Al Profesor Narciso Hernández lo escuché decir a principios del sesenta que un residente de su servicio había tenido con un paciente una actitud típica de un broncémico. El llamaba “broncémicos” a los médicos altaneros, narcisistas y soberbios. Después de esa clase y fuera de la sala, imitó como caminaba un broncémico y la forma presuntuosa, a veces despectiva, con que suelen tratar a los pacientes. Ese nuevo término que aprendí aquel día, fue a partir de ese momento, inolvidable para mí.
La importancia que le asigné para mi filosofía de vida
Ese día conocí la Broncemia, pero pasaron más de veinte años hasta que tomé conciencia de la mía. Desde entonces comencé a pelear sinceramente para desprenderme y tomar distancia de ella. Nunca tuve certeza de cuando lo lograría, pero sí supe desde el principio, que la lucha continuaría durante toda mi vida, porque los aplausos o las felicitaciones en los predispuestos a ser broncémicos, se convierten en gotas de bronce que las asimilan de inmediato. La Clínica Jesús María, de Jesús María, Córdoba, de la cual yo era Director, inspirada con un sincero espíritu anti soberbia, logró ser la primera institución médica latinoamericana en certificar su Sistema de la Calidad bajo Normas ISO 9000. Para conseguirlo hizo falta mejorar la calidad de la asistencia médica de todos los profesionales involucrados en ella: médicos, enfermeros, paramédicos y administrativos y, estimular la empatía en la relación médico paciente. Todo esto supuso muchos meses de arduo trabajo.
El compromiso ante los nuevos médicos y el debido discurso de despedida
Que las críticas de los pacientes los ayuden a corregirse y a fortalecerse. Que permanezcan al lado de sus enfermos, porque allí es donde ocurre todo, porque si no permanecen a su lado, nada de lo que hagan servirá. No vivan sus vidas de médicos para que vuestra presencia se note; vívanla para que cuando estén ausentes sus pacientes los extrañen. Los médicos especiales no son aquellos que no imitan procedimientos o técnicas de otros médicos, sino aquellos a los que nadie puede imitar. Por eso, más importante que conseguir un título de médico especialista es lograr ser un médico especial. Hay dos palabras que muchos médicos las utilizan con frecuencia, pero lamentablemente no figuran en el vocabulario de los médicos broncémicos: perdón y gracias. Aprendan a pedirles perdón a sus pacientes si no pudieron atenderlos como ellos esperaban, también por sus errores y no permitan que la vergüenza los incapacite. Desde la residencia universitaria nos vamos acostumbrando al “Gracias, doctor” de los pacientes y estos agradecimientos amplifican la soberbia y achican la humildad. Me pregunto: ¿cuántas veces les agradecimos a los pacientes que dejan sus vidas o las de sus hijos en nuestras manos? ¿O cuántas veces le dijimos gracias por la felicidad que sentíamos cuando nuestros tratamientos habían sido eficaces? Tuve de paciente a un niño de diez años a quien su perro, jugando, le había destrozado la mitad de la nariz. Pese a que el médico de guardia del hospital donde fue asistido lo suturó de la mejor manera posible, quedó con importantes cicatrices hipertróficas. Semanas después le extirpé del dorso nasal la más grande de ellas, del tamaño de un maní. Al retirarle el vendaje y permitirle tocarse la nariz, no encontró la tumoración que tanto le preocupaba. Se dio vuelta muy despacio para mirarse en el espejo del consultorio y en cuanto se vio la nariz plana, comenzó a llorar y luego corrió hacia mí y me abrazó, diciéndome gracias, gracias, gracias. Yo estaba tan emocionado que, mientras lo abrazaba con fuerzas, pensaba que en realidad era yo el que debía decirle gracias a él por la felicidad que sentía porque había podido ayudarlo. Jamás olvidé ese instante que fue para mí uno de los más hermosos que viví como médico.
