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La nonna Rusetta y la tormenta

ILUSTRACION DEL AUTOR//

Aquel día negros nubarrones semejantes a montañas cubrían a todo lo largo el horizonte sur… y avanzaban rápidamente. Destellos de relámpagos y rumor de truenos hicieron que con solo mirarnos surgiera la decisión; tomar la huella cuya amplia curva buscaba el rumbo que nos haría llegar hasta el seguro refugio de la chacra de los Bruyatti. A lo lejos se divisaba la construcción de ladrillos sin revocar con sus techos de chapas que, de tan nuevas, todavía brillaban bajo un sol muy próximo a ser ocultado. La casa y también los rubios trigales que enmarcaban el camino hablaban por sí solos del trabajo de esos nuevos colonos y de sus ganas de “hacer la América” cuanto antes. Apurando a los caballos el comisario del pueblo, mi compañero de viaje en aquel momento, comentaba que sería una excelente cosecha la que harían los Bruyatti dado lo tupido de las plantas y las gruesas espigas que ya pintaban de dorado la campiña. Llegamos a la casa y entramos al gran patio entre vuelos de gallinas alborotadas y los saltos de dos perros que se ubicaron a cada lado de nuestra volanta para ladrarnos. Al tiempo que retumbaba un trueno muy cerca vimos cómo se abría la puerta de la casa para dar paso a un sonriente Vigio Bruyatti que, tras ahuyentar con gritos a los perros, se acercó a saludarnos.

─ ¡Fuera canes del diablo!... ¡Comisario… Doctor!... ¡buenas tardes! ─ nos dijo en su propia versión medianamente comprensible de español-piamontés ─ Pero… ¿qué hacen por estos lugares, a esta hora y con semejante tormenta por venir?

─ Voy a atender un herido ─ le contesté ─ y como fue en una pelea viene el comisario conmigo.

El comisario saltó entonces a tierra y mirando las amenazantes nubes ya casi sobre nuestras cabezas comentó ─ Mire Bruyatti, preferiríamos quedarnos aquí hasta que pase la tormenta… eso si no le molesta.

─ ¡Pero no comisario!… están en su casa. Les voy a hacer probar un vinito italiano que tengo con un sabor que ni les cuento ¡síganme! ─ repuso alegremente Vigio y comenzó a caminar hacia la casa. Y lo seguimos más que presurosos cuando nos dijo:

─ ¡Ah!... y también hay chorizos en grasa que ya están a punto… y pan que hicimos esta mañana.

Recuerdo que apenas entramos a la casa el sol desapareció y el campo tomó ese tono gris oscuro que le transmitían las nubes. El leve viento norte ya había cesado y una silenciosa calma nos decía que el escenario estaba dispuesto para la función que habría de representar la tempestad.

─ Tomen asiento… y no se aflija doctor ─ me dijo el cada vez más sonriente, Bruyatti ─ díganme ¿cuánto les falta andar para llegar a ese paciente?

Tuve que consultar con el comisario y según sus conocimientos la chacra de los Garioni, lugar del hecho, debería estar hacia el oeste unas dos leguas, nada más.

─ ¿Dos leguas nada más?... ─ repitió Vigio palmeando efusivamente nuestras espaldas ─ ¡hay tiempo… pasen… siéntense aquí! ─ Nos acomodamos en torno a la rústica mesa y no me olvido la alegría de la Marietta Bruyatti que parecía no tener límites; era un torbellino preguntando cosas, noticias y chimentos de la colonia mientras nos servía lo prometido por su marido.

─ Es que hace tres meses que no va al pueblo... ─ la justificó él y enseguida interrumpió con un gesto la cuadragésima pregunta de la mujer para decirnos despreocupadamente ─ Así que dos leguas... ¡Bah!... quédense tranquilos… dentro de una hora y media van a estar allá.

Nos miramos desconcertados con el comisario; seguramente los dos pensamos lo mismo: este hombre parece dispuesto a arrojarnos a la huella en plena tormenta.

