Editorial

La Argentina de los Pérez García

El 6 de enero de 2002, en plena crisis y con la restricción de fondos con el "corralito" en el sistema financiero, el Gobierno de Eduardo Duhalde disponía el fin de la Convertibilidad, que establecía una paridad 1 a 1 entre el peso y el dólar. Desde ese momento, la moneda estadounidense fue escalando por etapas hasta llegar a distintos valores en la actualidad, según se trata del dólar por el cual liquida la cosecha el productor agropecuario, el que reciben los importadores para pagar las compras en el exterior, el que puede adquirir el ahorrista con las restricciones y los impuestos vigentes o el blue que se cotiza en el mercado informal en el que no solo operan los narcos o los contrabandistas sino también familias, comercios, pequeñas y grandes empresas entre tantos usuarios. 

Hace 18 años y medio se podía cambiar un peso por un dólar. Hoy es necesario poner 131 pesos para acceder a un dólar. Evidentemente la economía argentina funciona muy mal. A pesar de que transcurrieron casi dos décadas de aquella traumática salida de la Convertibilidad, la sensación es que no hemos avanzado nada, es más muchos consideran que siempre vamos hacia atrás como los cangrejos. Hoy la economía nacional tiene más problemas que los Pérez García, aquella familia protagonista de un programa de radio que entretuvo a millones de argentinos entre 1942 y 1967 que dio lugar a ese refrán que aún se mantiene vigente.  

Todos los chicos que hoy cumplen 18 años no conocen otro forma de vivir que en modo inflación, un mal crónico que obliga todo el tiempo a renegociar los salarios, los alquileres y los precios de los bienes y servicios, lo cual estresa la economía pues muchas veces no es fácil ponerse de acuerdo en lo que vale cada cosa. El Indice de Precios al Consumidor registró un aumento de 2,7% en agosto último y de esta manera acumula casi 19% en el año. Lo peor es que esta variación fue impulsada principalmente por el rubro de alimentos y bebidas que registraron incrementos del orden del 3,5%, lo que no se puede dejar de comprar en el supermercado o en la despensa. No se puede dejar de comer. Justo en tiempos donde la crisis de la economía que la Argentina arrastraba desde 2018 se profundizó por las medidas adoptadas por los gobiernos para enfrentar la pandemia, lo que se deriva en un aumento de la pobreza y el deterioro del poder adquisitivo del salario. En este contexto, no extraña que cada vez más personas requieran de la asistencia del Estado o deban procurarse su alimento en comedores populares. 

El año pasado el IPC Nacional trepó 53,6% y acumula casi 19% en los primeros siete meses de 2020. Como el peso se deprecia constantemente, no sorprende que los argentinos que logran excedentes en sus ingresos vayan en busca de dólares para atesorar como forma de proteger sus ahorros de la inflación. El gobierno, de un lado o del otro de la grieta, no ha hecho mucho para ayudar a los argentinos. A veces los presidentes parecen querer castigar a un ciudadano porque quiere comprar dólares solo para mantener su poder adquisitivo, cuando por sus medidas estamos como estamos. En otros términos, sino los distintos gobernantes que hemos tenido en el país hubieran hecho más o menos bien su trabajo, tal vez nadie se interesaría en soltar los pesos y salir a la caza de dólares. 

En un reporte de la consultora Ecolatina, se remarca que la suba del IPC contiene muchas heterogeneidades a su interior: por ejemplo, hay mucha dispersión según qué región se analice. Asimismo, la suba se modifica a lo largo de la pirámide de ingresos. Dicho llanamente, la inflación de los pobres no es la misma que la de la clase media, que también difiere de la población de mayor poder adquisitivo. En este sentido, dado los importantes efectos reales que tiene la suba de precios, es muy relevante sumar al análisis un componente que refleje en qué gasta cada familia. Por caso, los sectores de menores recursos se ven más afectados por la dinámica de los precios de alimentos y bebidas que el resto de la sociedad, ya que destinan una mayor porción de su ingreso a satisfacer estos consumos básicos e indispensables. En dirección contraria, las familias más ricas gastan más en artículos para el hogar, educación y esparcimiento, entre otros.

A esta coyuntura opaca que nos toca transitar, signada por una curva sostenida de contagios de coronavirus y una crisis económica que no da respiro, le sigue la falta de perspectivas respecto al futuro. El presupuesto 2021 enviado esta semana al Congreso parece un papel con los buenos deseos más que estimaciones reales. Difícil vivir en la Argentina en estos días. 

Autor: REDACCION

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