El análisis retrospectivo de una vida dedicada a la atención de los que requieren mejorar la salud
A pesar que mi carrera universitaria terminó y me entregaron el título en 1965, mi vida de médico, tal como hoy la siento, empezó recién alrededor de 1990. Lamento intensamente que hayan pasado como veinticinco años hasta que pude reconocer y exteriorizar mi broncemia, para poder entonces comenzar mi lucha contra ella. ¿Cómo valorar cuánto daño les hice a mis colegas y a mis pacientes en esos años de broncemia? Como diría la psicóloga española Saioa Barredo autora del libro “La vida es el Arte de Dibujar sin Borrador”, son errores que hoy ya no puedo corregir, por lo que pido humildemente perdón.
El poder del guardapolvo y el estetoscopio
Sin dudas el guardapolvo es prácticamente el uniforme que los médicos llevamos con orgullo, que nos hace identificables por los pacientes y que, además, suele tener nuestro nombre grabado en el bolsillo superior izquierdo. El estetoscopio es un aparato acústico indispensable para la auscultación de los ruidos cardíacos y respiratorios, y a veces ruidos intestinales o soplos sanguíneos anómalos en arterias y venas. Pero presiento que la pregunta tiene un doble sentido y por eso voy a responderla con una anécdota de mi época de estudiante. Tuve dos compañeros a quienes les faltaban tres años para terminar la carrera, que siempre se presentaban ante los enfermos como médicos y les gustaba que les dijesen “doctor”. Cuando a media mañana, la entrada del hospital de Clínicas estaba colmada de pacientes y sus acompañantes, que entraban y salían, uno de mis amigos solía decirle al otro: “Dale, prendete el delantal, colgate el estetoscopio y vamos rápido a la puerta a sacar pinta porque a esta hora hay muchas chicas”.
La relación médico-paciente
Una buena relación se basa fundamentalmente en la empatía. La palabra empatía es única. No posee en el diccionario de la Real Academia Española ningún sinónimo directo. No existe otra palabra que signifique tener la capacidad para “percibir” íntimamente a otra persona y ponerse en su lugar participando de la realidad que la afecta. Aunque sí, están incluidas en ese significado: afinidad, cercanía, compasión y comprensión. La empatía tiene un aporte genético trascendente y, por supuesto, algunas personas heredan naturalmente más genes pro-empatía que otras. Y si además sus padres fueron personajes empáticos, probablemente desde el comienzo de sus vidas y dentro de sus familias, hayan sido testigos de comportamientos caritativos y humanitarios, que con el trascurso del tiempo reforzaron su propia conducta empática. Pero lamentablemente, aquellos que heredaron menos cantidad de estos genes, están predestinados a sentir menos empatía.
¿Es posible en la práctica la autocrítica como profesional de la salud? La experiencia en otros países que visité como estudiante ya recibido de médico
Lógicamente la autocrítica es posible, en la medicina o en cualquier otra actividad que queramos imaginar, pero siempre es muy difícil. Los narcisistas de cualquier lugar y de cualquier época, casi unánimemente, ven el bronce de los otros, pero poquísimas veces reconocen el propio.
El perfil de los médicos jóvenes
Creo que la mayoría de los que deciden dedicar su vida a la medicina tienen naturalmente en sus almas el espíritu de servicio, y saben que la medicina les quitará gran parte de sus vidas privadas. Pero pienso también, que la universidad debería educarlos mejor especialmente en la relación médico paciente. Cuatrocientos años AC, decía Tucídides, un militar e historiador ateniense, que los militares y los médicos tenemos una misma necesidad: “Debemos ser instruidos antes de entrar en acción”. Y únicamente con nuestro ejemplo, lograremos instruir y educar a los médicos jóvenes para alcanzar la humildad y mejorar su empatía, porque tampoco podemos decirles u ordenarles que a partir de mañana comiencen a amar a sus pacientes, porque el verbo amar no acepta el modo imperativo.
*El texto pertenece a la entrevista realizada por Raúl Vigini a Francisco Occhiuzzi