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Lejos de ser un castigo fue un premio para la selección trasladarse a Rosario

Por Víctor Hugo Fux

Argentina e Italia habían sellado su pasaporte a la segunda fase antes de enfrentarse para definir el Grupo A en el estadio Monumental. Ambos seleccionados habían ganado sus respectivos partidos contra Hungría y Francia, sus rivales en la primera ronda de una Copa del Mundo que convocó a solamente 16 equipos.

Argentinos e italianos debían establecer el ordenamiento definitivo en la tabla. El primero continuaría en Buenos Aires y el segundo se trasladaría a Rosario. El gol de Roberto Bettega para los europeos terminó enviando al equipo de César Luis Menotti al "Gigante de Arroyito", el remodelado estadio de Rosario Central.

Acreditado por el Diario La Opinión y con la fortuna como aliada tuve el privilegio de cubrir los partidos contra Polonia, Brasil y Perú, los otros integrantes de un cuadrangular que habilitaría al primero a jugar la final y clasificaría al segundo para el encuentro por el tercer puesto.

Viajé solo las tres veces en mi confiable Fiat IAVA, aquella suerte de "auto fantástico" para mí, nacido de la creatividad de ese genio rafaelino que es el ingeniero Juan Carlos Fisanotti... por la Ruta 34 y sin escalas hasta el estacionamiento de prensa, en el bulevar Avellaneda y a un costado del Río Paraná.

La historia de Argentina y Polonia se puede resumir con dos hechos puntuales en una misma jugada: la mano de Kempes para salvar su arco -hoy sería expulsión por último recurso- y el penal que Fillol le atajó a Deyna.

Los dos goles del "Matador", aquel cordobés que fue idolatrado por los hinchas "canallas" y que había dejado su huella en ese mismo escenario, fue determinante en un resultado imprescindible para mantener viva la ilusión.

El clásico sudamericano frente a Brasil, que había derrotado a Perú en el otro duelo de la primera fecha, no tenía margen de error para ninguno.

Los dos equipos lo asumieron con extrema cautela y aunque el "Pato" fue el que debió trabajar de manera impecable en apenas un par de intervenciones para mantener en cero el arco nacional, fue empate sin goles, por lo que la definición quedó abierta para el cierre del grupo.

Brasil venció sin dificultades a Polonia y le trasladó la presión a la "albiceleste", que debía superar por al menos cuatro goles de diferencia a los peruanos. Si lograba ese objetivo, accedería al encuentro por el título. El resto es historia conocida. Fue un 6 a 0 contundente, en un juego que al principio vivió con algunos sobresaltos el local, pero que resultó llamativamente sencillo en el complemento.

Ese marcador abultado -y que nunca dejará de levantar sospechas- era el que Argentina necesitaba para medirse en la final con Holanda, en el regreso de la selección nacional a River, ese templo del fútbol que el domingo 25 de junio se vería desbordado por unas 80.000 almas que festejarían la obtención del primer campeonato mundial.

El cariño y el aliento que recibieron los capitaneados por Daniel Passarella pasaría a formar parte de la maravillosa experiencia rosarina. El momento de volver a Buenos Aires había llegado después de sufrir hasta el último juego de la segunda fase.

Argentina sería protagonista del ansiado partido número 38. El que le bajaría el telón a la primera Copa del Mundo disputada en Argentina.

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