Por Guillermo Briggiler
La economía argentina atraviesa una recesión prolongada que afecta a todos los sectores de la sociedad. Con una combinación de factores internos y externos, el país enfrenta uno de sus períodos más difíciles en décadas.
Argentina ha soportado tasas de inflación entre las más altas del mundo. Este fenómeno erosiona el poder adquisitivo de los ciudadanos y disminuye el consumo interno, agravando la recesión. En este contexto, la baja de la inflación a valores cercanos y menores al 5 por ciento mensual es como el sol de invierno, calienta pero poquito.
El elevado endeudamiento externo y las dificultades para cumplir con los pagos han llevado a reestructuraciones y defaults, minando la confianza de los inversores internacionales. Actualmente se está cumpliendo con todas las obligaciones, internas y externas, lo que hace pensar que en el futuro podremos volver a ser sujetos de crédito.
Implementamos durante décadas políticas fiscales expansivas que se financiaban con emisión monetaria que descontroló la inflación y al desequilibrio económico que llevó a una fuga de capitales (compra de dólares por los ahorristas) y a la dolarización de facto de la economía.
Lo expuesto en los párrafos anteriores nos llevó a tener una economía congelada como la de la película Frozen, y hasta el clima lo acompaña con temperaturas bajo cero en gran parte de la Argentina. Pero además el desempleo se hace presente con la disminución de la actividad económica, que lleva al cierre de empresas y, por ende, a un aumento del desempleo. También baja el consumo, porque la pérdida de poder adquisitivo y la incertidumbre económica reducen el consumo de bienes y servicios. Muchas empresas, especialmente las pequeñas y medianas, no logran sobrevivir a la caída en las ventas y los altos costos financieros, llevando al cierre de negocios y agudiza la pobreza y la desigualdad, con más personas cayendo por debajo de la línea de pobreza.
Para salir de este escenario adverso necesitamos realizar las reformas estructurales comprometidas en la ley Bases recientemente aprobada en el Congreso y las que promete profundizar el nuevo ministro ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger.
Aquí valen mucho las negociaciones exitosas con los acreedores externos para reestructurar la deuda -se incluye al FMI- y con aquellos inversores que el mundo pueda aportar. De ahí la gran cantidad de viajes al exterior del Presidente. Paralelamente es necesario continuar con la estabilización de la moneda a través de políticas efectivas para seguir controlando la inflación y estabilizar el peso argentino. Además, es imperativo llevar adelante todas las iniciativas posibles para fomentar la producción, las exportaciones y la inversión en sectores clave para ayudar a reactivar la economía.
Argentina está transitando el peor momento de la recesión. Esto era esperable dado el necesario reacomodamiento de precios relativos que, si bien está encausado, aún no terminó. Lo dijo el Presidente cuando asumió al hablar de “estanflación”. La gran mayoría de los economistas estimaban una caída de actividad en los primeros meses del año. Una cosa es decirlo y otra distinta es vivirlo. La frustración de familias con pérdida de poder de compra, de comerciantes e industriales que no venden es entendible. Pero mirando hacia adelante y en ausencia de escenarios políticos o climáticos muy adversos, deberíamos estar tocando el piso de la actividad en el transcurso de este año.
Al igual que el querido Olaf de la película Frozen, que sueña con el verano en medio del frío invierno, los argentinos esperan con ansias el fin de esta recesión. Solo el tiempo dirá si los esfuerzos para salir de la crisis darán los frutos esperados. Mientras tanto, la resiliencia y la esperanza siguen siendo esenciales para superar este desafío económico, no bajemos los brazos.
#BuenaSaludFinanciera
@ElcontadorB
@GuilleBriggiler