Editorial

La advertencia de 2017

El pedido de un nuevo informe sobre el origen del coronavirus en China motorizado por Thedros Adhanom, el jefe de la Organización Mundial de la Salud, puso una vez más en primer plano la intriga sobre cómo se propagó el Covid-19 en Wuhan.

El 15 de enero pasado, durante los últimos días de la presidencia de Donald Trump, el Departamento de Estado de Estados Unidos emitió un comunicado con serias afirmaciones sobre los orígenes de la pandemia de coronavirus.

En ese informe se aseguraba que la inteligencia del país tenía evidencia de que varios investigadores del laboratorio del Instituto de Virología de Wuhan se habían enfermado con síntomas similares a los producidos por la enfermedad de Covid-19 en el otoño de 2019 del hemisferio norte, lo que implicaría que el régimen chino ocultó información crucial sobre el brote durante meses y que el laboratorio, a pesar de "presentarse como una institución civil", estaba llevando a cabo proyectos de investigación secreta con el ejército chino.

El Departamento de Estado alegó un encubrimiento de China y afirmó que Beijing continuaba "reteniendo información vital que los científicos necesitan para proteger al mundo de este virus mortal y del próximo".

El origen del nuevo coronavirus aún sigue siendo un misterio, pero la búsqueda de la verdad no se trata solo de culpar y responsabilizar. Si no se encuentra el origen de la enfermedad, no se podrá rastrear la verdadera ruta del virus y los científicos tampoco podrán estudiar adecuadamente las mejores formas de prevenir futuros brotes.

La historia original del régimen chino de que la pandemia se propagó desde un mercado de mariscos en Wuhan fue la primera y por lo tanto, la teoría más aceptada. Pero las grietas comenzaron a aparecer lentamente a fines del invierno y la primavera boreal de 2020.

El primer caso confirmado de coronavirus en Wuhan se dio a conocer en febrero y no tenía conexión con el mercado. Según un medio de China lo cerró en enero para desinfectarlo antes de que se pudieran tomar las muestras adecuadas.

No fue hasta mayo que los Centros para el Control de Enfermedades de China desautorizaron la teoría del mercado, admitiendo que no tenían idea de cómo había comenzado el brote, pero para entonces ya se había convertido en la historia más aceptada en China y en el resto del mundo.

En la primavera boreal de 2020, en el Gobierno de Estados Unidos, algunos funcionarios comenzaron a encontrar y recopilar evidencia de una teoría diferente, quizá más preocupante: que el brote tenía una conexión con uno de los laboratorios en Wuhan, más concretamente en un líder mundial en la investigación sobre coronavirus en murciélagos.

Para algunos dentro del Gobierno, el nombre del laboratorio les resultaba familiar. Su investigación sobre virus de murciélagos ya había llamado la atención de los diplomáticos y funcionarios estadounidenses de la embajada estadounidense en Beijing a fines de 2017, lo que los había llevado a alertar a la Casa Blanca de que los propios científicos del laboratorio habían informado "una grave escasez de técnicos e investigadores debidamente capacitados necesarios para operar este laboratorio de alta contención".

Cuando Josh Rogin, columnista de "The Washington Post" y autor del artículo, publicó las advertencias de estos cables en abril de 2020, se agregó combustible a un debate que ya había pasado de una cuestión científica y forense a un tema político candente, al tiempo que el debate previamente interno del Gobierno de EE. UU. sobre la posible conexión del laboratorio llegó a la opinión pública.

Al día siguiente, Trump dijo que ya se encontraban investigando, mientras que Mike Pompeo -el exsecretario de Estado- pidió a Beijing que "aclarara el origen del brote".

Dos semanas después, Pompeo aseguraba que había "pruebas enormes" que apuntaban al laboratorio, pero no proporcionó ninguna de ellas. A medida que la relación de Trump y el presidente chino Xi Jinping se fue deshaciendo y los funcionarios de la administración culparon abiertamente al laboratorio de Wuhan, el vínculo entre Estados Unidos y China se hizo cada vez más cuesta abajo.

A medida que la pandemia se extendía por todo el mundo, la historia del origen se comenzó a dejar de lado en la cobertura de la crisis. Pero el debate interno del Gobierno continuó, ahora sobre si Estados Unidos debería haber divulgado más información sobre lo que sabía del laboratorio y su posible conexión con el brote.

La declaración del 15 de enero fue aprobada por la comunidad de inteligencia, pero los datos subyacentes aún se mantuvieron en secreto. Probablemente no hacía cambiar de opinión y fue pensado como una señal, mostrando que la evidencia circunstancial existía y que la teoría merecía una mayor investigación.

Autor: REDACCION

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