La Palabra

Los perritos del señor Porcel

archivo Edgardo Peretti

 

  • Señor… señor…

 

La frase me llegó de pronto. Caminando por la avenida Corrientes a las seis de la tarde, es sencillo confundir oídos; además, uno tiene demasiados  pocos conocidos en la ciudad, menos que lo traten así.

      Intenté seguir de largo, pero se reiteró el pedido, ahora un poco más enérgico y con un dejo casi de ruego.

 

  • Señor… sí, a usted…

 

No tuve más remedio que darme vuelta. Pero no había nadie. O casi. A unos metros estaba la estatua que recuerda al actor Jorge Porcel, en este caso disfrazado de Don Mateo, el peluquero chanta que lo terminó de eyectar a la fama, antes que la misma fama  y la biología lo hicieran -precisamente- monumento entre las luces porteñas.

Miré nuevamente y allí me di cuenta. Era Porcel el que me hablaba, pero solo movía sus ojos y, apenas, sus labios. Se dio cuenta de mi interés y me hizo el pedido de lo que necesitaba:

 

  • Señor, ¿no me puede correr un poco los perros? Me están meando los timbos…

 

Allí me percaté de algo más. Al sillón del peluquero le habían atado dos canes y presumí, con acierto, que sus propietarios estaban comiendo una pizza en el local de esa misma vereda. “Sí, como no”, atiné a decir mientras uno de los “pichichus”  (N. de la R.: el perro de Hijitus) intentaba morderme y el otro proyectaba otras acciones sanitarias en el mismo sitio, o sea en los zapatos.

Ya calmadas apetencias biológicas de los animalitos se me dio por charlar con el tipo y le pregunté: “Pero usted, ¿es Porcel en serio?”.

 

  • ¡¡¡No, si voy a ser una imitación de Sapag!!! Claro que soy Jorge Porcel, actor argentino devenido monumento por mis aportes a la cultura nacional (¡¡SIC!!).
  • ¿Y qué hace acá?
  • Y qué quiere. Las cosas andan mal en el más allá. Los artistas no tenemos cielo ni infierno; nos quedamos en el famoso limbo. Yo intenté armar “Porcelandia” y las “Gatitas y ratones” en otro espacio, y mire donde terminé.
  • Bueno; tan mal no está.
  • Tiene razón, pero no todos los perros son como estos (“Batuque”, movete un poco que el señor te saca una foto). A veces vienen algunos…

 

Confieso que me interesó el tema y me acomodé en el sillón de peluquero que completa la escena. Por un momento me acordé de mi amigo Aldo Giacossa que tenía el que había pertenecido a Fortunato Santarosa en su salón de la Galería San Martin, pero me interesó más continuar con la conversación.

Le pregunté por sus colegas que también tenían sus evocaciones en la misma avenida.

 

  • Acá está Tato (Bores) y Calabró, como “El contra”, y en la esquina Olmedo y el “Cabezón” Portales. Esos laburan mucho.
  • ¿Cobran algo? -interrogué ya instalado y esperando que me coloquen el babero de los peluqueros.
  • La gente se saca fotos pero no deja nada. Diga que los pizzeros nos tiran algo cuando termina el horario de laburo.
  • Ah, pero ¿ustedes comen?
  • No, gil; si tengo esta figura porque hago la dieta de Cormillot!!!! Claro que morfamos y nos tomamos unas copas gentileza de algún trasnochador de confianza.
  • No le creo. -sentencié, mientras Alelí comenzaba a hacerme las manos y me di cuenta que estaba en la peluquería real, la de Sofovich, así que me di confianza-. La rubia del teléfono ¿también viene?
  • No se olvide que está viva. Rolo (Puente) pasa seguido, pero deja poca propina.
  • Sabe -le espeté, desilusionado- me parece que esto es todo verso.
  • Por supuesto. Somos actores. Magia, ilusión y algo de mentira, pero no todo. Le voy a contar algo.
  • ¿Otro verso?
  • Si quiere tomarlo así, es cosa suya. Le cuento un secreto: nosotros somos reales, corazones en armazones de plástico duro que servimos para fotos de turistas o nostálgicos como usted, pero reales y todas las noches, cuando cierran los teatros y los “cabarutes” (SIC) se encienden de pocas luces, nosotros nos juntamos a charlar un rato, a recordar los tiempos viejos y a saber quién viene la semana que viene… porque esto sigue.
  • - Seguro. ¿Y cómo terminan?
  • - Como siempre; a la madrugada y como los vampiros cuando sale el sol. Extrañamos las luces, miramos cómo transcurre la vida de los demás y nos dejamos sacar fotos para que no nos olviden. La verdad, si esto es la fama, la regalo, la presto o la vendo, pero no la quiere nadie. O sea, es puro cuento…
  • ¿La extraña?
  • A esta altura, todo es igual, la vida pasa y nosotros nos dejamos llevar por las luces de esta avenida, pero esperamos el final.
  • ¿Se arrepiente?
  • Se vive o no. Yo viví; si este es el castigo por hacerlo, bienvenido. Nada es para siempre.
  • ¿Le debo algo?
  • Gracias por la charla.
  • Hasta luego.
  • Hasta luego… y cuidado al salir, no me pise el regalito de los perritos.

 

 

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