Por Darío Lopérfido
Buena parte de la política en la Argentina tiene un apego enorme a la defensa de las corporaciones y eso se nota en el Congreso. Que haya legisladores abocados a mantener cosas desastrosas como la Televisión pública, que intenten alivianar la reforma laboral o que se preocupen por defender ese monstruo del déficit llamado Aerolíneas Argentinas explica, de algún modo, el fracaso argentino.
El tratamiento legislativo demostró, además, que existen una cantidad enorme de legisladores que dan vergüenza ajena. Los carteles de Loan que exhibían los patéticos diputados kirchneristas politizando una desgracia o las desopilantes y antisemitas diputadas de la izquierda jurando su cargo en defensa de los terroristas de Hamas (Mónica Schlotthauer y Vanina Biasi) muestran la imagen de país bananero que tardará en erradicarse.
La otra cosa que quedó clara es que los diputados que trabajan con seriedad para apoyar al oficialismo son siempre los mismos y pertenecen, mayoritariamente, a lo que hasta hace un tiempo se llamaba Juntos por el Cambio. Si bien es cierto que en la ex alianza había y hay sectores aliados al retraso, es innegable que muchos de los que vienen de ahí están ligados a la idea de progreso.
El tiempo dejará en evidencia a algunos de los radicales y algunos del PRO que estarían más a gusto con Massa. En la política argentina existen sectores que quieren (y necesitan) que al gobierno le vaya mal (fundamentalmente todo lo que engloba al peronismo) y hay sectores que trabajan para que a la Argentina le vaya bien. En conclusión, los votos que sirvieron para que salga la ley (dado que La Libertad Avanza tiene bloques muy pequeños) llegaron del viejo Juntos por el Cambio.
Lo más importante es que hay una señal de gobernabilidad y que las cosas que salieron de la Ley se podrán enviar al Congreso en distintos proyectos.
Estas realidades políticas deberían llevar al gobierno a entender que hay un discurso que te permite llegar al gobierno y otro que debe aparecer si lo que se pretende es llegar a buen puerto. El discurso de ir contra “la casta” es una herramienta que sirvió hasta hace un tiempo, pero pareciera que ya debería perecer: la ley salió gracias a muchos de los que Milei caracterizaba como casta y algunos de los negociadores del gobierno provienen de ese mismo sector.
Hoy el problema no es casta o no casta, es quien se coloca del lado del futuro y quien está del lado del pasado. Los gobernantes que llegan al poder con discursos radicalizados pueden seguir en ese camino y tener el gobierno complicado o llegar al gobierno y ganar el favor de otros sectores. Hoy en el mundo el mejor ejemplo de ese comportamiento virtuoso que implica contar con el apoyo de otros sectores es la primera ministro de Italia Giorgia Meloni.
El gobierno argentino acaba de sacar una ley importante, pero la situación sigue siendo mala en todos los sentidos. El ajuste se nota, pero aún no se ve el despegue de la economía. La inflación empezó a ceder, pero continúa siendo una amenaza. El cepo sigue existiendo y eso dificulta la llegada de inversiones. La pobreza sigue siendo enorme y la herencia del kirchnerismo sigue siendo una enorme losa sobre la Argentina.
Argentina ha recuperado un camino correcto en materia internacional y eso es logro del Presidente que muestra que tiene claro su alianza con el mundo civilizado, luego de que el peronismo nos pusiese como socios del club de los indeseables junto a Rusia, Irán o Venezuela, entre otros.
El capítulo de la justicia sigue siendo muy malo. Que el gobierno siga adelante con el pliego de Ariel Lijo muestra que hay sectores oscuros dentro del mismo que quieren manejar la justicia de la peor forma: ahí están los negocios de los inescrupulosos y la indulgencia a los corruptos. Hubo en estos días una muestra de cómo juegan fuerte los que defienden los negocios oscuros con el fallo de la Cámara de Casación (sala 1).
Se trata de un fallo descarado que apunta al corazón de la Causa Cuadernos justo cuando se acerca el juicio oral. La rápida reacción del fiscal, de la UIF y de los jueces que llevan la causa paró la intentona, pero deja una señal clara de cómo se mueven algunos sectores de poder con la justicia.
Muchos sectores en la Argentina piensan que si mejora la economía todo lo demás no importa. Es un error recurrente y fatal. La economía es clave, pero Argentina tiene muchos problemas que necesitan respuesta. La fantasía de creer que alcanza con mejorar la economía y dejar la justicia en malas manos es solo eso: una fantasía.
La Argentina puede salir del pozo si junto a la reforma del Estado y la mejora de la economía aparece una determinación brutal de lucha contra la corrupción. Eso se logra apoyando a gente que cree que una justicia independiente y fuerte es clave para la seguridad jurídica y, por tanto, para el desarrollo del país. Ni Lijo ni Cuneo Libarona pertenecen a ese sector.
El sacrificio que está haciendo la gente tiene que estar acompañado por una sensación palpable de igualdad ante la ley. En otras palabras, la certeza de que se terminan los privilegios. (NA)