La Palabra

Las historias del lugar

Las historias del lugar*

por María Zunilda Brazeiro - testimonio (Buenos Aires)

La tercera es la vencida

Un vecino de la zona sufría catalepsia pero nadie sabía que padecía esa enfermedad. Se llamaba Catalino Chávez, un buen día avisaron que se había muerto. Lo velaron veinticuatro horas como era normal en los fallecidos. A algunos les hacían bóveda, a otros los enterraban en la tierra y a este señor le habían hecho la bóveda para sepultarlo. Habíamos ido con mis hermanas al velatorio, y cuando íbamos llegando al cementerio, unos cincuenta metros antes, se escucha un ruido y era que el muerto no estaba muerto y había revivido. Pararon el carro, bajaron el cajón al piso, lo abrieron y él estaba despierto. Una vez abierto el cajón, él se sentó y pedía que le den un poco de agua. Normalmente en el campo no se acostumbra a cerrar totalmente el cajón en la casa de familia donde se vela, lo hacen a medias y lo terminan de cerrar en el cementerio. En esa época la ciudad para ir a comprar el cajón estaba lejos, entonces se hacían los cajones en la casa y se forraban con tela. De los presentes algunos se desmayaron, otras salían corriendo de al lado del “muerto”, y nosotros chicos queríamos saber qué pedía él después de tantas horas sin comer. Siguió haciendo su vida normal y vivió más o menos un año y medio así, después de eso. La segunda vez tenían duda si estaba muerto o no, pero como habían pasado seis horas y no reaccionaba decidieron velarlo. Después de pasar las veinticuatro horas de fallecido, lo estaban velando, y de repente se sienta en el cajón -sería la medianoche- tira todas las flores que tenía encima, las velas que se empiezan a quemar, porque en el campo le ponen candelabros con velas encendidas en el piso o si lo están velando sobre la mesa, al costado del cajón. Había un montón de personas de la zona y familiares, inclusive la mujer, cuando se sienta él en el cajón. Ella le dice: “¡Otra vez me engañaste!” Como si lo hubiera engañado con la muerte. Era gente muy conocida con mi papá. Estábamos con  mi hermana y el novio en el velorio. Primero fue que se movió una flor, entonces yo me asomé a mirar y veo que estaba moviendo la boca y los ojos, parecía que quería abrir los ojos. Cuando le dije a mi hermana me contestó “dejá de decir tonterías”. Y mi cuñado, cuando se levantó para mirar, el muerto se sienta en el cajón y se armó el revuelo otra vez. Ese cajón después lo tenía guardado con pertenencias de la casa. Pasaron dos años y pico y cuando se murió le velaron como cuatro días para asegurarse, pero esta vez trajeron un médico de la ciudad que confirmó el deceso. Y lo sepultaron cuando se empezó a hinchar y a descomponer el cuerpo.

Por mucho tiempo la gente se acordó de esta historia, ahora ya no. Nosotros éramos chicos pero siempre nos acordábamos entre hermanos. Y en la escuela jorobábamos con la muerte de Catalino Chávez.

Otras anécdotas de la zona

Nosotros le hacíamos tener miedo a la gente. Inventábamos personajes. En  mi casa siempre había criaturas chicas, bebé, entonces  había los pañales que se hacían de tela. Y cerca de nuestra casa, a unos quinientos metros había un cementerio, y todos tenían miedo del cementerio a la noche, aun de día, pero a la noche, sobre todo cuando estaba feo el tiempo,  más. Con mis hermanos en la época de verano cuando había seca llevábamos al río Miriñay los animales a la mañana para que tomen agua, se refresquen las vacas, las ovejas, los caballos. Pero pasábamos por entremedio de dos chacras de los vecinos. Y cuando veíamos las plantas de melón o las plantas de sandía que estaban floreciendo le marcábamos en dirección de qué poste del alambrado estaba la flor, sabíamos cuántos días tardaba una sandía o un melón para madurar. Entonces, de ese lado del alambrado que nosotros pasábamos, el alambre estaba tensa que tocabas en una punta y el alambre sonaba hasta doscientos metros, pero por el otro lado que había un montecito había árboles y yuyos y mis hermanos le entraban por ese lado, pero nosotros íbamos al cementerio un día y estaba la sandía que habíamos marcado y habíamos visto al dueño de la chacra cuando se iba. A la tardecita cuando él volvía estaba feo el tiempo como para llover, con unos relámpagos. Fuimos al cementerio y yo pasé de un montecito a otro haciendo volar con el viento que había el pañal y este hombre se asustó y se metió en la casa creyendo que era un fantasma mientras mis hermanos se metieron en la chacra, le robaron la sandía y la fuimos a comer al cementerio. Si mi viejo o mi vieja hubieran llegado a enterarse sabés lo que nos hacían…

Luces asombrosas

Había montones de cosas. Había un lugar donde decían que siempre aparecía una luz que era entre medio de dos campos donde pasaba un camino vecinal. Decían que había un fantasma y nosotros dijimos “vamos a ver si es cierto que hay un fantasma”. Y justo venía el novio de una prima mía que se había emborrachado en el almacén antes de la entrada del camino, y había llovido grande, lleno de agua por todos lados y él venía caminando. Y nosotros que habíamos ido a buscar las vacas, de noche y con la linterna le hacíamos luces y el tipo se asustó. Se perdió en el campo y apareció al otro día en la casa de la novia todo mojado. Esas eran las anécdotas que teníamos.

*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a María Zunilda Brazeiro

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