"Ay, no hay que llorar/ No hay que llorar/ Que la vida es un Carnaval/ Que es más bello vivir cantando/ Oh oh oh ay, no hay que llorar/ No hay que llorar/ Que la vida es una Carnaval/ Y las penas se van cantando", cantaba con su voz inconfundible y con su particular estilo la cubana Celia Cruz, en un ritmo tan contagioso que no daba lugar a la indiferencia.
La letra reflejaba un sentimiento, que se potenciaba con la interpretación de la morena caribeña, a tal punto que nos hacía sentir parte de la esa tradicional fiesta popular.
En esta ciudad, desde hace algún tiempo, se recuperó una costumbre que estuvo archivada durante muchos años. Y el bulevar Santa Fe, en un tramo diferente al que se utilizaba para la realización de los siempre recordados desfiles de carrozas, hoy tienen su espacio las comparsas, que se preparan a lo largo de varios meses para lucir sus mejores galas en la noche más esperada.
Este acierto del municipio se ve reflejado en la convocatoria, que el pasado fin de semana estuvo por encima de todas las expectativas, con unas 11.000 almas en el improvisado "corsódromo" rafaelino.
No es un dato menor que tanta gente disfrute de un espectáculo pleno de color y ritmo, aportado por los entusiastas integrantes de los grupos, que procedentes de distintos barrios de la geografía urbana, exhiben con orgullo sus vestuarios y transmiten su alegría.
La satisfacción por la tarea cumplida es la mejor recompensa para un artista, porque en definitiva, quienes se manifiestan de esa manera ante el público, forman parte de esa especie tan particular.
El esfuerzo y el sacrificio, van de la mano con el compromiso que asumen los responsables de cada agrupación. Todos empujan del mismo carro para que el resultado final esté a la altura de las circunstancias y el sueño de cada uno se haga realidad.
Ese afecto que le transmiten los asistentes a quienes despliegan su talento y su entusiasmo, también es un premio que deja en claro las sensaciones de quienes con su aporte multitudinario, contribuyen al éxito de esa sana costumbre, que desde su puesta en escena mostró un sostenido crecimiento.
Hoy, los rafaelinos debemos sentirnos orgullos con haber podido recuperar el Carnaval, un festejo que se ha transformado, por mérito propio, en uno de los acontecimientos más convocantes en una época donde el clima, muchas veces, es un factor condicionante.
El domingo, se asoció a la fiesta y en la noche rafaelina las estrellas brillaron en todo su esplendor. Las que iluminaron desde arriba y las que se constituyeron en la principal atracción de la gente durante el incesante desfile que se extendió a lo largo de un recorrido correctamente diagramado para que puedan exponer sus capacidades.
Que la vida es un Carnaval, decía una eufórica Celia Cruz. Y esa réplica llegó hasta Rafaela, para quedarse, esta vez, definitivamente. Claro que el desafío se tendrá que renovar cada año y la vara, en la próxima edición, tendrá que estar más alta, para que esta fiesta de la ciudad alcance la proyección que merecen todos sus intérpretes.
Los mayores, deslumbrados por las comparsas, seguramente recordaron con nostaglia aquellos corsos en los que las carrozas, los taxis locos, las máscaras sueltas y hasta la quema del Dios Momo, formaban parte de una tradición que hoy, felizmente, se está recuperando.
Mientras tanto, es importante reconocer la excelente predisposición de los diferentes actores que se involucraron en la puesta en valor de esta celebración popular, que invita a soñar con una propuesta enriquecedora a futuro, para que el pasado nos quede un poco más cerca.