La información es un insumo estratégico para la toma de decisiones y la implementación de acciones en todos los órdenes. Cuando en una ciudad, una provincia o un país se advierte un problema, como puede ser el déficit habitacional o la falta de conectividad, las autoridades buscarán diseñar una solución y para ello deben contar con datos básicos que permitan, primero trazar un diagnóstico, y segundo planificar un programa de viviendas o de tendido de fibra óptica. Esos "datos básicos" surgen de relevamientos de campo que luego se procesan y dan lugar a estadísticas, algo así como una fotografía actual de lo que sucede en la economía, en la educación o en el área social. Entonces hoy evaluamos la situación actual de sectores como automotor, lechería, inmobiliario o metalmecánica con un sistema estadístico que posibilita la comparación con años anteriores, analizar el impacto de políticas específicas (como créditos o beneficios impositivos) o el daño que causan las crisis. Por tanto, la estadística se ha constituido en una herramienta importante en los procesos de investigación, puesto que permite planear, recolectar, organizar, representar, interpretar y analizar la información referente a individuos u observaciones de un fenómeno.
Por caso, actualmente la pandemia de Covid se mide a través de distintos indicadores. Los primeros dan cuenta de la cantidad de contagios, personas recuperadas y víctimas fatales. Los segundos avanzan sobre el sistema de salud, en cuanto a su disponibilidad de camas de internación tanto en sala general como en terapia intensiva, campañas de vacunación y mucho más.
Pero en este marco de emergencia sanitaria, las estadísticas a veces avanzan como pueden, con errores a cuestas. La cuestión ha quedado en evidencia esta semana cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) estimó que las cifras reales de muertos por coronavirus son 2 ó 3 veces mayores que las oficiales, que se sitúan en torno a los 4 millones de personas desde que se detectaron los primeros casos a fines de 2019 en China. Así lo señala el Informe de Estadísticas Sanitarias Mundiales de 2021 que publica la organización, según el cual sólo el año pasado la Covid-19 provocó al menos, tres millones de muertes directas o indirectas, muy por encima del balance oficial de decesos atribuidos al virus en ese período, que gira en torno a 1,8 millones. Por eso se puede afirmar que las estadísticas son relativas.
En este escenario, existe la certeza de que muchas personas murieron por el impacto de la pandemia en los sistemas sanitarios, que tuvieron que interrumpir los tratamientos de enfermos crónicos y limitar al máximo la atención de pacientes. Del mismo modo, la emergencia del coronavirus disuadió o impidió que otros acudieran a los hospitales, es decir la pandemia también ha evitado decesos. En este sentido, han fallecido menos personas por gripe al reducirse los contactos sociales y también se han producido menos muertes en carretera al limitarse la movilidad.
En América, el número real de muertes relacionadas con la enfermedad se habría situado en 2020 entre 1,2 y 1,5 millones, en lugar de las 900.000 reportadas, según las estimaciones realizadas por la OMS en el marco de la preparación de sus Estadísticas Sanitarias Mundiales y que se basan en gran medida en modalizaciones matemáticas. En Europa los decesos se habrían situado entre 1,1 y 1,2 millones, es decir, el doble de las 600.000 registrados. Y eso que América y Europa son las regiones que ofrecen información más completa sobre las tasas de mortalidad a nivel nacional en 2020.
Esta diferencia entre lo que los expertos denominan "sobremortalidad" o "exceso de decesos" y el balance oficial de muertos vinculados al coronavirus -que es la sumatoria de las cifras que informan los países-, se debe a varios factores. Además de que algunas naciones notifican los decesos con retraso, también hay personas que mueren sin haberse sometido a ningún test de diagnóstico, mientras que otras fallecen de enfermedades diversas que no fueron tratadas por miedo a ir al centro de salud (a causa de las medidas de confinamiento) o porque la alta demanda hospitalaria imposibilitó su tratamiento. La sobremortalidad nos ofrece una mejor imagen, pues da cuenta de esos efectos directos e indirectos, declaró William Msemburi, analista en el departamento de datos de la OMS.
La OMS agregó que dado que el 90% de los países informaron sobre interrupciones en los servicios de salud esenciales y el 3% de los hogares gastaron más del 25% de su presupuesto en atención médica en 2015, la cobertura universal de salud tiene mayor riesgo de quedarse atrás. El Covid-19 impacta desproporcionadamente a las poblaciones vulnerables, y las que viven en entornos superpoblados corren un mayor riesgo. La falta de desglose de los datos contribuye a resultados de salud desiguales, y solo el 51% de los países incluye datos desglosados en los informes estadísticos nacionales, enfatizó la OMS.