Desde que tengo memoria, el piano. Mi mamá tocaba el piano, como las mujeres de esa época, y mi tía era maestra de piano. Viví en el barrio de Colegiales. De chico -no me acuerdo- pero me dicen que a los tres años me subía al taburete y tocaba, entonces mi primera maestra fue mi tía Chola -que partió hace poco- pero eternamente le agradecí porque me quería mucho -yo soy el varón mayor de la primada- y pensó acertadamente que todas las teorías y solfeos eran engorrosos para un chico tan pequeño, entonces me enseñó música jugado. Y hacía canciones. Y yo me aprendía las canciones, me aprendía la letra, y con eso me enseñaba. Entonces mi tía me enseñó esto de música y juego. Tal vez eso en un sentido no tuvo el rigor en el aprendizaje, pero eso me lo atribuyo más a mí que a ella. Y creo que eso es imprescindible. Lo tuve después pero no es lo mismo. Tuve estudios serios, tuve buenos maestros.
Qué es un aprendizaje riguroso
Lo mismo que en cualquier disciplina. Ese aprendizaje riguroso te permite después hacer lo que quieras. Te deja las manos libres. Porque las carencias en ese sentido son como discapacidades. Y uno podría decir: bueno hay gente que lo supera igual, pero los que pasan por encima de estas dificultades son muy pocos en relación al número total. La música estuvo un poquito de costado, yo estuve muy conectado. Nunca hice conservatorio. Tuve maestra de piano hasta el secundario. Después dejé porque además descubrí el jazz. Incursioné con otros instrumentos. Toqué un poco de todo: clarinete que fue el instrumento predilecto, trompeta. Con el tiempo cuando agarré el trombón tuve unas clases con un amigo. Cuando se me dio con el saxo tomé unas pocas clases con Hugo Pierre, y después sería compañero de él. Y tuve la suerte de toparme con maestros.
Un maestro para destacar
La hermana de un compañero de facultad, que vive en Inglaterra hace mucho, muy buena pianista, me sugirió que vaya a estudiar con su maestro de piano. Me presentó a Ervin Loister, un sabio, y extrañamente me tomó. Y me enseñó muchísimo. Siempre lo cuento y le agradezco porque un día estábamos viendo Haydn, y dije alguna estupidez de las tantas que decía, y además era muy chinchudo el viejo Loister, y te pegaba en la cabeza. Y me dijo con su acento extranjero: “Lo que pasa que vos no sabés lo que es la música”. Una cosa así no me lo esperaba. Y con un hilito de voz le dije: ¿Y qué es la música? Y el viejo me muestra el puño cerrado y me dice: “tensión, distensión” mientras lo cierra y lo abre. “Donde hay esto -me muestra el puño cerrado- hay música, donde hay esto -lo abre- no hay nada”. Siempre digo que ahí empecé a escuchar la música en colores. Porque la empecé a escuchar en términos de tensión-distensión. Del manejo y la pulsación. Cuando a veces se discute de la división de la música, si tuviera que haber una división, debería ser entre las que tienen pulso y las que no tienen pulso. Porque todo lo que pulsa está vivo, y lo que no pulsa está muerto. Ese ha sido mi camino, muy irregular, muy desordenado en algún sentido.
A la par hubo una carrera universitaria
Sí, estudié arquitectura. Porque en aquella época no cabía la música como profesión, por lo menos en mi núcleo familiar. Trabajé algunos años de arquitecto, pero no era lo mío, no tenía la pasión por la arquitectura, sabía el oficio. Un querido amigo, Santiago Kovadlof, tremendo poeta, tremendo pensador, una vez me dijo una cosa que me iluminó. Se refería a los escritores pero yo creo que se refiere a cualquiera que esté en una disciplina. Dijo: “Un escritor no es alguien que escribe, es alguien que no puede dejar de escribir”.
Cuando me propongo ser músico. Qué quería hacer
Producto de casualidades, casualidades, casualidades, dejé la profesión como arquitecto en enero del setenta y uno, sin nada alternativo. A los pocos meses, en Mar del Plata, casualidades, casualidades, casualidades, en marzo de ese año entro en Les Luthiers. Eramos unos aventureros, y era la diversión, había tipos de formación -Carlos López Puccio, Carlos Núñez Cortés, el flaco Gerardo Masana que era arquitecto- y ahí en Les Luthiers aprendí muchísimo, muchísimo. Porque recuerdo que cuando entré fue en lugar de Marcos Mundstock como presentador, pero como sabía tocar, también tocaba. Y en ese movimiento, yo venía de la arquitectura donde el trabajo grupal era todo. Ahí propuse el trabajo grupal y se estableció un criterio de sacar el mayor partido de cada uno, entonces como decíamos siempre, no tiramos la flecha al blanco, nosotros primero tiramos la flecha y después le pintamos el blanco. Y aprovechábamos al máximo las posibilidades de cada uno. Fui muy firme y después lo apliqué en La Banda Elástica: nunca pedir más de lo que se puede. Pero dar todo lo que se puede. Estuve en el conjunto hasta el ochenta y seis cuando supe que eso ya no lo quería. Había mucha repetición, muchas recetas, recetas seguras, y para mí el grupo era lo nuevo, que fue lo que le hizo el nombre. Nosotros empezamos a hacer bromas con Wagner, hacíamos bromas con Rachmaninoff, y esa fue la esencia del grupo, que podíamos hacer tango, y bolero también.
Hacia dónde fue mi inquietud
No tenía nada seguro, pero en eso confiaba. Algo va a salir. No sé qué, pero algo saldrá. Me metí en publicidad, en el mundo de los jingles. No funcionó porque los hacía en serio y me pedían otra cosa, y no tenía el talento de otros grandes músicos. Y después de casualidad total fue lo de La Banda Elástica. Se juntaron muchas cosas. Jorge Navarro tenía un trío, entonces un día charlando, yo extrañaba tocar. Me acuerdo que nos juntábamos bastante, íbamos a un boliche de Palermo, y hablando con Navarro dijimos de hacer un grupito: el trío de él, yo y algunos que llamamos. La idea era hacer variantes y no estar siempre con la misma formación. Y tocar todo lo que nos gusta. Y la casualidad total: un día fui al Teatro Cervantes, le conté al director que teníamos la banda, y me invitó a hacer una presentación ahí en horario central. Conseguimos una nota de tapa en Clarín, no teníamos ni nombre, muertos del susto, pensando en invitar gente, la prensa y la familia. Cuando pasamos la segunda lista de invitados nos avisaron que estaban todas las entradas vendidas. Había gente sentada en el suelo en los pasillos del Cervantes. No nos imaginábamos eso. Y ahí empezó todo. Pero tuvo mala suerte, la banda nació tarde desde el punto de vista cultural. Cuando empezó la banda en el ochenta y ocho, con el valor de una platea pagabas cuatro centímetros de publicidad en Clarín, cuando terminó la banda necesitabas cuatro plateas para pagar un centímetro. Había aumentado dieciséis veces en el valor absoluto. Allí aparecieron los auspiciantes de los músicos que antes no existían. No daban los números. Se empezó a resquebrajar y me fui en el noventa y tres, en ese sentido tal vez no he sido justo, pero no me resigno a resignarme. Cuando me dicen que tengo que volver a formar La Banda Elástica les recuerdo que se fueron cuatro -fallecidos- y cuando me dicen que lo haga con otra gente les digo que no es lo mismo. La Banda era los que éramos. La personalidad de cada uno, no un dibujo. Por eso los reemplazos no me gustan.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Ernesto Acher