Los miserables, tal el título de una novela del francés Víctor Hugo, considerada una de las obras más importantes del siglo XIX. Con seguridad muchos habrán leído este clásico de la literatura, visto alguna de las varias películas que fueron realizadas sobre la dificultosa vida de Jean Valjean,o al menos estarán al tanto de lo que estamos diciendo.
El motivo de esta referencia, es que si bien aún dentro de otros planos y con una separación de casi dos siglos, la miserabilidad se ha puesto muy de moda en los días que corren en la Argentina,aún conscientes que si bien fue el literato francés quien inmortalizó la obra y su título de referencia, en todas las épocas hubo y continuará haciendo portadores -algunos muy merecidos- de ese calificativo.
Quien lo reflotó en este presente tan turbio y tumultuoso que nos toca vivir fue el propio presidente Alberto Fernández, llamando "miserables" a los empresarios argentinos, haciendo especial hincapié en aquellos que tomaban medidas con su personal, consistentes en despidos, suspensiones y otras medidas por el estilo, en este tiempo de paralización casi absoluta que afronta el país, consecuencia de la cuarentena obligatoria que venimos soportando desde el 19 de marzo y ahora prolongada hasta el 12 de abril,aunque tal como vienen dándose los acontecimientos es altamente probable que la misma continúa hasta mucho más adelante, pues el pico más alto de la pandemia del Covid-19 está en principio previsto para mediados del mes de mayo.
Hubo entrecruzadas respuestas desde diversos sectores, alcanzando un inusitado relieve la del empresario cordobés Oscar Arduch, quien puntualizó todo el esfuerzo de más de 40 años en su empresa, viviendo momentos de gran asfixia consecuencia de la altísima presión impositiva que siempre es el camino recurrente de los gobiernos, devolviendo además la fuerte calificación al Presidente y a toda la clase política por su miserabilidad, ya que siempre exige el esfuerzo del resto y jamás da muestras de solidaridad con sus propios ingresos, desproporcionados en una economía como la nuestra.
Los argentinos en una gran parte aguardan una actitud conjunta de la corporación política, habiéndolo mostrado de esa manera en las redes sociales y también en los cacerolazos, que ahora se agregaron a continuación de los aplausos para los trabajadores de la salud y extensivo también a todos aquellos que le están poniendo el pecho a esta lucha. Algo que comenzó a darse aisladamente en algunas provincias como Mendoza y San Juan, pero que no tuvo eco en el Congreso nacional, esperándose que esto se extienda por toda la Argentina, tanto los cuerpos Ejecutivos como los Legislativos, donde también debería adherir el Poder Judicial, ya que todos ellos y en especial este último -con la excepcionalidad del Impuesto a las Ganancias- gozan de enormes privilegios, como lo son por ejemplo sueldos que nada tienen que ver con la realidad argentina, y mucho menos con ese tan vapuleado criterio de solidaridad. Una práctica que, al menos por lo visto hasta ahora, se proclama pero para que otros lo pongan en práctica,reservando sus propios bolsillos.
También estos días, pues todo tiene que ver con todo, se ha reactualizado un informe del economista Roberto Cachanosky, donde con prístina claridad queda expuesta la abismal diferencia de costos que tienen los legisladores en la Argentina y en España, ya que mientras nuestros senadores nacionales insumen 200.000 euros mensuales y en el país europeo, de similar población, tienen un costo mensual de 20.000 euros. Nada menos que 10 veces más caros son los argentinos, tal vez sean igual de veces más eficientes.
Queda bien claro, con este ejemplo, la extraordinaria diferencia, que es aún mayor si consideramos las distintas posibilidades de sus economías.
Es factible, y ojalá sea de manera, que la crisis del coronavirus se convierta en una bisagra para que el cambio que exige la Argentina comience de una buena vez.