Editorial

La triste costumbre de no respetar al prójimo

Nuestra querida "Perla del Oeste", ciudad señera en diversas especialidades en una vasta región, que se ha convertido en ejemplo a través de diversas realizaciones, nacida al impulso de la cultura del trabajo, sembrada por los hacedores que imbuidos con la prodigiosa voluntad de iniciar, crecer, desarrollar, progresar, en definitiva labrar un presente y un futuro mejor. Firmemente aferrados a valores, el respeto por el prójimo, la mano tendida en solidaria consideración y el anhelo de una armoniosa convivencia, lograda en el crisol de nacionalidades que confluyeron en estas tierras y supieron crecer con diversidad de ideas, creencias y tradiciones, compartiendo la diaria existencia y todos persiguiendo el ideal de la formación, el desarrollo y el progreso.

Pero esta dirección llevada adelante por los iniciadores en este siglo XXI parece tambalear y aquella pacífica existencia parece ya no existir.

De modo incesante y a diario vemos que aquellas normas que guiaban a nuestros abuelos son trasgredidas. Podemos comprobarlo en cada una de las actividades diarias, en las que sobresale una marcada tendencia al individualismo y a la falaz creencia que cada quien está solo en la ciudad y puede actuar a su libre albedrío, adoptando las actitudes que le vengan en gana, sin importar si molesta, incomoda o impide la actividad de otros vecinos.

Una de  las actividades en la que se detecta este egoísta accionar es el tránsito. A cada instante vemos cómo quienes conducen vehículos de distinto porte se movilizan sin ninguna consideración por los demás -aclaremos que no son todos, pero hay muchos-, comportándose con extremo desprecio hacia los demás, por ejemplo al estacionar donde hay franja amarilla para carga y descarga de pasajeros, muchas veces ocupan el lugar y pese a que se les solicita que se trasladen, no lo hacen -total tienen las balizas puestas- y llega el transporte público que se ve en figurillas para lograr el ascenso o descenso de su pasaje -el sitio está pensado para ello- y muchas veces quienes deben efectuar el trámite son personas mayores con inconvenientes lógicos de su edad o personas con movilidad reducida, por discapacidad permanente o  generada por algún trauma por el que deba tener alguna de sus extremidades inmovilizadas, o utilizar muletas o sillas de ruedas, que deben hacer malabares para poder concretar su objetivo.

Siguiendo en la misma temática hay otros que, en el semáforo, cuando tienen luz roja, estacionan sobre la senda peatonal, impidiendo el  paso de los peatones, molestándose vivamente cuando le requieren que retroceda.

También están los que si no consiguen lugar para estacionarse en la cuadra lo haga en la esquina, tapando una bajada para discapacitados.

Por otra parte están aquellos que en vehículos de menor porte -motos y bicicletas- no tienen mejor idea que transitar, raudamente por las veredas, generando el desbande de los peatones, otra actitud desconsiderada y que tiene nuevamente como blanco al peatón.

El peatón sufre también los atropellos de la supremacía de los automovilistas al cruzar las calles, en los bulevares céntricos muchas veces algunos automovilistas -como corresponde- ceden el paso a los peatones, pero nunca falta aquel que está acelerado, zigzaguea entre los que se detuvieron para permitir el cruce y velozmente se abalanza a su destino, la mayoría de las veces frenan a escasos centímetros de los que están sobre la senda peatonal, otras veces hay que dejarlos pasar porque sino atropellan.

El peatón no es solamente víctima, muchas veces hace pasar un mal rato a los automovilistas, cuando estos tienen el semáforo a favor y con un arrojo incomprensible se lanzan a cruzar, esquivando a uno y otro, simplemente para ganar unos pocos segundos, y haciendo sobresaltar a quienes vienen conduciendo.

Otros hechos que nos marcan a todas luces la escasa consideración por el otro, y con esto volvemos a los automovilistas, aquellos que con total desparpajo estacionan en la vereda haciendo que la gente, para poder transitar, deba bajar a la calle con el riesgo para su humanidad que esto implica.

También están los talleres de motos, de autos, de reparación de distintas maquinarias que al ver desbordada su capacidad alegremente desparraman todo en la vereda, sacando maquinarias y herramientas, y llevan adelante su labor en ellas, aquí otra vez los vecinos no pueden utilizar la acera para desplazarse, deben bajar a la calle y arriesgar ser atropellados.

Todas estas acciones, y seguramente  buscando podríamos enumerar otras, por sí solas nos dan la pauta que nuestra ciudad ha perdido aquella forma comunitaria de encarar la convivencia, piensa con individualismo afirmando cada uno que tiene derechos, que sí los tiene, pero olvidan que a los demás también les asiste el derecho.

Seguramente si hacemos un poco de introspección nos daremos cuenta que debemos mirar en nuestro alrededor y considerar al prójimo, esto no solucionará los problemas que existen en todos los órdenes, pero indudablemente la convivencia será mucho más armoniosa.

Autor: REDACCION

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