo no sólo en el desplazamiento y movilidad de quienes deben cumplir sus actividades habituales, sino también convirtiéndose muchas veces en verdaderos detonantes de situaciones mucho más violentas y peligrosas, como lamentablemente hemos tenido muchas.
Hasta fines de noviembre, según datos de la consultora Diagnóstico Político, se habían realizado 5.900 piquetes de toda clase y características, y sólo en el mes de noviembre habían sido 600 -a razón de 20 por días si nos remitimos al promedio, aun cuando el mismo es mayor pues existe la particularidad que esta clase de manifestaciones no se realizan los fines de semana ni feriados-, cifras que a fin de año estarán por encima de las que hubo en 2015 durante el último año de gestión de Cristina Kirchner en la presidencia.
La conflictividad social es muy elevada, continuándose recurriendo a esta metodología como vía de reclamo, donde se mezclan aspiraciones salariales, protestas por cortes de energía eléctrica, reclamos de planes sociales, pedidos por viviendas, familiares de víctimas del tránsito, solicitudes de seguridad o bien de justicia, conformando una perspectiva variopinta donde bien puede decirse, apelando a una definición discepoliana, se mezclan la Biblia y el calefón. Precisamente, la gran cantidad y variedad de esta clase de acciones, es lo que ha ido restando fuerza a la intencionalidad de esta forma de expresarse, generando el liso y llano rechazo del resto de ciudadanos que ven lesionados sus derechos y aún mucho más que eso, su propia libertad, quedando a veces como las principales víctimas de los manifestantes.
Tampoco ha sido positivo que el gobierno accediera a algunos de estos pedidos sostenidos por la vía de la acción desmedida, ya que se termina instalando el criterio que es la mejor manera de hacer los reclamos, alentando la metodología en lugar de combatirla como debe ser. Es que si pretendemos que alguna vez la Argentina se convierta en un país en serio, entre otras muchas cosas, deberá resolverse sobre los piquetes, es decir, de ninguna manera prohibir el reclamo, que es legítimo y muchas veces necesario, pero sí ordenarlo de manera tal que no se constituya en una dificultad para el resto de la población.
Es verdad que los piquetes, cortes de rutas y calles, como así también otro tipo de manifestaciones similares características, es decir, por el inconveniente que constituyen para el desplazamiento y movilidad del resto de ciudadanos, muchas veces llegando a situaciones extremas, tienen por escenario la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano, pero poco a poco se han ido extendiendo hacia otras provincias del país donde proliferan los conflictos sociales, tomando como ejemplo más reciente a Santa Cruz -el territorio que gobierna Alicia Kirchner y que estuvo bajo la conducción política de esta familia desde 1991 en que fue gobernador Néstor Kirchner-, donde los conflictos de todo tipo llegaron al punto de prácticamente paralizar todo el resto de actividades. Aunque, vale decirlo, los piquetes también fueron extendiéndose hacia los cuatro puntos cardinales del país, en especial provincias como Chaco, Chubut, Neuquén e incluso otras como Mendoza, acrecentándose la preocupación por un tema realmente complicado, y de muy difícil solución, que interfiere en el avance que simultáneamente debe hacerse en otras áreas, especialmente la económica y financiera. Pero más que nada, en la seguridad institucional, que ofrece una imagen tambaleante y muy comprometida dentro de este escenario de un país convulsionado y alterado por esa permanente sucesión de piquetes y manifestaciones dentro del mismo estilo.