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Flecha, la zapatilla que llegó a la luna

Por Edgardo Peretti


“Un pequeño gran paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”.
La historia menciona esta sentencia del comandante Neil Armstrong al pisar el suelo lunar, una noche (de las nuestras) de julio de 1969. Todo forma parte de la novela oficial armada por EE. UU. para justificar esta aventura que aún hoy, medio siglo después, sigue siendo sospechada por propios y vecinos.
Sin embargo, las nuevas formas de la tecnología han permitido recuperar audios inéditos y secretos de esa época, los cuales fueron volcados, quizás furtivamente, a la red global por el sitio “hayoloratongo.com”. Según esta fuente, una vez que Armstrong puso un pie en la superficie selenita le preguntó a Edwin Aldrin (que estaba en el módulo como chofer): “Che, acá pisé algo blando, como de goma. Parece liviano y contiene un cilindro blanco de unos diez centímetros de largo. ¿Qué hago? ¿Lo levanto?” “Esperá que consulto”, dijo el conductor. “Houston, tenemos un problema...”.

NACE EL NEGOCIO
Refieren las diferentes escuelas y vertientes historiográficas que todo comenzó allá por 1853 cuando Charles Goodyear, conocido en el ambiente del barrio como el “Goma”, descubrió la vulcanización del caucho, lo que daría inicio a su negocio y a la alternativa técnica para otras variantes productivas, entre ellas el calzado.
Se menciona a un tal Josef William Foster (inglés) como el precursor del calzado de goma para la práctica del atletismo, ya que hasta 1890 se utilizaban zapatos de cuero con clavos en la suela para un mejor agarre. No se sabe si el precitado carrerista hizo plata o si ganó alguna competencia alguna vez, aunque se ganó su lugar en la historia. De allí a colocarlo en un pie (o dos) de igualdad con Adi Dassler, hay un rato largo.

