Sociales

Las viejas 500 Millas de Atlético de Rafaela

Cómo olvidarme de ellas, si es parte grande de la historia de Rafaela. Hace un tiempo, mientras leía un ejemplar del diario “LA OPINION”, en una de las páginas me encontré con un muy bien logrado dibujo de aquel famoso “Pajarón”, como lo llamaban. Lo acompañaba una nota muy bien lograda, explicando todos los detalles técnicos, mecánicos y artesanales de aquel “monstruo”, que durante tantos años surcara los campos de nuestra máxima prueba rafaelina. Lo recordé como el prototipo de aquella época. Una gran nostalgia se apoderó de mí, lo leí en voz alta, tanto mi esposa como mi sobrina, que me escuchaban, no entendieron, por supuesto, lo que eso significaba para mí.

No quiero extenderme con este relato a la faz deportiva, dado que muchos “especialistas” en la materia, han redactado muy buenas notas al respecto. Yo sólo quiero recordarlo como un hecho humano, nostálgico, de luchas, fracasos y alegrías, hombres robándoles horas al descanso, a la familia y muchas veces a su bienestar, preparaban pacientemente, como podían, durante meses un auto de carreras, para que luego él mismo lo condujera, acompañado de un amigo del barrio, un hermano o un mecánico del taller.

Todo ese clima lo viví en mi época de niño y casi adolescente. Tiempos donde la televisión no existía y los diarios y revistas llegaron muy poco, allá en el campo donde yo vivía. Pero cuando mi padre me decía: “El domingo corren las 500 Millas”, yo a partir del lunes empezaba a mirar la ruta para divisar a aquellos “bólidos”, que en el transcurso de la semana irían pasando para Rafaela. A veces, con mi inseparable “Petisa” me acercaba a la ruta Eusebio Marcilla, y de tanto en tanto, luego de largas esperas, veía pasar algún corredor, despacito o remolcado por otro coche.

Mi padre me decía siempre que muchos venían en su auto de carrera, marchando, para “ablandar” el motor, yo de eso no comprendía mucho, lo que sí experimentaba en mi pequeño mundo de pibe, era el “clima”, el entusiasmo, hombres valerosos, valientes, que en pos de una pasión muchos entregaron su vida, montados en autos veloces, con las mínimas seguridades, sentados a veces con medio cuerpo afuera de la máquina, con neumáticos comunes. Era toda una aventura correr en esas condiciones.

¡Y lo que era Rafaela para esos días, ni se lo imaginan!

En esos tiempos concurría a una escuela en Rafaela, esa semana previa a la carrera, la gente no hablaba de otra cosa. En todos los rincones de la ciudad era el tema obligado, ¿qué pasará el domingo? En la calle, los talleres, los clubes, hasta en la escuela, en todos lados oías “gana Brosutti”, o “gana Blanco”, decían otros y otro localista, “gana Fanto”. Eran las luchas de los hombres, de los hombres y de las marcas. Para venir a Rafaela, decía mi tío Silvio, tenés que tener un auto veloz, pero sobre todo que te aguante las 190 vueltas, durante más o menos 6 horas de carrera. Tenían que girar y aguantar también el corredor, cara al viento, con una gorra de tela y un par de antiparras; cuántas veces terminaban exhaustos, llenos de tierra y aceite que el motor les iba tirando. Era una verdadera proeza con sólo terminar la carrera, no importaba el puesto en que llegaban, lo importante era llegar... Infinidad de anécdotas, algunas tristes, otras risueñas, fueron acumulándose en la rica historia de las 500 Millas de Atlético.

¿Qué acontecimiento teníamos los rafaelinos tan importante como para compararse con este? Ninguno, y todavía hoy lo seguimos rememorando. Los tiempos han cambiado, nueva pista, nuevas máquinas, muchas seguridades, pero aquello era tan distinto, la bohemia, el lirismo, la sabiduría gaucha, con sus noches de sueño y mate en los viejos talleres con paredes sin revocar, hilvanando ilusiones. Carreras truncas, alegrías y amarguras. Olor a aceite y grasa. La vieja historia de esos hombres que se brindaron por el espectáculo soñando, tal vez, que el Ing. Báscolo les bajara la de a “cuadros”. Nada más que eso... Si hasta me parece todavía ver cuando llegaron a Rafaela desde Francia, nada menos que el “Chueco” Fangio, el “Cabezón” González y Rosier, a bordo de esas máquinas color azul, las “Talbot”, ¿las recuerdan? En esa oportunidad Fangio se encontraba probando la máquina, al volver al abastecimiento aminoró la marcha, pero no pudo evitar que un fanático de aquellos tiempos, quisiera abrazarlo y se abalanzó sobre él, para poder solamente tocar al ídolo, eso le costó unos cuantos golpes, pero no le importó, pudo lograr su objetivo.

