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Lo bueno de ser malo

Las series de ficción apoyadas en la realidad -telenovelas incluidas- tienen sus reglas. La de oro dice que los buenos deben sufrir desde el principio hasta casi la penúltima escena, mientras que a los malos le salen bien todos sus trucos y trampas, y solo en los momentos finales son derrotados por la idea de justicia, representada obviamente por el protagonista positivo.

Pero para que se destaquen los valores de los buenos, deben existir los malos: la contrafigura necesaria y, en un imaginado centro, está la lucha entre bienintencionados y malvados (héroes o villanos) quienes experimentan las distintas alternativas, algo semejante a la salsa que da gusto al plato.

Es posible que siempre recordemos a Dallas, una serie creada para televisión donde los moldes fueron variados, y que tuvo una vigencia de 14 años debido a la intensidad de sus conflictos (casi todos de puertas adentro) y al filo terrible de sus diálogos, que siempre dejaban a alguien lastimado.

¿Cuáles habían sido los cambios respecto de la receta televisiva original? Uno, que el personaje no era un detective o persona con valores positivos y dos, que los hechos ocurrían en una familia donde no abundaban los buenos ejemplos y, entre ellos, había un personaje mucho más ambicioso que los demás, para quien la palabra ética no implicaba ningún modelo de vida.

Precisamente el que están pensando ustedes, lectores. El mismísimo J.R. Ewing -representado por Larry Hagman- el impiadoso petrolero de la sonrisa torcida, la risa irónica y las crueles descalificaciones verbales a los bienintencionados.

Fue muy grande el éxito del nuevo modelo propuesto por la serie, donde todo giraba en derredor de J.R. y el actor que lo representaba, quien, además y como es lógico, era el que más cobraba de todo el elenco. J.R. era imprescindible, el referente y centro obligado de todas las situaciones y el motor estratégico para crearlas y ponerlas en movimiento.

El éxito de la nueva propuesta fue muy importante. Surgieron a su sombra otras series emblemáticas de la época -Falcon Crest, por ejemplo- pero ninguna dejó tanta huella como Dallas, la creadora de personajes tangibles, creíbles y grandes dentro de su pequeñez, y eso hizo posible que veinte años después de dejar de filmarse la serie, tuviera una continuación tomando como centro a los hijos de Bobby y de J.R. (viejos ellos, casi vencidos por la edad). El éxito duró sólo dos temporadas más.

Ocurrió el previsible fallecimiento de Larry Hagman y entonces murió la serie, pero solo para la creación de nuevas historias, porque definitivamente ingresó al mito pero, antes de eso, Larry Hagman y Linda Gray (J.R. y Sue Ellen, matrimonio en la ficción) eran invitados a distintos lugares del mundo para promocionar la serie.

Dallas y J.R. registraron una interesante marca en la evolución contínua de los contenidos televisivos: fueron protagonistas una ciudad, una familia y un personaje que a pesar de no ser bueno, dejó un lugar para rescatarle (con buena predisposición, claro) alguna cosa positiva.

Siempre ocurre con las creaciones cabales, esas que tienen en cuenta al mismo tiempo lo mejor y menos deseable de la personalidad humana. El villano se destaca, fundamentalmente, por ser distinto y más ingenioso, predispuesto y activo que los demás: él genera su propio mérito.

Por supuesto que todo lo dicho vale sólo para las series de ficción, porque a ninguno de nosotros nos gustaría tener parientes o personas cercanas como J.R. Ewing.

¿O sí?.


Autor: REDACCION

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