Por Víctor Hugo Ibáñez
Hay una casa (que tiene forma de reloj), en la que conviven desde hace mucho y armoniosamente, tres generaciones: abuelos, hijos y nietos.
Esas generaciones vamos a decir que son las horas (abuelas, abuelos), los minutos (hijos) y los segundos (nietos).
Las horas tienen ya una larga experiencia de vida, y como es natural se mueven lentamente, con paso cansino.
Los minutos desarrollan una actividad incesante. Y tienen que responder con la agilidad necesaria que les exige el día a día.
Los nietos, que son el futuro, corren y saltan permanentemente en sus juegos. Podemos decir que como todo abuelo y abuela, las horas tienen mucho para contar. Y precisamente, en esta ocasión se encargaron de recordarme un episodio muy particular, en el que fui partícipe secundario y casual.
Allá voy.
El Autódromo Ciudad de Rafaela es un lugar emblemático para nosotros. Son numerosos los hechos de distinta índole que sucedieron durante el desarrollo de alguna carrera, o bien en los días anteriores.
Como por ejemplo el caso de los que intentaban (“obviando” la boletería), ingresar al autódromo en la noche previa. A veces con éxito y en otras oportunidades no.
O la “muestra gastronómica” que se ofrecía durante esos días, y que iba mucho más allá del clásico asado. Alguien me contó del desayuno en el lugar con huevos fritos y panceta, que se completaba con algunos tragos de whisky para el “provechito”.
No voy a ir más atrás en el tiempo, y me detengo en la década del sesenta.
Las competencias se enriquecieron y a la vez le dieron lustre a muchos apellidos de pilotos de la zona. Es el caso por ejemplo del “Nene” Ternengo, de su hermano Carlos, Omar Almeida, “Coco” Cuvertino, el “Chente”Cipolatti, Desiderio Kuriger y el “Bayo” Di Tullio, con quien compartí conjuntamente con Ricardo Rivolta (“Fierro”, uno de los primeros integrantes de la Peña Rueda), mesas de café, automovilismo y tango.
(Mis disculpas si caigo en algún olvido u omisión).
La cuestión es que teniendo yo quizás 14 ó 15 años, un domingo en el que se iba a disputar una carrera, y aunque no estaba dentro de mis costumbres, decidí “hacer dedo” en el Bulevar Lehmann.
Creo que fue cerca de la esquina del Bulevar y Ameghino que paró un camión tanque (ahora le dicen cisterna). El conductor abrió la puerta de la cabina y me dijo algo así como: "vení pibe, así me acompañás y llamo menos la atención". Llegamos al autódromo, y luego de pasar por la boletería, el camionero ingresó y fue directamente hacia la recta este. Eligió un lugar en el que no había tanta gente, paró el motor, y bajándose del camión dio dos golpes con el puño cerrado en el tanque.
Al instante salieron por la tapa superior del mismo, ante la sorpresa y la risa del público que veía la escena, tres o cuatro personas (no lo recuerdo con precisión), que obviamente habían elegido esa forma para “colarse”.
Claro. En los días previos se habían tomado el trabajo de vaciar y lavar el tanque, para que los vapores del líquido que transportaban normalmente, no les impidieran usarlo en esta ocasión.
En fin, cosas que pasan.
Dentro de la casa del tiempo.