Para mí fue bastante normal porque mi mamá cantaba mucho, mi papá vendía discos, radios, tocadiscos, combinados, entonces había música y había músicos… Primero estábamos en Banfield, un día va a abrir el negocio y le habían afanado hasta los mostradores. Nos fuimos a Allen, Río Negro, de Allen me metí en el seminario, creyendo que era un colegio de curas, y era una fábrica de curas. Como terminaba la primaria y empezaba la secundaría, y había que arrancar un montón de años ahí. Yo ya había conocido la ciudad, me llamaba la atención Buenos Aires. Le dije a Valerio, un amigo: ¿qué hay que hacer para ir al seminario? “Hablar con el cura”, me responde. Cruzamos la plaza, vamos, le dije: Padre, me quiero ir al seminario. El cura me dice: “Pero si tomaste la comunión hace tres años y no pisás ni la vereda acá, por qué? ¿Ya hablaste con tu papá?”. Le dije: está todo bien, no le dije que había hablado, le dije que estaba todo bien. “Bueno, no hay problemas, salen el lunes”, me dijo. Me voy a casa y le digo: Papá, me voy al seminario. “¿A dónde? ¿Pero vos estás en pedo? ¿Qué tomaste?” me dice. Bueno, el lunes estábamos en el seminario, fuimos al río, nos bañamos, jugamos al fútbol, nos dimos una ducha, vamos a la capilla, el rector nos da la bienvenida, y dice “Les damos la bienvenida, vamos a estar juntos…” hace toda una historia y empieza a contar cosas de estar ahí. Y en un momento yo estaba hasta distraído y él dice: “Porque el día de mañana cuando ustedes sean sacerdotes…”. Y ahí me agarró una paranoia, y le empecé a preguntar a los que tenía al lado: ¿Vos te vas a hacer cura? ¿Vos también? ¿Vos Valerio? ¿Cura? Se cagaban de risa. Termina y le voy a hablar al padre. Le cuento todo y se reía, me dice: “He visto ingenieros, padres de familia, gente que larga todo y se mete de cura, pero esto nunca lo había escuchado. Pero faltan como dos meses para que empiecen las clases, quedate unos días, hacé lo que quieras.” Y con tal de no ir a la secundaria, antes de ir para atrás, arremetí para adelante, hablé con Dios, hicimos un acuerdo y viví como un compromiso: vamos para adelante, vos cuidame que yo te respondo. Y estuve casi cinco años, estuve dos en Viedma, tercero, cuarto y quinto en Devoto. Y ahí lo conozco a Alejandro Mayol, y ahí estaban Carlos Mugica, Mayol, Héctor Blanes, Rodolfo Ricciardelli, Eliseo Morales, los mejores, mis amigos. Entonces ellos no me enseñaban, los veía, los veías laburar, moverse, hablar. Eran seminaristas. Cuando en quinto año por esta época te dan la sotana -ya me habían regalado dos que se las regalé a un pibe que era cura, iba al frente y la guerrilla lo mató pobrecito, y era un capo- me fui yendo. Volví a Río Negro, y ahí empecé, del seminario dejé unas cintas del grabador Geloso, con unas canciones, y Morales me consiguió unas entrevistas.
Qué me propuse con la música que me llevó a otras instancias de la vida
Me llegó, todo me fue llegando. Iba con ellos como te dije antes, y un día llego a un club, me atajan, en Caballito, y me dicen: “Tano, está lleno…”. Sí, quién más viene, le pregunto. “Vos solo…”. ¿Yo solo, cuántos hay? insisto. “Hay más de mil, no entran más, es chiquito el club”. Y eso me cambió, me noqueó -como ahora que vengo de llorar por un amigo que se murió- y me agarró toda una cosa así, subí al escenario y me puse a hablar. Le dije: ustedes me cambiaron la vida esta noche, voy a dedicarme a esto, voy a tratar de ser uno de ustedes pero que canta y que cuenta, y voy a tratar de no ser ni de River ni de Boca, soy de Banfield por eso no jodo a nadie, pero voy a tratar de ser independiente, de ser objetivo, y canté. Pero eso fue como un casamiento, como una confirmación. Me retiré, hice unas cosas que tenía, contratos lindos que ganaba un mango como para aguantar un tramo que resultaron tres o cuatro años. Hablamos del ’64 y ’65 esto, y después en el ’69 sale “Mi viejo” en simple y ahí lo conozco a José, empezamos a laburar. Porque primero grabé una cumbia en italiano “Alla cara, cara nonna”. Pegó… tres meses primero en ventas. La hice con Ardolino que era un tano que a mí me encantaba, un maestro, que en toda la colectividad italiana arrasaba. Terminaba mis bailes y me iba gratis a tocar con él, porque tenía nueve músicos. Y jugando después de comer, comiendo unos espaguetis escribimos la cumbia.
Hasta dónde pude concretar con lo solidario
Y… Morales, todos los curas que te dije… esos son los maestros. Lo que concreté fue muy bueno, y muy doloroso y muy fuerte… porque por cuatrocientos pesos me lo desbarataron todo. La fundación está parada, pero que lloré, que me sentí muy mal, y fue todo un invento, y le pagaron a los pibes y qué sé yo, todo por cuatrocientos pesos. Porque por ese importe se equivocó una empleada. Es como que me jugué todo, puse mucha guita. Del ’83 al ’93 fueron treinta guarderías -quince nuevas de cero y quince ayudamos a terminar que estaban paradas- y en el ’93 fue la granja. Fue una experiencia que si no la hacés no tenés idea de lo que significa. Lo primero que hicimos fue en un terremoto de San Juan, ¿te acordás? Llenamos tres vagones y pagamos el flete hasta allá. Con la granja quedó la idea que en Colombia se mueven y hay. La de Cardales, en mi casa de campo está desarmada.
Lo que me hubiera gustado hacer además en lo musical
Mi concierto se llama “Todavía no hicimos lo mejor” y cada día es eso. Y me lo creo, porque te lo recuerdo a vos, pero básicamente me lo estoy subrayando a mí.
Qué considero que quedó pendiente en mi proyecto
Todo… tengo que redondear. Si bien hay un boceto falta un flor de moñito.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Piero