Ayer se conocieron los índices de la pobreza en la Argentina, ratificándose las especulaciones que manejaban desde hace algún tiempo las distintas entidades y organismos relacionados con ese preocupante tema, que golpea con una fuerza tremenda a nuestra sociedad.
De acuerdo con el informe del INDEC (ver nota en página 4), la cifra trepó al 40,9% en el relevamiento general a nivel país, en una época de complejidad extrema como consecuencia de la pandemia del Covid-19.
Pero los números son más elevados en el conurbano, un sector históricamente relegado, donde el 47,5% de las personas forman parte de ese segmento.
Sin embargo, donde más se advierte ese lamentable fenómeno es el rango más vulnerable, la niñez, donde los valores llegan al 56,3%, contabilizándose los menores de 14 años.
Se habla, en todos los análisis de una pobreza estructural, que lamentablemente se viene manifestando desde hace varias décadas, por las deficientes políticas económicas y sociales del Estado.
Está claro que se trata de otra pandemia, que se suma a las ya mencionadas en reiteradas ocasiones en esta misma columna: la sanitaria, la económica, la corrupción y la inseguridad.
No son pocas cuestiones en un mismo país, donde por si fuese insuficiente, las diferencias entre el oficialismo y la oposición son cada vez más profundas.
La pobreza, sin embargo, es un problema que requiere de una solución, que a esta altura de las circunstancias, debe aceptarse como perentoria, de manera especial porque está en juego el futuro de las generaciones que nos sucederán.
Cuando hablamos de ese tema, no solamente tenemos que detenernos en los números, sino que además no debemos perder de vista la desnutrición, que se manifiesta en los más pequeños.
Un hecho que debe comprometer a las autoridades a introducir modificaciones sustanciales en los programas alimentarios, que a la luz de los hechos no son eficientes, ni tampoco suficientes, para dar respuestas concretas a necesidades básicas en un tema definitivamente sensible como pocos.
Por supuesto que la pobreza no se advierte solamente en Argentina, sino que también se observa en otros países latinoamericanos, que vieron agravadas sus situaciones en los últimos meses por haber sido afectados por el coronavirus, que ensancho la brecha entre los acaudalados y los más necesitados.
No obstante, como lo señalamos en el título, existe otra pandemia que creció exponencialmente este año. La desocupación, sin duda, es un aspecto que tuvo un disparador alarmante en términos porcentuales.
La caída del empleo, a partir del cierre de empresas, industrias y comercios, desde que el virus se instaló en este rincón del planeta, se incrementó en forma notoria, alcanzando marcas que también reclaman un informe tan preciso y contundente como el de la pobreza.
Desde el gobierno se insiste con una reactivación lenta, pero al mismo tiempo progresiva, que se puede comprobar en algunos sectores productivos, pero también es necesario señalar que otros están muy comprometidos.
El turismo, la hotelería y la gastronomía, por citar solamente tres ejemplos, no pueden recuperarse en las actuales restricciones. Son, entre otros, los más perjudicados, aunque no los únicos.
La reducción de sus respectivas actividades, obviamente, se vio reflejada en la inevitable baja en los puestos de trabajos, dentro de un panorama que, por ahora, no vislumbra una salida decorosa en el corto plazo.
Un informe elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), terminó encendiendo las últimas alarmas en la región.
El organismo, tras reconocer que las previsiones ya eran negativas antes de su pasada evaluación, asegura que serán todavía más complicadas durante el último trimestre, porque la pandemia del Covid-19, lejos de haber cesado, hoy sigue evolucionando en la mayoría de los países.
Evidentemente, la dificultad no alcanza solamente a Latinoamérica, sino que también se pone de relieve en otras naciones más poderosas, como Estados Unidos y varios de los integrantes de la Unión Europea.
La diferencia, claro, está marcada por el potencial de unos y otros, que en un tiempo relativamente breve se evidenciará en el repunte de las economías regionales.
Las consecuencias, indudablemente, las padecerán los más vulnerables, con pérdidas de ingresos, que conducirán a una desigualdad más pronunciada.
Mientras la CEPAL estima que la pobreza crecerá en aproximadamente 45,4 millones de personas este año, deja constancia que los números treparían desde los 185 millones relevados en 2019 hasta los 230 millones al finalizar el año.
Ese porcentaje equivale a un 37,3% de la población de América Latina y el Caribe, pero está por debajo del indicador que se conoció ayer en Argentina a través del informe proporcionado por el INDEC.