Editorial

Los caprichos de Jair

Jair Bolsonaro, el primer mandatario de Brasil, sigue desafiando al coronavirus, en una actitud muy poco entendible y que a esta altura de los acontecimientos suma cada día nuevos detractores.

Desde que la Organización Mundial de la Salud anunció que el Covid-19 era una pandemia, el presidente brasileño minimizó las opiniones de todos los especialistas.

Llegó a calificar a la enfermedad como una simple "gripecita", que no debería causas problemas de salud a un número importante de personas en el mundo entero, tal como lo adelantó la propia OMS.

Bolsonaro, con los números a la vista, hoy sigue insistiendo con una estrategia que golpea al vecino país, que se convirtió, por lejos, en el de mayor cantidad de víctimas fatales en Latinoamérica.

Diariamente, los fallecidos empezaron a contabilizarse en tres cifras desde hace un tiempo, cuando, se asegura desde su propio Ministerio de Salud, que recién durante la próxima semana la pandemia alcanzará su temida curva máxima.

Los caprichos del Presidente derivaron en permanentes enfrentamientos en los últimos tiempos. En primer lugar, con los gobernadores de los estados más poderosos, que tiene como cabeceras a San Pablo y Río de Janeiro. Sus siguientes cortocircuitos fueron con su propio gabinete.

En particular con Luiz Henrique Mandetta, quien lo acompañó desde el inicio en su gestión al frente del Ministerio de Salud y al que terminó despidiendo, cuando el funcionario le hizo conocer su posición, totalmente opuesta, a la consideración de un tema que afecta a más de doscientos países.

Bolsonaro no dio el brazo a torcer y se mantuvo firme en sus convicciones, que hoy están padeciendo no solo los grandes centros urbanos, sino también las pequeñas comunidades, según afirman todos los reportes.

Trump en Estados Unidos y Boris Johnson en el Reino Unido, quienes en un principio le habían restado importancia al Covid-19, en definitiva entendieron cuál era la solución más acertada y aplicaron el aislamiento.

Demasiado tarde, seguramente, pero no tuvieron la misma tosudez que su par brasileño, que hoy sigue convencido que ese no es el camino y les otorga libertades a los ciudadanos.

Prácticamente, no existen las restricciones en materia de política sanitaria en Brasil, porque Bolsonaro insiste que no es necesaria la aplicación de un confinamiento a un pueblo "alegre" como el de su país.

Claro que, a raíz de ese tipo de actitudes, que cada día tienen menos consenso, su imagen se sigue deteriorando y su capacidad de liderazgo también sigue debilitándose.

Para dejar en claro su autoridad como gobernante, en otros aspectos se mantiene igualmente inflexible, defendiendo cada vez que puede a la dictadura militar y criticando permanentemente a los medios de información, en un atropello al ejercicio de la libertad de prensa.

Su relación con los otros poderes del Estado, el Legislativo y el Judicial están en su período más critico desde su asunción, viéndose reflejado ese desgaste cada vez que envía un proyecto.

Durante su primera época como máxima autoridad de la nación más poderosa de Sudamérica, pretendió hacer valer su investidura y pudo lograrlo muchas veces, en particular cuando la economía ocupaba el centro de la escena.

Pero desde que el coronavirus empezó a pegar fuerte en el país, son muy pocos los que lo acompañan en sus medidas. Y se lo hacen saber, cada vez con una mayor frecuencia.

Sin embargo, nada ni nadie parece estar en condiciones de frenar su impulso en un momento donde el temor por la vida se ha instalado en sus compatriotas, quienes sí toman en consideración lo que viene sucediendo en el país.

Por si hiciese falta otra muestra de los caprichos de Bolsonaro, en las últimas horas reconocó que está considerando seriamente el pronto regreso del deporte que más aman los brasileños.

El fútbol podría volver a jugarse y la reanudación de los torneos profesionales más importantes, recibiría la aprobación del propio gobierno, que entiende, según lo manifestó el Presidente, que no sería riesgoso para quienes lo practican, por tratarse de atletas.

Con eso dejó en claro que el pueblo necesita de un espectáculo que despierte la distracción entre los aficionados. Para refrendar ese concepto, sostuvo que los clubes y los futbolistas necesitan de sus habituales ingresos para sobrevivir.

Al margen de la expresión de deseos del jefe de Estado, la última palabra, en este caso más que en ningún otro, la tendrán los protagonistas.

Las arcas de las instituciones se vieron notoriamente resentidas a raíz de esta obligada paralización de la actividad. Y los jugadores, técnicos, árbitros y colaboradores también están padeciendo esta realidad.

Todos entienden, en teoría, que la salud es más importante que la economía. Todos no, claro. La excepción de la regla parecer ser Bolsonaro y quienes todavía lo acompañan en sus caprichos, que hoy lamenta todo Brasil.

Autor: REDACCION

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