Las noches en el garaje de mi tía, allá en la calle Las Heras, cuando Brosutti y su hermano pasaban la noche probando el motor o Fanto, nuestro querido Fanto, en su taller de Güemes y Sarmiento, entre asado, vino y mate, preparaba su Mercedes, para luego hacernos quedar bien a todos los rafaelinos.

Tantos recuerdos, a veces creo que Rafaela está en “deuda” con ese evento, qué sé yo, tendríamos que hacer algo grande, que perpetúe para siempre a esos pioneros.

Cierta vez estuve en Buenos Aires hablando con un señor, me preguntó “¿De dónde es usted?”, “De Rafaela”, le contesté. Pensó un rato, “Ah, de Rafaela, donde corren las 500 Millas”. Eran y serán nuestro punto de referencia.

Mi padre acostumbraba concurrir a las eliminatorias y yo cuando podía “colarme” iba con él. Se disputaban los sábados por la tarde. El decía que había más velocidad que en la carrera propiamente dicha y creo que tenía razón, pero a muchas carreras también me traía, junto a mi madre, mis tíos y mis primos, con el infaltable “chorizo” en grasa y el asado, eso fue un poco el “folclore” de este acontecimiento.

Pasó el tiempo, la pista la trasladaron al lugar actual, ya no se podía correr en un circuito de tierra, un camino rural, que quince días antes, un grupo de esforzados dirigentes le pasaban la “Champion”, como se decía, la alisaban, regaban y la pista estaba lista. Pero perdió la “esencia” diría, como una pelea sin “nocaut”, quedó sin motivaciones, “murió” para los viejos “tuercas”.

Hace poco tiempo, una tarde tomé por la prolongación de Bv. Roca, como para ir a mi quinta pero no doblé, seguí derecho, al llegar al próximo kilómetro, allí, solo, el pequeño monolito, muy pequeño para tan grande historia...

Tomé por donde estaba la curva, allí donde Scandroglio terminó sus sueños de volar con el “Pajarón” o Rudi Ayala o Italo Bizzio, que se fueron también en esa curva. Seguí por la recta, el camino estaba casi destruido, el escenario donde una vez al año, corredores de gran parte del mundo, venían y se jugaban durante 190 vueltas... casi nada ¿no? Vi a un chico, más o menos con la misma edad que yo tenía en aquellas épocas, estaba solo, cuidando, a lo mejor algún animal. Me quise parar y decirle “Che pibe, aquí hace muchos años los coches pasaban a 180 km/h”, pero no, para qué, él no me hubiera comprendido, era tan distinto todo eso. Tomé lo que era la otra recta, allí donde Blanco batió todos los récords en el año 1948, era lo mismo, yuyos y un pequeño sendero. Recorrí todo, llegué a lo que era la recta principal, calculé más o menos dónde se levantaba la vieja “pasarela”, aquella que todos los años, don Luis Remonda, con un puñado de muchachos, armaba pacientemente.

Me imaginé escuchar el ruido de motores, aunque todo estaba en silencio, me pareció ver los brazos en alto de los fanáticos, la bandera a cuadros, los sombreros al aire, todo, lo vi a Blanco, a Brosutti, a Fanto, a Fangio, a Chiozzi, con el bimotor, el viejo Cataudela, el “Pajarón”, a Bizzio, a Gulle, en la línea de largada, con el grito de Luis Elías Sojit, que por Radio Splendid gritaba: “¡Largaron, largaron!”. Hasta me pareció ver a la gente detrás del alambrado, a mis padres, mis tíos, todos rodeando al “churrasco” y me fui despacito, mi última mirada fue al “monolito”, triste testigo de una época que se fue... que se fue, pero deja calado muy hondo, en el niño como yo, niño que soñando con esos grandes del ayer, corría con su autito “a Piolita”, hecho por mi padre, emulando tal vez a Brosutti, a Fanto o a Blanco.

Apreté fuerte el acelerador de mi coche, como si quisiera dejar atrás el pasado, pero un poco también recordando mi sueño de corredor de alguna vez...

Casi no me di cuenta, estaba ya en los semáforos de la Ruta 34.

Este emocionado, humilde y sincero homenaje se los dedico a “todos” los que hicieron grande a las 500 Millas de Rafaela.

Escrito en septiembre de 2006.

Autor: Oscar Pautasso

Estás navegando la versión AMP

Leé la nota completa en la web