Si existe una definición, o al menos una de las más utilizada, que identificó al coronavirus desde que empezó a propagarse a lo largo y a lo ancho de todo el planeta, es la que hace referencia al "enemigo invisible".
Así fue calificado por tratarse de una enfermedad de la que, lógicamente, no se tenían mayores conocimientos, ni siquiera de los investigadores y de los científicos, que al igual que la humanidad, tuvieron que adaptarse a convivir, desde fines de 2019, con la aparición del Covid-19.
Ni siquiera pudo establecerse, hasta nuestros días, cuál es el verdadero originen, porque si bien todos coinciden en adjudicarse la responsabilidad a China, no se sabe, con absoluta certeza, si el virus tuvo como epicentro a un mercado de la ciudad de Wuham o a un laboratorio de ese mismo lugar.
Mientras las especulaciones siguen renovándose y la definición precisa por el momento no se conoce, ni por parte de la propia Organización Mundial de la Salud, pese a contar en los últimos tiempos con algunas evidencias concretas elaboradas por Estados Unidos y Reino Unido, ni de las propias autoridades chinas, la aparición de nuevas cepas vuelven a encender las alarmas.
En el Hemisferio Norte, particularmente en algunos países europeos y en los Estados Unidos, los números de casos descendieron en los últimos tiempos, existe otra realidad en el Hemisferio Sur.
De modo especial en Latinoamérica, donde se reportan la mayor cantidad de fallecimientos y contagios por estos días, despertando una preocupación que nadie puede desconocer por las cifras que se están alcanzando.
Pero en este rincón del planeta, donde las muertes se contabilizan por decenas de miles, llegó ahora otro enemigo, temible como lo vienen adelantando los especialistas desde hace un buen tiempo.
Una ola de frío polar, con nevadas en varios puntos de nuestra geografía -que marcó una fuerte presencia en lugares donde no se constataba ese fenómeno desde hace varios años, como Córdoba, San Luis, La Rioja y Tucumán, entre otras provincias- y temperaturas que anuncian la proximidad del invierno, se transformaron en un nuevo obstáculo a superar.
Cuando se viene avanzando en el ritmo de vacunación, pese a que todavía son bajos los porcentajes, el enemigo sensible ahora expone a los más vulnerables, no solamente por tratarse de personas de riesgo, sino también porque un grupo importante no tiene acceso a las necesidades elementales.
El panorama, obviamente, no es el deseado, ni nada que se le parezca. No es nuestra intención transmitir un mensaje alarmista, pero sí debe interpretarse como una advertencia, de la que seguramente habrán tomado debida nota los responsables de gobernarnos.
No resultará una tarea sencilla la de reducir los casos en esta segunda ola, más letal y de mayor contagiosidad que la primera. Todos debemos ser conscientes que es una realidad con la que vamos a tener que seguir luchando, pero nadie sabe por cuánto tiempo.
Argentina, por su diversidad climáticas, con las cuatro estaciones que en ese aspecto se diferencian claramente, todavía no entró al invierno, al menos si nos guiamos por el almanaque, pero sí queda claro, por estos días, que el período más frío del año ya nos hace sentir su rigurosidad.
Es probable que los ascensos de temperatura nos otorguen algo de tregua. Eso sucede habitualmente, pero todos debemos estar preparados para afrontar la crudeza que nos impondrán, seguramente, los últimos días de junio, el mes de julio y buena parte de agosto.
No se trata de una reflexión antojadiza. Es simplemente, una cuestión que está relacionada con una época que en un país tan extenso, se advierte, en mayor o en menor cuando la sensación térmica no admite una doble lectura, porque el cuerpo de ninguna manera puede disimularlo.
A esta altura de las circunstancias, se juzga oportuno recordar que se expresó hasta el cansancio de la importancia que debía asignársele a la campaña de vacunación, para llegar al invierno con la mayor cantidad de inoculaciones aplicadas.
En realidad, ese anuncio, que se realizó en reiteradas ocasiones, no se cumplió plenamente. Por negociaciones desafortunadas, por incumplimiento de la gran mayoría de los proveedores o porque la política sanitaria dejó más dudas que certezas en algunos temas muy sensibles.
El país viene transitando, desde hace muchos años, por un camino de extrema sinuosidad por los desaciertos de quienes fueron elegidos por el pueblo. Hoy, una muy buena parte de nuestros gobernantes, parecen estar más preocupados por las elecciones de medio término, que las dificultades que sigue generando esta pandemia que causó estragos a nivel global.
No es coherente, ni mucho menos aconsejable, en estos tiempos, priorizar los intereses partidarios en desmedro de la salud. Sería bueno que todos puedan entenderlo.