De repente, de un día para otro, la propagación vertiginosa de la pandemia del coronavirus impactó en cada una de las actividades de la humanidad y obligó a tomar medidas extremas que, a su vez, se tradujeron en la suspensión de tareas o bien en su reconfiguración. El incipiente teletrabajo se convirtió en una única alternativa para dar el presente en determinados ámbitos laborales, como el educativo, puesto que los docentes también son, al fin y al cabo, trabajadores.
Más allá de los avances de las tecnologías de la comunicación y la información, la escuela tradicional todavía se sustenta en sus pilares básicos como un aula donde se destacan el pizarrón de madera, el maestro o la maestra y los alumnos. En cambio, en el nivel universitario si bien prevalecen los formatos de educación presenciales, se ha avanzado en la implantación de la tecnología como soporte para el desarrollo de las carreras a distancia, por lo que se rompió ese modelo clásico aula-profesor/a y estudiantes.
La "coronacrisis" aceleró por la fuerza la instauración de la tecnología en la escuela tradicional a la vez que profundizó la teleeducación en los niveles superiores, como institutos o la universidad. De todos modos, todos están convencidos de que este rediseño solo se mantendrá mientras dure la emergencia, aunque en momentos en que todo es incertidumbre nadie puede estimar siquiera cuando retornará la añorada normalidad. Quizás estamos en presencia de un proceso de mixtura que, una vez pase la coyuntura de emergencia, de lugar a un modelo aggiornado en lo que hace a enseñanza.
Lo cierto es que desde la implementación del aislamiento social, preventivo y obligatorio, en la Argentina todos se intentan acomodar al nuevo escenario. Para los docentes es teletrabajo, para los alumnos teleformación. Se observa el aumento de los entornos virtuales como espacios de enseñanza y aprendizaje con la Internet como soporte esencial. Por ahora se transita una etapa incipiente y desordenada por las urgencias, pero a su tiempo será necesario analizar el potencial transformador de los entornos virtuales a partir de su capacidad para mediar las relaciones entre profesores, estudiantes y contenidos.
En un informe presentado en 2007 al Consejo de Europa, el académico Pierre Lévy puntualizaba hace ya 13 años que "las condiciones sociales, políticas, económicas y culturales que caracterizan a las sociedades del siglo XXI han permitido, entre otras cosas, el surgimiento de lo que se conoce como la cultura de la sociedad digital". Agregaba que en una sociedad así caracterizada, las tecnologías digitales aparecen como las formas dominantes para comunicarse, compartir información y conocimiento, investigar, producir, organizarse y administrar.
Recientemente, en mayo de 2018, en el marco del programa de Educación del CIPPEC denominado "Un sistema educativo digital para la Argentina", el investigador Axel Rivas puso bajo la lupa lo que sucede en las aulas del país. El experto afirmó que el sistema educativo argentino tiene debilidades y fortalezas: tiene dificultades para adaptarse al cambio, pero al mismo tiempo es resiliente y busca garantizar el derecho de todos los alumnos a aprender. Además considera que la evolución dinámica de las tecnologías digitales es una gran oportunidad para crear políticas educativas capaces de ampliar el derecho a la educación y resignificar el sentido del aprendizaje.
Lo cierto es que el coronavirus empujó a miles de docentes argentinos a las aulas virtuales, a su zona fuera de confort. En tiempo record debieron capacitarse sobre el manejo de las nuevas tecnologías para poder dictar clases desde el living de sus casas o bien preparar tareas y enviarlas por formatos digitales a través de alguna plataforma para que, del otro lado, los alumnos descarguen esos materiales. Una nueva experiencia para todos, sin lugar a dudas. Hay docentes y profesores que se sentían demasiados cómodos con la escuela tradicional y nunca se interesaron por las aplicaciones tecnológicas. No tuvieron opción y asumieron el desafío para no quedar fuera del sistema. También están aquellos más jóvenes que son inquietos por la tecnología que no sufren demasiado y se adaptan a la nueva situación. Es necesario destacar este esfuerzo de docentes y alumnos, también de familias que acompañan a sus hijos en este proceso, para que el cierre de las escuelas no deje un vacío educativo irrecuperable. Se trata de una experiencia que se escribe día a día, con aciertos y errores que se van superando a medida que se adquiere confianza en los nuevos modos de preparar clases.
En el caso de las universidades, se observan a los profesores estudiando los secretos de plataformas digitales, escaneando textos para proponer como bibliografía, preparando síntesis en formato power point y luego dictar clases frente a la cámara de la computadora, con esa sensación extraña de hablar frente a nadie aunque lo observan los alumnos en sus hogares.
Esta semana, el ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, aseguró que todavía no se sabe cuándo volverán a abrir las escuelas puesto que dependerá de una decisión epidemiológica. Mientras tanto, docentes y alumnos reinventan sus roles, tecnología mediante.