LP - Te conocimos hace treinta años en una peña de San Salvador de Jujuy, y allí escuchamos un repertorio nuevo y tu canto diferente.
T.L. - Canté veinte años en esa peña y cada noche explicaba por qué se llamaba así. Era la Peña Gardeliana Chung King. No pega ni con cola. Pero tiene su sentido. En ese local funcionaba el Centro Gardeliano Jujeño y cuando crearon la peña para que siga le pusieron ese nombre. Chung King era un complejo gastronómico armado por los padres de los dueños de entonces que venían de una provincia de la China que así se llamaba. Allí está el sentido folklórico porque tiene el nombre de una provincia. Esa es la explicación.
LP - ¿Cómo hiciste para salir de ese Jujuy y llegar a Buenos Aires proponiendo un ciclo de dos meses todos los años?
T.L. - Siempre tenía mis intenciones de salir, pero tenía mis hijos chicos por eso no podía hacerlo. Trabajaba en la municipalidad de San Salvador de Jujuy y eso me frenaba, aunque había una ley donde por razones de representación cultural uno podía salir con permiso, aunque no podíamos hacer abusos. Pero por ahí, algún viernes, algún sábado o algún feriado cumplía con algunas actuaciones lejos de Jujuy. Hasta que me jubilé, entonces ya hace varios años que tengo la libertad para poder ir a cantar a todos lados.
LP - Se reconoce en tu trabajo artístico un repertorio singular y versiones insuperables de muchos temas emblemáticos.
T.L. - No sé si insuperables, pero las canciones de mi repertorio inicial fueron por ejemplo La Tata Pedro, una zamba que hizo mi hermano Domingo Ríos, que compuso tantas más y fueron la base de mi elección. Es como aquel viejo dicho que dice Pinta tu aldea y pintarás al mundo y yo sin saberlo ni pensarlo estaba haciendo eso en mi canto: cantando a mi pueblo, cantando a los personajes. Porque mis dos primeras grabaciones se basan en composiciones de mi hermano que por ejemplo le canta a la Serafina Paredes, una coplera, al Curcuncho Mercau que vivía en Patacal, al Tata Florencio, a Don Fausto, a todos los personajes. Y he tenido la suerte de grabar algunos.
LP - En una oportunidad contaste lo que significó el encuentro de culturas en tu niñez a través de las ceremonias, que convivían a diario en lo familiar. ¿Qué recuerdos tenés de aquella infancia?
T.L. - Uh... recuerdos maravillosos, muy lindos, muy lindos. Además de las vivencias de la casa, con mi papá, mi mamá, mis hermanos mayores, allá en Chalala donde nací, a casi dos kilómetros del pueblo de Purmamarca. Ahí me he criado, soy el menor de diez hermanos, entonces lo que había a mano como un erkencho, una quenita, por ahí algún charango más adelante, aprendíamos a tocar. Pero la quena y la caja, el erkencho era el instrumento que teníamos a mano y además la vieja guitarra que tenía mi papá. Y ahí fui mamando sin proponérmelo, solamente así el mandato de la comarca, la cultura que uno recibió. Iba a los velorios a cantiquear y cantaba las letanías para los muertos, iba a los festejos santorales de San Juan, San Santiago, San Antonio, y en la fiesta de los santos ir a tocar en los sikuris y cantar también en las novenas, cantiquear los cánticos, y ahí uno va cantando inocentemente sabiendo que uno tiene buena voz para cantar. Recuerdo que mi papá cantaba fuerte, era el cantiqueador principal. En los pesebres ya tocábamos los villancicos con las quenas aprendiendo sin que nadie nos enseñara. Escuchando a los mayores que tocaban y aprendíamos.
LP - ¿Cuándo supiste que lo tuyo iba a ser el canto profesional?
T.L. - No sé. Cantaba. Porque ahí en la comarca para los carnavales cantaba. Y después aprendí a tocar el bandoneón mirando a un primo de mi papá, el tío Heriberto Vilque, que iba cada carnaval a tocar su bandoneón después de comer un asado con choclo, queso con papa debajo del parral. Sacaba su bandoneón y lo mirááááááabamos... Lo admirábamos. Y uno de mis hermanos mayores, trabajando en la zafra, con su platita se ha comprado un bandoneoncito y con eso aprendí. Y era tocar el bandoneón y cantar para la gente, sin amplificación, sin nada. Era lo común para nosotros, ir y cantar. Y era lindo que la gente te invitaba, y que te aplaudía, porque animabas la fiesta, y le alegrabas el alma y el corazón para que puedan bailar y danzar. Y eso se ha ido dando sin darme cuenta que algún día iba a estar en algún escenario importante cantando.