NACE LA LEYENDA

En el año 1962 la fábrica “Alpargatas” de Argentina lanza la primera edición de su zapatilla de lona y goma. Era la hoy mítica “Flecha”, que llegaba para reemplazar a otros productos de la empresa como sus primas la “Pampero” (similares, pero menos fuertes) y para agregarse a un clásico que aún sobrevive: las “Alpargatas” Rueda luna. Estas tenían una suela de yute y capellada de lona y se ofrecían originalmente para el trabajo de campo; eran “guapas”, aguantadoras, fieles, leales y -fundamentalmente- baratas.
Las primeras eran negras, sin cordones y ásperas por todos lados. El consumo y la tendencia del mercado también ofrecerían luego los modelos con cordones y azules con vivos blancos. El ambiente bochófilo también tendría su premio para su juego: llegaron las blancas en las dos versiones.
Esto se basaba en que el yute de la suela servía tanto para trabajar en el campo como para no arruinar la cancha de bochas que era de polvo de ladrillo. Cuando el uso las volvía cercanas al recambio, el ingenio argentino le dio una vida más y puso de moda el “recorte de bigotes”, que no era otra cosa que perfilar los hilos rebeldes que denunciaban uso y abuso.
De todos modos, jamás pudo competir con las “Boyero”, más “petiteras” (SIC) y con amplia adhesión de las franjas etarias menores y con alguna moneda más en el bolsillo o con libreta de amplio fiado en los comercios del ramo.
Pero las “Flecha” eran una cosa seria. Arrasaban en materia de ventas y de uso. “El que corre vuela con calzado de goma Flecha” decía la publicidad de los sesenta. Todo era de la marca, que presentaba sus productos con capellada de lona, azul o blanco y suela de goma, aunque esta de un solo color; y en dos modelos: las “medio básquet” o las de “básquet”, que eran de caña alta y estaban reservadas a los lungos que practicaban baloncesto y que se las veían en figurillas para conseguir sus talles 45 o 46, que casi no se fabricaban; casi, porque “Flecha” sí había.
Ya en la década de los setenta, la moda aumentó. Estas zapatillas se usaban tanto para vestir, para ir a la escuela, a misa ir al baile de Quilmes (que era en verano), visitar a la novia o jugar al fútbol.
Sus mayores aportes al marketing lo dieron los jugadores de River que en 1974 fueron a un jugar un partido contra el Cosmos de Pelé, en Nueva York, y como la cancha era de fibra sintética (una novedad total) no podían usar botines comunes. La foto del Beto Alonso con sus “Flecha” en el piso del legendario estadio de los Yanquis, recorrió el planeta. En 1971, cuando Carlos Pairetti participó en las “300 Indy”, su auto tenía dos publicidades principales, una de “coca” y la otra…de “Flecha”, la cual ya era conocida por el jingle que le agregaba a la mención de la marca la palabra “Juventud”.
Lejos del romanticismo maradoniano, hay que decir que un golpe con la “puntera” del calzado que nos ocupa generaba molestias en las canillas rivales y en más de una ocasión también una piña a modo de protesta y respuesta.
El mercado y el mundo fueron cambiando usos y costumbres. En 2066 la firma Kosiuko se quedó con el uso de la marca, aunque la propiedad continúa siendo de Alpargatas.
Algunas líneas más arriba, cuando comenzamos este relato cargado de cabellos largos, rebeldías utópicas y lirismos propios de los setenta, citábamos uno de los misterios que la NASA no quiere develar.
Cuentan algunos veteranos de casi siete décadas (o más) que alguna vez el querido e inolvidable profesor Luis Danilo Montti organizó un campeonato de fútbol intercolegial. He aquí que el mejor jugador de su equipo no tenía el calzado adecuado para jugar; en realidad, no tenía calzado. Su pobreza solo lo nutría de la solidaridad de sus compañeros que le pasaban alguna ropa o zapatillas usadas (tampoco les sobraba a ellos) como también algún pedazo de pan con mortadela.
Pero una mamá trajo un par de “Flecha”, con algunos faltantes de lona (agujeros, dixit) y bastante uso. Habían sido blancas. Pero la imaginación siempre premia a los docentes. La maestra de Manualidades trajo una tiza, la mojaron y con ello recuperaron referencia de color, y el maestro de Carpintería (¿quizás el “Cabezón” Alonso o el “Pato” Juan Carlos Peretti?) aportó una cinta aisladora color rojo que envolvieron alrededor de los dos pies conformando una calzado de vanguardia: rojo y lleno de tiras. El problema fue que en el apuro dejaron la tiza entre los cordones y cuando lo advirtieron ya no había tiempo para otra cosa.
Lo que vino fue alegría. Goles de “Tutuca” (así le decían al pibe), campeonato y fiesta, con mate cocido incluido (con pan de grasa) que servía la portera Pepa.
Una semana después la maestra advirtió que las cintas seguían pegadas en su lugar. Pensó en decirle al chico, pero su sapiencia de aula la llevó a contarle al profesor de Carpintería que lo lleve al patio y que, con la excusa de cambiar las cintas, aprovechara el chico para lavarse los pies.
Así se hizo. Era julio y hacía frío y el adhesivo había hecho de las suyas, así que el maestro le dijo “Hacé de cuenta que le pegás un pelotazo a la luna y vas a ver que salen!”
Salieron. Pero volaron lejos. Atento a la mugre que tenían no valía la pena buscarlas.
Y “Tutuca” pudo higienizarse y volver con los pibes a tomar su mate cocido y a colocarse unas medias y unas zapatillas nuevas que le regalaron varios padres, que la compraron en cuotas en la Cooperación.
Nunca se encontró la o las zapatillas. Bueno, es un decir. Es un hecho que fue la que hallaron en la luna, aunque la NASA lo calle. La otra estaría en el arco iris, pero no hay constancia.

(A la memoria de “Tutuca”, que se fue al cielo siendo todavía un pibe, que ya no pasa hambre y es feliz porque juega al fútbol con los ángeles, aunque ahora con las dos zapatillas, “Flecha”, claro).  

Autor: REDACCION

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