─ ¡Espere Bruyatti!… ─ la voz autoritaria del comisario subrayada por un relámpago y un seco trueno impuso cierta tensión en la ambiente ─ Me parece que usted no comprende… no solamente nosotros sino ustedes, su casa y sus trigales están en peligro según como pinta esta tormenta.

─ ¿En peligro?... pero no comisario… ─ contestó Vigio con tranquilidad y esa sonrisa que parecía tan fuera de lugar en ese momento ─ Les aseguro que no habrá ninguna tormenta… porque yo tengo a la nona Rusetta.

─ Perdone Bruyatti… ─ pregunté intrigado ─ esa nona Rusetta, ¿qué tiene que ver con la tormenta?

─ Mucho…ya lo verán. Y ahora, antes de irse, prueben mi vino… ¡salud! ─ nos dijo levantando su copa. Hicimos lo mismo y brindamos ya más que desconcertados.

La mujer de Bruyatti, que se había retirado hacia las habitaciones del fondo, retornó trayendo del brazo a una anciana vestida de negro, arrugada, delgada y pequeñita pero derecha como un poste de alambrado.

─ Señores; la madre de mi fallecido papá; la nona Rusetta Bruyatti ─ declamó orgulloso, y en voz baja agregó

─ Tiene noventa y tres años… ¡y nunca falló!…

No supimos que responder ¿nunca falló en qué?... y más nos embarullamos después con el saludo que en un incomprensible dialecto nos dedicó la anciana. Dijimos algunas palabras de cortesía, la miramos abrir la puerta y avanzar decididamente hacia el centro del oscurecido patio. Vigio Bruyatti nos invitó a salir detrás de ella y así lo hicimos. La Marietta apareció viniendo desde el galpón con una enorme y filosa hacha en sus manos, herramienta que entregó a la nona para retirarse después a un costado.

Lo que siguió fue cosa de no creer; la nona Rusetta se plantó de frente a la tormenta, levantó el hacha y trazó con ella una cruz en el aire mientras murmuraba algo en su lenguaje indescifrable. Luego, con una fuerza que no creíamos tenía, clavó el hacha en la tierra y retornó a la casa. Nos miramos con el comisario a punto de reír ante tal ritual pero se nos congeló la sonrisa cuando vimos a las nubes dividirse sobre nuestras cabezas cual si realmente la nona las hubiese cortado. Una parte se fue hacia el este arrastrando relámpagos y truenos, la otra se fue diluyendo y, ante nuestro estupor, reapareció el sol. El siempre sonriente Vigio Bruyatti parecía decirnos desde la puerta ¿vieron?

Una hora y media después estábamos en la chacra de los Garioni. Supe luego que los Bruyatti tuvieron ese año una magnífica cosecha. Hasta compraron un Ford modelo A nuevo con el que llevaban a la nona Russeta al pueblo arrellanada en el asiento de atrás como una reina.

¡A qué viene esta historia? Pues resulta que al año siguiente Vigio Bruyatti sembró girasol porque le dijeron se lo iban a pagar más que bien. Ya estaban las plantitas bastante altas, creciendo verdes y lozanas, cuando una tarde avistaron hacia el norte una oscura tormenta que venía subiendo - cosa rara - a pesar del viento sur que soplaba en su contra. Como no conocían todavía muy bien el clima americano llamaron a la nona Rusetta por las dudas. Mientras Vigio y Marietta observaban sonrientes ella se plantó en el medio del patio, hacha en mano, y efectuó su ritual. La nube continuó acercándose. Repitió los pases, volvió a clavar el hacha… ¡y nada! La nube ya estaba sobre sus cabezas, compacta y con un zumbido aterrador. Lo intentó otra vez; la cruz, clavar el hacha… y entonces sucedió… ¡la nube descendió y los envolvió a los tres!

La tremenda manga de langostas voladoras devoró los incipientes girasoles de Vigio Bruyatti propinándole el primer revés económico en su nueva tierra. La nona no se repuso de ese fracaso y como tuvieron que vender el Ford A ya no la llevaron más al pueblo. Dicen que el hacha todavía está clavada en la tierra… espera en vano, cada vez que viene tormenta, a la nona Rusetta.


Autor: REDACCION

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