Por Jerome Cartillier
Barack Obama conquistó la
Casa Blanca después de llamar a los estadounidenses a "la audacia
de la esperanza", pero sabe que su lugar en los libros de historia
será siempre medido con relación a las expectativas que hizo nacer
en 2008.
Más allá de su gran sonrisa, su legendaria calma y su
reconocida gracia cuando está bajo presión, ¿qué será recordado de
su extraordinaria e imparable marcha hacia el poder y sus dos
mandatos como presidente de Estados Unidos?
Este hijo de un ausente padre kenyata y una madre blanca, que
dividió su niñez entre Hawái e Indonesia, ¿será recordado por
bajar las tasas de desempleo, o por el operativo que provocó la
muerte de Osama bin Laden?
¿O será, tal vez, recordado por haber recompuesto las
relaciones con Cuba? ¿O por mantenerse firmemente del lado de un
acuerdo global contra el cambio climático?
Cualquiera sea la versión que los historiadores elijan, Obama,
el primer negro en convertirse en presidente de Estados Unidos,
ciertamente puede atribuirse todos esos éxitos.
Y sin embargo, en ese camino un sueño fundamental se malogró:
el de la reconciliación nacional.
Obama dio ayer su última conferencia de prensa como presidente de Estados Unidos en la Casa Blanca. Dijo, sobre el acto de asunción de su sucesor Donald Trump, que tanto él como su esposa Michelle estarán presentes. Y expresó que "es de interés de Estados Unidos y del mundo que tengamos una relación constructiva con Rusia".
Los años de un Congreso paralizado en manos del opositor
partido Republicano, y la elección de Donald Trump (que él nunca
previó) luego de una campaña electoral con niveles récords de
agresividad, dejaron en evidencia una nación profundamente
dividida.
En un país con solo dos partidos políticos viables, las
divisiones son previsibles, especialmente cuando Republicanos y
Demócratas se niegan a trabajar de forma conjunta.
Pero con la presidencia de Obama volvió a la superficie, y con
fuerza inesperada, una línea divisoria de carácter racial.
Aunque haya sido muy cuidadoso en evitar presentarse como el
"presidente para los estadounidenses negros", es posible que,
paradójicamente, no haya sido el líder adecuado para actuar con
relación a la cuestión racial.
AUN POPULAR
Se trata de un jarabe amargo para un hombre que, al surgir en
el mapa político estadounidense, dijo que "no hay un Estados
Unidos progresista y un Estados Unidos conservador, solo hay un
Estados Unidos".
Las elecciones de noviembre pasado mostraron, sin embargo, que
Obama no fue capaz de leer el país que se transformó en el Estados
Unidos de Trump: el de una clase trabajadora blanca o de clase
media aterrorizada por los efectos generalizados de la
globalización.
Con una cabellera más gris que cuando llegó al poder, Obama
dejará la Casa Blanca con apenas 55 años de edad y su popularidad
en alto, como ocurrió con Ronald Reagan en 1989.
Era relativamente un novato cuando lanzó su candidatura
presidencial en 2008 con la promesa de transformar a Estados
Unidos con su optimista lema de "Sí, podemos", pero cuando entró a
la Casa Blanca, en enero de 2009, su aprendizaje fue una pendiente
acentuada.
Tenía apenas 47 años de edad en ese momento, y Obama admitió
que inicialmente subestimó la gravedad y las dificultades de hacer
política en Washington.
Enfrentado a un caos económico y financiero, con sectores
enteros de la industria al borde del caos, logró hacer aprobar un
paquete de estímulo de 800.000 millones de dólares.
Luego de una legendaria batalla en el Congreso, logró también
la aprobación de la reforma del sistema público de salud, que
permitió a 20 millones de estadounidenses contar con un seguro
médico.
Según la última encuesta realizada por CNN/ORC y difundido el miércoles, el 60% de los estadounidenses aprueba su gestión, la mejor calificación del mandatario desde junio de 2009. Obama figura en la tabla de los presidentes con mayor aceptación al fin de su mandato, solo detrás de Bill Clinton (66% en enero de 2001) y Ronald Reagan (64% en enero de 1989).
PLANO EXTERNO
En el plano externo, sin embargo, Obama deja un legado
contradictorio.
En ese sentido, el premio Nobel de la Paz que le fue otorgado
en 2009 fue un cáliz envenenado. El comité del Nobel destacó sus
"extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia
internacional y la cooperación", a solo ocho de haber asumido el
poder.
Como presidente, orquestó la retirada de las tropas
estadounidenses de Irak y Afganistán y prohibió el uso de la
tortura en los interrogatorios a sospechosos extranjeros.
También negoció un delicado entendimiento que devolvió a Irán
al plano internacional con un acuerdo nuclear. Pero su prudencia y
su pasividad ante la guerra en Siria dejó una sombra sobre su
gestión.
En una entrevista en 2016, confesó que por momentos se ha
sentido indefenso.
"A veces me pregunto: ¿hay algo sobre lo que no he pensado?
¿Hay alguna iniciativa más allá de lo que me presentaron, o que
tal vez Churchill pudo haber visto, o tal vez Eisenhower pudo
haber visto?", dijo Obama a la revista Vanity Fair.
- Altos y bajos - En algunas cuestiones, como el cambio climático, Obama aprendió
a adaptarse.
Luego de la enorme decepción por la cumbre de Copenhagen en
2009, percibió que ninguna acción global tendría lugar si
Washington y Pekín no se ponían de acuerdo.
El acuerdo alcanzado en París en 2015 fue, en gran parte,
resultado de esa cooperación entre Estados Unidos y China.
A ese balance se le deben sumar dos claros fracasos: el de sus
esfuerzos para hacer avanzar un entendimiento entre israelíes y
palestinos, y el cierre de la prisión de Guantánamo, en Cuba.
Dos días después de asumir el poder, Obama firmó un decreto
ordenando el cierre de la prisión. Ocho años más tarde, aunque con
menos prisioneros, el centro de detención sigue activo.
Obama buscó también construir una nueva relación con América
Latina, con varios viajes a la región, e impulsó un histórico
acuerdo con Cuba para restablecer relaciones diplomáticas y dejar
atrás medio siglo de enfrentamiento.
Consciente de que su legado podría ser desmontado -o por lo
menos en parte- por Trump, Obama mantiene su optimismo.
Después de la victoria de Trump, Obama pidió a los
estadounidenses que acepten que "la historia a veces avanza en
zigzag", pero que siempre se mueve hacia adelante.