"Esta mañana
me levanté, me dolían los dientes". Con sus cuadernos apoyados en
las rodillas, sentados en las escaleras de la plaza Stalingrad de
París, varias decenas de migrantes repiten a coro las frases de su
profesor de francés.
Hace buen tiempo, pero están a "-5 grados", como el invierno
pasado, o con una ola de calor, el grupo, de unas cien personas,
se reúne invariablemente todas las noches para una hora de curso
de francés al aire libre, en las laderas de hierba que cercan la
plaza, en el norte de la capital.
"Me duele la espalda", dice Pierre Piacentini delante de la
pizarra, alzando la voz y ayudándose de gestos, tratando de que le
entiendan sus alumnos del "nivel 2", apretujados en los escalones
o de pie, en lo más alto, por falta de espacio.
El ruido de una fuente, la música de un bar cercano y la
circulación complican a veces su tarea.
"Me duele la espalda", repite al unísono una cincuentena de
hombres de entre 18 y 30 años, la mayoría de Darfur o de
Afganistán, mientras toman notas.
La escena llama la atención de los viandantes y muchos de ellos
se paran a mirar. Los cursos, organizados por la asociación BAAM (Oficina de
acogida y acompañamiento de migrantes, por sus siglas en francés),
comenzaron hace más de año y medio en una decena de lugares de la
región de París, incluyendo esta plaza, cerca de la cual se
desmanteló un gigantesco campamento en noviembre.
Puesto que la Oficina Francesa de Inmigración y de Integración
(OFII) solo ofrece cursos de francés a los inmigrantes que cuentan
con el estatus de refugiado, la asociación quiere "paliar un
déficit del Estado" con cursos para todos los migrantes, sea cual
sea su estatus.