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Las ciudades después de la pandemia

Está claro que ante esta situación incierta, duradera o pasajera, las ciudades deben cambiar.

La Buenos Aires post-fiebre amarilla es una ciudad completamente diferente, en lo urbanístico, a su predecesora, sin lugar a dudas, marcando un gran paso hacia delante con respecto a la ciudad histórica. Es a fines del siglo XIX cuando se introducen grandes cambios estructurales siguiendo las tendencias de las grandes de Europa, donde París, se ubicó una vez más en la cresta de la ola y fue el ejemplo a seguir.

En Buenos Aires, (1871) huyendo del amontonamiento las clases medias altas y altas se van de los barrios del centro (Monserrat, San Telmo, Barracas y La Boca), tal como lo volvieron a hacer no hace tanto tiempo, algo mas de cien años después, siguiendo un ideal de vida suburbana, creando los countries, clubes de campo y ciudades-pueblo. La idea de salud siempre estuvo relacionada con una idílica vuelta al campo”.

Ese abandono del centro hacia la periferia, en el Buenos Aires del siglo XIX extendió la ciudad creando los barrios de La Recoleta, Palermo y Belgrano, situación que provocó un cisma social con un sur de pobres y un norte rico para sectores socio- económicamente más acomodados.

El final de esta historia es que tiempo después se descubrió que la transmisión de la fiebre amarilla no se da por las altas densidades, sino por un mosquito, de la misma especie que el que transmite el dengue, él era el transmisor de la fiebre amarilla.

Un travieso mosquito como aquel, hoy transmite el dengue, el sika y el chikungunya, provocando enfermedad y muerte como el mismísimo coronavirus. Ese dato no es posible analizar con precisión por que los medios están absorbidos por el covid-19, y esa investigación pasó a un segundo plano.

Está claro que el mosquito nuestro de cada día está con mucho mas presencia en lo barrios periféricos carecientes y, el coronavirus en sectores céntricos o de periferia acomodada, de clase media y media alta donde el contagio empezó con los viajeros, pero ahora es un tema de todos.

Así fue que históricamente las epidemias forzaron grandes cambios, dentro de las antiguas ciudades del siglo XIX, nacieron nuevas ciudades con grandes parques verdes, amplias avenidas con importantes obras de infraestructuras acordes a importantes valores de sanidad ambiental, todas ellas tenían el sello del higienismo que ya había creado el París moderno. En Buenos Aires se hicieron millonarias inversiones en infraestructura financiadas con el despegue económico de un país que se acomodaba al nuevo orden mundial como productor de alimentos. Las reformas urbanas relacionaban temas como ventilación, asoleamiento, cloacas, agua potable, salud, pobreza y delincuencia, poniendo especial énfasis en sanear los conventillos como una forma para evitar la pobreza y la delincuencia”.

Pero la “contraindicación” de esa expansión es que necesitó del transporte público y allí empezó otro problema que nunca estuvo del todo bien resuelto,(en nuestro país) fabricándose otro gran problema dentro del problema original.Esa movilidad extrema caracterizó a la modernidad.

Moraleja, Las ciudades cambian por las grandes epidemias, pero esas propuestas están en mente mucho tiempo antes de que eso suceda, por otras ambiciones que el propio contexto socio económico social reclama. Las epidemias, como sostenía Aldo Rossi (autor del neorracionalimo) en todo caso, aceleran bruscamente las transformaciones.

Siempre el blanco elegido por la crítica son las altas densidades y la compacidad de las ciudades aunque como en este caso del coronavirus y aquel lejano de la fiebre amarilla, quedo demostrada la inocencia de las altas densidades, no son ellas peligrosas para la contaminación, más bien el problema pasa en el como está diseñada la forma que contiene esa concentración y como se comportan en función del todo. Aunque cabe aclarar que el Buenos Aires de hoy tiene zonas excesivamente compactas superando en un 50% las densidades de la gran manzana en la isla de Manhattan.

Ante esta problemática del coronavirus hay ciudades de países desarrollados que siguen funcionando, con ciertas restricciones. No es posible el aislamiento total en el tiempo, la salud primero claro está, pero no solo por factores de la economía deben volver a un cierto funcionamiento, sino también por razones sociales y hasta existenciales. La generalización del teletrabajo o de la educación a distancia, son dos modalidades que ya existían pero que ahora parecen haberse convertido en moneda corriente y da la impresión de que seguirán tiempo, esperemos que no como una moda ridícula, sino una relación alternativa y complementaria que solucione ciertas problemáticas.

El hombre es un ser social y necesita ese hábitat que solo la ciudad puede proporcionarle. Una pandemia como la actual, parece tener en la segregación urbana una de las herramientas más efectivas pero aún no usada.

Sabemos que fuera de China, la propagación de esta enfermedad está vinculada a los viajes, y en Latinoamérica, a la clase media alta,. Un adecuado mapeo de las zonas afectadas podría servir para realizar cuarentenas selectivas y efectivas, sólo en las áreas que realmente presentan casos.

Con el uso de la información privada y geolocalizada que ya generan la telefonía móvil sería de gran utilidad para conocer las áreas más riesgosas. La información y los datos personales, aunque suene a invasión de privacidad, sirvieron en Corea del Sur, Hong Kong, Singapur, e inclusive en Wuhan, donde nació la pandemia, y de esta manera recurrir menos al aislamiento social.

La calle. primer espacio conector del mundo, espacio de relación y estar de las ciudades quizás deba transformarse, pero sin perder su esencia. La gente seguramente deberá llevar la indumentaria apropiada para caminar por ellas, se deberá implementar el uso de máscaras como el de cascos para conducir motos(cosa que las compañías de seguro quedaron eternamente agradecidas). Quizás los equipamientos y solados deban ser diferentes, delimitando sectores de uso rotativo, calles bien desinfectadas para evitar la propagación del virus, limitando el uso y frecuencia del automóvil. En un futuro cercano desarrollar nuevos centros de servicios y esparcimiento que no obligue a sus habitantes a necesitar siempre de un único centro. De esta forma cumpliríamos con la salud pero sin descuidar la calidad de vida.

Autor: Esteban Soldano

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