Ni el kirchnerismo con una supuesta década ganada ni el macrismo han representado opciones para cambiar la Argentina inconsistente, sin un modelo de desarrollo institucional, político, económico y social que garantice dignidad y mejor calidad de vida a sus habitantes. Una y otra vez la clase dirigente falla en la búsqueda de un proceso de diálogo y consenso para avanzar hacia la construcción de un proyecto de país. Unos y otros que llegan al poder cuestionan la herencia recibida y a su antecesor por la mala situación, dando lugar a un círculo vicioso del que no podemos salir.
A todo esto, cuando un candidato a presidente se prepara para ejercer la primera magistratura de la Nación, sabe en términos generales qué le tocará administrar y las deudas que debe afrontar. No vale que después busque una excusa del estilo "ah pero Macri". Si alguien decide postularse por un cargo, tiene que tener un diagnóstico situacional, conocer los problemas y generar propuestas para promover soluciones.
Un político rafaelino muy reconocido que en la actualidad desempeña un importante rol institucional confesó alguna vez que lo peor para un dirigente es perder una elección. Es decir, es mejor ganarla por más que haya mil problemas que enfrentar de cara a la sociedad, porque eso le garantiza el acceso a las "cajas del Estado" de la que muchas veces se sirven para financiar su carrera. Después si pueden solucionar los problemas de los argentinos es otra historia, primero está la supervivencia en el sistema de la política y en sus abundantes cajas para bancar amigos y obras de infraestructura con retornos, tal como se describe en "los cuadernos".
Mientras a los políticos les aterroriza perder porque pierden poder y el manejo de las cajas estatales, millones de argentinos se levantan sin la certeza que podrán satisfacer sus necesidades más elementales, como alimentarse. Según el último informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), la tasa de pobreza trepó al 43,1% durante 2022, mientras que la de indigencia llegó a 8,1%. El trabajo subrayó que en los últimos 10 años la pobreza ha crecido 15 puntos porcentuales.
El reporte advierte que el panorama se agravó por la fragilidad de las condiciones macroeconómicas y en particular la alta inflación, aunque la asistencia del Estado a través de planes sociales evitó que la tragedia social fuera mayor. Hay 18 millones de personas que son pobres y 3,3 millones que son indigentes en la Argentina, según la proyección de los datos de la UCA. En esa línea, describió que los nuevos pobres son clases trabajadoras de sectores medios y populares, vulnerables a las crisis, a la falta de trabajo y a la inflación. Mientras tanto, los pobres estructurales logran protegerse reproduciendo una economía informal de subsistencia, que nos los saca de la pobreza, pero al menos la alivia.
El trabajo de la UCA indicó además que en caso de no existir las asistencias sociales que dispone el Estado la pobreza afectaría al 50% de la población y la indigencia llegaría al 20%. En esa línea precisó que el 40% de los hogares donde vive el 50% de la población fue asistida por algún programa oficial o complementario.
El análisis de la UCA señala que ni las políticas de liberalización económica, ni las políticas de asistencia social son suficiente por sí solas para promover un modelo de desarrollo equilibrado en lo productivo y en social, con capacidad de incluir en un mismo proyecto político-económico a los agentes productivos, a los sectores del trabajo y al Estado, integrando social y laboralmente a la sociedad de los excluidos al modelo social.
Evidentemente, lejos quedaron aquellos tiempos en los que la Argentina se caracterizaba por una robusta clase media. Y la clase política se entretiene con la justicia y se da el lujo de paralizar el Congreso. Bien lejos de la gente.