Parte II
Por Milagros Maylin (*), (Especial para Infobae). - Profundizando en los datos que arrojó la encuesta, podemos señalar que más de 100 mil personas de más de 60 años que residen en CABA se sienten solas. Dos cuestiones motivan a plantearse una política pública para tratar el problema. Una de orden económico: el sentimiento de soledad no deseada se acrecienta a partir de las dificultades para llegar a fin de mes (el 30% de los encuestados), básicamente por no tener a quién pedir ayuda económica; y otra de orden educativo: el sentimiento de soledad es menor a medida que se tienen estudios completos, principalmente secundarios y universitarios.
Ya sabemos que, además de los aspectos biológicos de la evolución de la edad, existen factores sociales que terminan activando experiencias emocionales en las diferentes etapas de la vida. No es lo mismo quedarse sin familia en la niñez que quedarse soltero luego de una separación no querida en la adultez mayor. Durante la vejez, la soledad no deseada tiene un rango de gravedad mayor teniendo en cuenta la dificultad de la movilidad del cuerpo, la muerte de los seres queridos y la ausencia de familiares por motivos laborales. En medicina, cada vez más se insiste en que el componente emocional del aislamiento, el estar solo cuando no se lo desea, es una condición que afecta la salud.
Todos nosotros debemos enfrentarnos, en algún momento, a situaciones que suponen una adaptación física, mental y/o social. Si entendemos que un proyecto de vida es un camino en permanente construcción, que sigue cierta continuidad pero que se adapta a las distintas etapas de nuestra existencia; es preciso afirmar que tener un “para qué” alarga la vida. Que las personas mayores cuenten con un proyecto de vida implica que estén dispuestas a cuidarse más, a tener motivaciones, a realizar actividades. Por el contrario, el aislamiento social empuja hacia un círculo vicioso: más soledad no deseada, menos movimiento, menos entusiasmo, menos contención psicosocial. El nuevo enfoque para encarar la soledad como problema público está basado en la idea de que debemos hacer lo posible para que hombres y mujeres continúen desarrollando su proyecto de vida.
Mi experiencia con personas mayores va en esta dirección. Si bien dejé mis funciones en el sector público en noviembre de 2022, recojo muchas anécdotas de mi paso por la Secretaría de Personas Mayores. En mi primer encuentro con Mirta, de 72 años, en uno de los talleres de folklore del programa La Tercera en la Calle del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, me confesó que había perdido a su marido hacía dos años, y por eso había decidido participar de este programa de actividades físicas y talleres artísticos en las plazas de la ciudad. Mirta me dijo que su matrimonio había sido todo para ella. Que había compartido su vida con Carlos durante 35 años, y que él había sido un compañero de fierro ante los problemas de la vida. Por eso lo extrañaba cada día desde que él se había ido. Pero se había dado cuenta de que no podía quedarse en su casa sufriendo con el dolor de su ausencia, y que había algo que tenía hacer para salir adelante en este momento de su vida.
A diferencia de Mirta, otras veces la soledad es el resultado de distintos cambios que se producen en el núcleo familiar. Por ejemplo, Pedro, quien con mucha vitalidad sobrelleva la distancia de sus hijos que viven en el extranjero. Lo conocí en las capacitaciones de Inclusión Digital, un programa que ayuda a las personas mayores en el uso de las telecomunicaciones y en la gestión de contenidos en internet. “Si no aprendo a manejarme con esta tecnología, no puedo ver a mi nieta recién nacida”, me dijo la primera vez que le consulté qué lo llevaba a capacitarse. (*) Experta en políticas públicas para Personas Mayores. Ex funcionaria del área del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.