LP - ¿Cómo te recibió Buenos Aires?
T.L. - Bien. Siempre venía cantando integrando la delegación de Jujuy, hasta que tenía ya dos grabacioncitas hechas en casete. Una vez sonó el teléfono y me llama el maestro Jaime Torres, me dijo “quiero hablar con vos porque necesito un vocalista”. Eso fue en el comienzo del año noventa, y justo se accidentó cuando viajaba a Humahuaca para preparar un grupo grande que iba a llevar a Cosquín al año siguiente. Así empecé con el grupo de Jaime Torres hasta el noventa y siete casi ocho años. Uno se va forjando y conociendo escenarios, además de aprender lo que es el canto profesional, el respeto de las obras que uno canta, el respeto a los instrumentos, a nuestras tradiciones, a lo heredado, sobre todo a lo heredado, a lo que nuestros mayores nos han transmitido, porque no soy un estudioso ni de la música ni del canto. Nunca he leído un libro, ni he tenido oportunidad. Salvo aquel que una vuelta me ha regalado mi maestra, por ser el mejor alumno de cuarto grado, que fue La hormiguita viajera. Después una vuelta mi mujer, cuando era mi novia, me regaló El principito. Los únicos libros que leí, no soy hombre de leer libros, por no haber tenido la costumbre. Leo siempre, todos los días, los diarios.
LP - Tuviste la originalidad de organizar en pleno centro de la capital del país un ciclo de dos meses cada año con invitados que permanece vigente. ¿Qué te propusiste con el emprendimiento?
T.L. - Desde dos mil uno lo venimos haciendo. Antes que nada, agradecer a don Armando Cavalieri que es el secretario general del Sindicato de Empleados de Comercio que me escuchó y me vio cantar en una despedida de año y ahí fue donde me hizo convocar para ir esa vez, y desde entonces todos años llegamos a mostrar. Para mí es un privilegio enorme llevar desde Jujuy de acuerdo a mi modesto entender la esencia del canto, la música y la danza que hemos aprendido y heredado de nuestros mayores. Por eso va a haber en el repertorio no solamente estas cosas traídas y aprendidas de allá, sino algunas emblemáticas obras del folklore argentino como la zamba de don Atahualpa Yupanqui, Piedra y camino, o Banco y azul que cantaban el tío Heriberto con mi papá. Así que todas esas cosas uno las va transmitiendo. En el primer espectáculo que se llamaba Demasiado corazón, hacía bloques de la Puna, de la Quebrada y de Jujuy, porque no se conoce en el resto del país esa geografía, ahora estamos haciendo El canto de Purmamarca, cantando las cosas que hemos aprendido desde ahí.
LP - ¿Qué reflexión te merece haber dedicado tu vida al canto?
T.L. - Agradecer a la Pachamama, a mis tatas y a Tata Dios, de haberme dado este don. No solamente de tocar un instrumento, de cantar una pieza musical folklórica, sino también el don de la amistad, que mi tata me ha transmitido así con el ejemplo de ser solidario, generoso, dar… En nuestro decir: me ha enseñado a ser un hombre “churo” en la vida. Ser bueno. Tener una generosidad, no ser mezquino, y trabajar. Me ha enseñado la cultura del trabajo, porque mi papá no tenía empleo, soy el menor de diez hermanos y nunca nos ha faltado el pan porque labraba la tierra, sembraba lo que necesitábamos para comer, y nunca pidió nada a nadie. Y nunca nos faltó el pan, la leche, la carne, y todos los demás alimentos. Porque en Purmamarca menos el citrus se da de todo. Y también la sabiduría incaica de guardar en troja lo que se cosecha en verano para tener fuera de la época de la cosecha la fruta, tener el alimento fresquito como si estuviera en una conservadora. La troja que se llamaba, y son pequeñas casitas hechas de barro herméticamente cerradas.
LP - ¿Tenés herederos en este camino?
T.L. - Mis hijos, pero no se dedican. Son músicos y han tenido la oportunidad de estudiar, yo no he tenido profesor de música.
LP - ¿Hay discos para rato entonces?
T.L. - Soy vago. Soy adicto a la televisión, si no tendría el doble de discos grabados. Llego y busco el control remoto y estoy horas mirando mucho deporte, sobre todo los torneos de tenis.
por Raúl Vigini
raulvigini@yahoo.com.ar