Editorial

Independizarnos de la corrupción

Cada 9 de Julio en la Argentina se conmemora el aniversario de la Declaración de la Independencia nacional, que se plasmó un día como hoy pero del año 1816 en la ciudad de Tucumán, tras prolongadas negociaciones entre los representantes de las Provincias Unidas de Sudamérica en el marco de un Congreso al que no asistieron los diputados santafesinos. En su tramo central, el texto suscripto afirma: "Declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli". 

A 204 años de aquella gesta patriótica, la Argentina todavía está en deuda porque, claramente, no es un país libre como quisiera. Con la mitad de sus habitantes sumidos actualmente en la pobreza, no hay forma de ver a la Argentina como un país "condenado al éxito". Todo lo contrario. Si el país estuviera hoy frente a un gran espejo, la imagen que encuentra no está ni cerca a la que hubieran deseado los próceres de la Revolución y de la Independencia. Alguna vez quizás logró mezclarse entre las naciones con mayor desarrollo y se convirtió en protagonista de la escena internacional, pero desde hace décadas quedó atrapada en un laberinto que pareciera no tener salida. 

¿Cómo es posible que no hayamos sido capaces de alcanzar acuerdos básicos del país que queremos? ¿Cómo no hemos podido consensuar políticas de Estado que se sostengan más allá de los cambios de gobierno? Cada vez que un Presidente llega a la Casa Rosada llega para hacer todo de nuevo sin considerar nada de lo que se venía haciendo. Los políticos, he aquí un gran problema, proclaman a los cuatro vientos la necesidad de firmar una concertación, reducir las grietas existentes y avanzar con paso decidido hacia la unidad nacional. Pero la mayoría de las veces dicen una cosa y hacen otra. 

Hoy día las máximas autoridades se enredan en discusiones estériles y en algunos casos patoteras, de guapos, que nada suman a las urgencias de la hora y revelan las carencias de la clase política. Cabe admitir que no se trata de una disfunción de los políticos argentino sino que, lamentablemente, se encuentra en otros países como Brasil o los Estados. 

La Argentina hoy está encadenada a problemas estructurales que impiden su desarrollo y crecimiento que derrame bienestar en toda su población. De esos males debería hoy buscar la independencia. La corrupción de la política es inadmisible, seguida de una impunidad irritante. Los políticos con numerosas causas, procesados por quedarse con la plata de todos que no están presos solo porque se las ingenian para conservar fueros, hoy siguen estando en el Gobierno. Difícil de entender. Un ex presidente y actual senador con condenas de la Justicia cobra fortunas cada 30 días con dinero de los contribuyentes, agobiados por la altísima presión fiscal. 

La señal que se genera desde el centro del poder no es saludable para una democracia siempre vacilante. Los funcionarios roban, se enriquecen y esquivan las condenas, mientras gran parte de los argentinos batallan día a día contra la pobreza. A este escenario opaco de país se suman los problemas de inseguridad, muchos de ellos fuertemente vinculados con el auge de las bandas narcos que comercializan drogas muchas veces protegidos por la política y las fuerzas policiales. O la inacción de los jueces. 

Así, las luchas de la Argentina en este tiempo debería ser por la independencia de la corrupción, de la pobreza, del hambre, de la deuda externa, de la inseguridad y de los narcos. También de la política asistencialista que garantiza la continuidad de los bolsones de pobreza. En cambio, debería apostarse por la dependencia de la buena educación y de la búsqueda de un modelo de país consensuado que marque un rumbo definitivo para lograr prosperidad para todos y no solo para sus políticos. 

El escritor uruguayo Eduardo Galeano describió alguna vez que "nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder" y agregó que "continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos que ganan, consumiéndolos, mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos". A pesar de que hace 50 años de esta observación, la situación no ha variado demasiado. De todos modos, podemos elegir ser optimistas para no rendirnos, también de la mano de Galeano, cuando dijo: "La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar".


Autor: REDACCION

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