El
gobierno en pleno buscó esta semana erradicar la idea de cualquier
posibilidad de devaluación y apuesta a que el blanqueo de
capitales permita descomprimir una plaza cambiaria que se complicó
más de lo esperado, mientras persiste la sequía de dólares para la
inversión.
La presidenta Cristina Fernández buscó enviar una señal
contundente y definitiva a los operadores económicos y a la
población en general, de que por más presiones que reciba, no
depreciará la moneda.
"No voy a devaluar", enfatizó la jefa de Estado, quien por
primera vez aludió a fondo a un tema tan sensible para la historia
económica argentina.
La jefa de Estado comprendió a su vez que su gobierno había
subestimado el problema que representa para la economía la
imprevisibilidad generada por la depreciación permanente del peso.
Pero nunca admitirá que el mayor error parece haber sido
aceptar la idea de aplicar el cepo cambiario, la inédita
prohibición de adquirir moneda extranjera, que derivó en
un descalabro económico aún en sectores que venían funcionando
bien, como la construcción.
También sabe que el dólar está retrasado y que es una de las
razones -no la única-, de que la economía haya perdido
competitividad en un mundo que "se cayó a pedazos".
Pero el problema de la competitividad de las empresas locales
confía resolverlo con mayores subsidios y políticas activas, y no
por la vía de una devaluación ortodoxa que destrozaría salarios ya
de por sí atrasados respecto de la inflación y no haría sino
aumentar los 10 millones de pobres que, según el Barómetro de la
UCA, hay en la Argentina.
"Los que quieran ganar plata con una devaluación van a tener
que esperar otro Gobierno, no con nosotros", dijo la jefa de
Estado, que también por primera vez aludió a la posible herencia
que dejaría su gestión.
Cristina confía en que los ingresos por exportaciones de soja y
los 5.000 millones de dólares que el gobierno espera ingresen al
blanqueo de capitales permitirán descomprimir la tensión en el
mercado cambiario.
Al menos así se lo prometieron el viceministro de Economía,
Axel Kicillof, y el secretario de Comercio Interior, Guillermo
Moreno.
Ambos funcionarios se mostraron juntos en esta minicrisis,
pero tendrían diferencias sobre lo que se debe hacer con la
economía, que van desde lo ideológico -Kicillof viene de la
izquierda y Moreno de la derecha peronista- hasta lo instrumental.
Moreno cree que el problema del dólar paralelo se podría haber
solucionado de entrada si el Banco Central utilizaba parte de las
reservas para torcerle el brazo al mercado en forma rápida.
Kicillof parece convencido de que la historia de especulación
en la Argentina dejó una huella mucho más profunda de lo que se
cree sobre la forma en que los argentinos deciden protegerse de la
inflación en momentos de desconfianza, pero era más partidario de
un desdoblamiento cambiario.
Ninguno de los dos hombres clave de la economía supo aplicar un
plan que permitiese contener un costo de vida que se disparó el 25
por ciento anual en los últimos cuatro años y se convirtió en la
verdadera raíz del problema que complica a las bases de la
economía por estos días.
Cristina escucha a sus principales asesores en materia
económica y luego decide en la soledad de Olivos.
Parece decidida a cualquier medida antes que devaluar: "Está
visto cómo quedaron los Gobiernos que cayeron en las recetas
devaluacionistas", enfatizó, y la razón la asiste.
Pero de la inflación y el cepo cambiario prefiere no hablar, a
pesar de que constituyen pecados originales de un modelo que tarde
o temprano habrá que afrontar.