Editorial

La difícil tarea de hacer caso

Mientras la humanidad se abraza con fuerza a unas pocas medidas de prevención, como el aislamiento, el uso de tapabocas y la distancia social como instinto de preservación ante la pandemia, se esperanza ante el avance de la ciencia en el desarrollo de una vacuna que funcione como un escudo entre el coronavirus y la vida misma. El pánico se ha apoderado de una parte de la aldea global a pesar de que el total de personas contagiadas no supera el 0,25 por ciento de la población total mundial en tanto que el número de víctimas fatales sea un porcentaje muy inferior aún. Y en este contexto de temor ampliado en el que los gobiernos buscan administrar las medidas para desacelerar la expansión de la enfermedad, las consecuencias negativas en el campo de la economía aumentan generando otros tipos de miedos, esto es el temor a perder el empleo, a caer en la pobreza y a un estado de desesperación e incertidumbre. 

Con las cuarentenas aplicadas, con mayor o menor rigurosidad, se ha presionado fuertemente a la población que a esta altura ha perdido la capacidad de soportar el confinamiento estricto e inicia una fase de relajación en el cumplimiento de las disposiciones dictadas por gobiernos e incluso de abierto desafío. El hastío de quedarse en casa con los brazos cruzados en el mismo momento que se desmorona la economía y se esfuma su puesto de trabajo en una empresa genera una suerte de resistencia en aumento. Entonces se da un extraño fenómeno al menos en la Argentina: cuando la curva de contagios está en pleno ascenso se flexibilizan las cuarentenas y sus variantes. Pero se cree que la gente no aguanta más porque, en realidad, se observa un cierre masivo de comercios y fábricas, dando forma a una nueva dicotomía: salud o economía. 

La creencia que sin empleo y sin empresas desaparece el concepto de futuro ha ganado terreno en las últimas semanas al menos en un sector de la población argentina y pone de rodillas la idea instalada desde el Gobierno nacional que sostiene que de la crisis económica se puede volver, pero no es posible regresar de la muerte. Por ahora, en esta situación de tensiones, parece imponerse un método de gobierno basado en el "vamos viendo". 

Con este panorama brumoso que devuelve la Argentina en pleno invierno, con una economía quebrada, un default inminente y una situación sanitaria preocupante, se ha resuelto la reapertura gradual de la economía aun en aquellas regiones más comprometidas por el coronavirus, como el Area Metropolitana de Buenos Aires. Y entonces la gran responsabilidad que cargaba el Estado -en sus diferentes niveles de gobierno- de tomar las decisiones comienza a ser compartida con los ciudadanos, a los que se les devuelve libertades en forma progresiva, pero también se les otorga obligaciones. Es decir, se le pide -o exige- a las personas que usen barbijo, mantengan distancia social, no compartan el mate, que se laven bien las manos y no concurran a jugar un partido de fútbol o a una fiesta, ni participe de reuniones afectivas o familiares masivas sino con un tope de diez individuos. Se trata de buscar, a través de campañas informativas y miles de conferencias de prensas que se reproduzcan a través de los medios de comunicación tradicionales y el cada vez más amplio abanico de redes sociales, concientizar a la población sobre la necesidad de respetar las normas en defensa de un interés común, de un bien superior como lo es la salud pública. Es decir, la estrategia es educar para lograr la adhesión voluntaria de la gente.  

Aquellos que no cumplan se exponen a sanciones. Desde una condena social como se ha visto en Rafaela en estos días en relación a lo que ha sucedido en una tradicional confitería del centro de la ciudad, en especial hacia las personas que asistieron a una cena por el Día del Amigo que se desvirtuó al final cuando comenzó a sonar la música, hasta un fuerte castigo económico como se ha aplicado a ese mismo comercio desde la justicia de faltas municipal.  

Con la reanudación de la mayoría de las actividades económicas los riesgos de contagio han aumentado exponencialmente. Y si bien desde el Estado se insiste en que ahora la responsabilidad es de las personas para el autocontrol, lo cierto es que se registran fiestas clandestinas, reuniones afectivas con una mayor cantidad de participantes al permitido y sin que se resguarden las disposiciones mínimas -por ejemplo, se comparte el mate-. No se cumple. 

Se podría decir que asoma la naturaleza humana en toda su dimensión, o al menos ese principio de rebeldía sin causa que no suma sino que resta. Es necesario compromiso y responsabilidad social para no facilitarle las cosas al virus.   

Autor: REDACCION

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