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Las jotas de Juan José Juncal

Tipo jodido había sido el “Trijotas”. Según la vieja Juana era un joven jetón, un jinete jactancioso, un jayán juerguista y jaranero y un jugador juzgado por el Juez Jacinto Jiménez por ganarle a don Jeremías, el jubilado, un jornal entero con dados cargados. Ella lo bautizó “Trijotas” pues su nombre completo era Juan José Juncal, “con jotas de gato” como él mismo sabía presentarse. Buen jinete; sabía montar con apostura un caballo negro, el “Juria”, indispensable para hacerse admirar de día y pasar desapercibido por las noches cuando se arrimaba a algún rancho donde una chinita esperaba una serenata… y algo más. Mejor cantor; la guitarra colgada a su espalda fue la llave que le permitía entreverarse en cuanto asado con o sin cuero viese humear en leguas a la redonda. La contra del “Trijotas” era el Comisario Justiniano Jáuregui porque lo tenía entre ojos; es que lo consideraba la oveja negra del pueblo y esperaba un nuevo tropezón de Juan José para adosarle otra jota más, la de justicia.

Así estaban las cosas en Colonia Jacarandá cuando la visitó el candidato a diputado provincial Doctor Javier De la Jarra. Este veleta, mal político y peor orador, cuyo título doctoral le fuera otorgado por cierto falsificador preso a cambio del indulto y un cargo gubernamental (si ganaba las elecciones) llegó, saludó a los partidarios y dio comienzo de inmediato a los actos declarando abierta la sección de manducación de empanadas criollas. Enseguida todos levantaron sus copas de vino aprobando por unanimidad el jugoso asado a la estaca, eso después de escuchar el patriótico brindis dedicado a los esforzados asadores por parte del candidato. Alguien le advirtió que al menos hiciese otro por sus entusiastas futuros votantes y en eso estaba cuando, atraído por el humo, llegó Juan José Juncal al convite. Se adelantó sonriente y, sin preámbulos ni presentación, abrazó su instrumento y cantó:

“Doctor Javier De la Jarra

Hombre recto y magistral

Este cantor con guitarra

Siempre ha sido radical

Y hoy le pide insistente

Un puestito de intendente

O comisario, le da igual.”

El emocionado “doctor” abrazó al poeta y con voz quebrada proclamó “¡dalo por hecho muchacho!” lanzando así la candidatura de Juan José a intendente o comisario, daba igual. Exaltado por los versos del juglar criollo el candidato político, en cívico arrebato oratorio, prometió ensanchar el arroyo “El jagüel” para hacer en él un puerto cerealero siempre y cuando lloviese tupido. Un paisano gritó “¡mejor una usina pa´ tener luz!”, a lo que el doctor le contestó que los liberaría de la oprobiosa oscuridad dando a luz esa luz después de ser elegido diputado. La cuestión fue que, desde ese día, Juan José Juncal, alias “Trijota”, anduvo de boina blanca hasta para dormir.

Crealo; Javier de la Jarra ganó su puesto en la Cámara gracias a algunas inocentes triquiñuelas y ayudado por los más de cien votos que Juan José se ocupó de agregar en la urna del pueblo. Al día siguiente, bien temprano, ya estaba el de las jotas en la legislatura reclamando el puesto prometido… el flamante diputado le creó el cargo de “milico” en Colonia Jacarandá “para que te hagas comisario empezando bien de abajo, muchacho”, le dijo.

El comisario Jáuregui recibió la notificación y, una vez recuperado del inevitable pico de presión, no tuvo más remedio que aceptar al nuevo agente. Juan José escuchó la arenga del superior que se preocupó en remarcarle cuán recta debía ser la senda a transitar bajo su mando; “mirá jilguerito” le dijo “de desviarte un poquito nomás vas a ir a cantar con todas tus jotitas a la jaula de la comisaría”. Él lo escuchó decidido a suplantarlo a la brevedad y comenzó a avanzar por esa senda sin derramar ni una gota de los mates amargos que hubo de cebarle de allí en adelante a Justiniano Jáuregui. La cosa se desmandó cuando Juan José Juncal conoció a la novia del comisario, la Jacinta Jinéz; quedó flechado soñando con agregar a sus tres jotas las dos de la niña. Y puso entonces su mente taimada a trabajar.

Cosas raras acontecieron entonces en Colonia Jacarandá. El Padre Jaime Jordán, invitado a almorzar por el Comisario Jáuregui, descubrió en el gallinero de la comisaría sus dos gordas batarazas robadas días antes. Inútilmente Jáuregui juró que era la primera vez que veía tales aves en su gallinero; acusado y condenado desde el púlpito quedó trunca la amistad entre ambos referentes pueblerinos. Poco después la volanta de Juanjo Jeréz, el intendente, perdió la rueda frente a la comisaría (justo luego de visitar al comisario) y el funcionario mordió el barro de la calle principal recién regada. Entonces fue que otra amistad se acabó cuando el embarrado Jeréz vio sobre la mesa del comisario la tuerca faltante de la rueda fugitiva. Inútil clamar inocencia; aliados sacerdote e intendente lograron el traslado de Jáuregui por sus acciones subversivas instalando a Juan José Juncal al frente de la comisaría.

Esa noche, creyéndose liberado de su oponente, se arrimó al rancho de la niña montado en el “Juria” buscando esas dos jotas deseadas. Como comisario ordenó abrir la puerta en nombre de la ley, como cantor le dedicó un valsecito y, como enamorado, le pidió a la Jacinta si quería ser su mujer. Ella se asomó brindándole un rotundo ¡no! Enojado Juan José le enrostró que por ella había cometido esta, esta y esta otra jugarreta nada más que para alejar a Jáuregui de su lado. Pareció ablandarse el corazón de la Jacinta al oír tal confesión porque, sonriente, esta vez dijo sí. Desmontó presuroso el galán y, en el vano de la puerta, lo esperaban los brazos abiertos… del nada sonriente Justiniano Jáuregui. En fin; volvió Juan José Juncal al pueblo esposado, sin caballo ni guitarra, entre humillado y julepeado. Allí el Padre Jordán y el Intendente Jeréz escucharon su detallada confesión y su promesa de ser juicioso en adelante… pero en otra jurisdicción. Partió entonces el “Trijota” de Colonia Jacarandá (en busca del Doctor De la Jarra y otro puesto) y al comenzar esa, su justificada primera jornada al exilio, dejó atrás al “Juria”, a las jotas de la Jacinta Jinéz y dos más aún, las de jinetas de jefe. Lo despidieron las jaculatorias del Padre Jaime Jordán, un jubiloso Justiniano Jáuregui, un jocoso Juanjo Jeréz, y él, con su jergón al hombro, bien jorobado y justificadamente jaqueado, se fue del pueblo jineteando un jamelgo prestado de pelaje blanco jaspeado seguido por dos perros jadeantes. Con su prestigio hecho jirones, se alejó jurando no volver jamás, “ni cuando me jubile de jerarca” se dijo.



Autor: Orlando Pérez Manassero

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