Editorial

Gobernantes "eternos"

En todos los países, cualquiera sean sus características generales, al punto de ubicarse algunas de ellas en los extremos, la aspiración de sus gobernantes es la misma: tratar de permanecer en el cargo la mayor cantidad de tiempo posible. Incluso, acudiendo a toda clase de argucias, algunas legales y otras no tanto, pero siempre reñidas con la ética, una palabra y más aún la acción que significa, prácticamente olvidada.

En marzo de 2011 el presidente de Guatemala, Alvaro Colom, y su esposa Sandra Torres, solicitaron de mutuo acuerdo el divorcio, para permitir constitucionalmente que esta última pueda ser candidata y sucederlo en el cargo, ya que las normativas actuales impiden a cualquiera de los cónyuges postularse en el siguiente mandato. Hecha la ley, hecha la trampa, bien podría razonarse en este y muchos otros casos, aunque el de este matrimonio es ejemplificador hasta qué extremos se llega para burlarse de la ley, no respetando incluso situaciones humanas como el vínculo matrimonial, en este caso bien avenido. Dejaron en claro, eso sí, que lo hacían por "el gran amor a Guatemala".

Es verdad que hubo dictadores de todo tipo, desde aquellos sanguinarios que no trepidaron en asesinar a sus adversarios políticos, hasta otros que buscaron ocultarse bajo tonalidades democráticas que, de todos modos, nunca alcanzaron para mostrar lo que en realidad no era. Incluso en los regímenes democráticos, se vulneraron estipulaciones muy claras y precisas, apelando a modificaciones constitucionales hechas de apuro, merced a acuerdos muchas veces espúreos, pudiéndose recordar sin ir demasiado lejos lo sucedido en nuestro país cuando Carlos Menem logró la posibilidad de reelección que le estaba impedida por las leyes.

Queda plasmado de tal modo, en la realidad incontrastable de los hechos, que son mayoría, o al menos una muy buena cantidad, los que buscan eternizarse -por recurrir a un término muy en boga- en el poder, mientras las leyes de la naturaleza se lo permitan. 

Un caso muy claro de lo que decimos, útil para identificar la situación, es el ruso Vladimir Putin, quien viene gobernando su país desde 1999 y puede continuar haciéndolo hasta 2024. Arribó por primera vez a la presidencia en el año mencionado, cuando se desempeñaba como premier de Boris Yeltsin, quien le pidió -y debió apelar a una fuerte argumentación para convencerlo- que ocupara su cargo interinamente debido al enorme desgaste de su gestión. Luego, en marzo de 2000 Putin fue candidato y ganó las elecciones, reiterando luego un segundo permitido mandato, adquiriendo una enorme popularidad -alcanzó el 75%- merced a la transformación y bonanza que había conseguido Rusia, sostenida por el boom del petróleo.

Como ya no podía seguir ocupando la presidencia en el tercer mandato ubicó a Dmitri Medvedev en el máximo cargo y Putin pasó a desempeñarse como premier, aún cuando en realidad siempre fue quien continuó ejerciendo el poder y todas las decisiones.

Ahora Putin, de 59 años, luego de imponerse holgadamente en los comicios del domingo pasado -aunque la oposición los calificó de fraudulentos-, tiene por delante la posibilidad de cumplir luego un ulterior bis para llegar hasta 2024 ocupando la presidencia de Rusia. Una continuidad, que tras la caída de la monarquía, solamente ha sido superada por Josef Stalin, quien lo había concretado merced a metodologías mucho más violentas.

La oposición en tanto, describe estos mandatos de Putin como cada vez más inmersos en la corrupción, siendo un líder autoritario y populista que cada vez se encuentra más solitario, habiendo formulado en la reciente campaña promesas electorales que se califican de incumplibles, pues demandarían 161 mil millones de dólares. Su imagen, muy cultivada de su parte, trata de ser la de un deportista de alta competencia, que tanto maneja barcos y aviones como tractores, que cabalga con el torso desnudo, se luce en combates de judo siendo cinturón negro, soliendo además realizar excursiones para mostrarse muy próximo a ballenas, tigres y osos.

Toda la difusión que hace de estas actividades, no las tiene en cambio sobre su vida privada, que es bastante misteriosa, pues poco y nada se sabe tanto de sus hijas como de su esposa Liudmila, quien en ocasión de las elecciones acompañó a Putin a votar, contradiciendo de tal modo las versiones que la daban recluida en un monasterio.

Autor: Redacción

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