La Palabra

En busca de… Silvia Marzioni, narradora oral

LP - ¿La narración despertó tu interés desde cuándo en tu vida?

S.M. - Desde muy chica me gustó escuchar historias. Mi padre nos contaba anécdotas de su infancia, historias de la familia. Además, tuve muy buenas bibliotecarias durante mi paso por las escuelas; amigos libreros y lectores que fueron afinando mi gusto. Y relación con escritores con los que tuvimos largas charlas y que influyeron sin dudas en descubrir el placer por este oficio.

LP - ¿Cuándo definiste tu gusto por el arte de la palabra y la representación?

S.M. - No hay un hecho concreto. Pero sí momentos de mi infancia que fueron sumamente placenteros y que sin dudas han volcado la balanza para ese lado: las noches de verano con mi padre en el patio, bajo las estrellas, contando historias; La hora del cuento con la bibliotecaria de la escuela: Beatriz Duverne; mi madre recordando anécdotas de su infancia junto a mi amado abuelo.

LP - ¿Dónde abrevaste para lograr los primeros contenidos y métodos de aprendizaje?

S.M. - A los diez años comencé declamación, un arte olvidado pero bellísimo, que me dio las primeras herramientas acerca de las inflexiones de voz, las pausas, los movimientos de las manos, la postura, etcétera. Más tarde hurgué entre libros algunas pautas. Así fue que descubrí que hay varias escuelas narrativas, cada una con un perfil específico. Pero hace veintiún años se “abracadabró” la posibilidad de estudiar junto a la profesora Marcela Sabio, referente internacional de la Narración Oral Escénica. Y lo hice durante quince años. A través de ella me he contactado con otros profesores como Armando Trejo de Méjico, Rubén  Corbett, Pedro Mario López Delgado. Cada uno desde su experiencia y conocimiento fue marcando una forma de narrar y decir.

LP - ¿Cuál fue y es tu formación en ese género de la narrativa?

S.M. - Sin dudas, la base y raíz profunda de este arte me lo dio la profesora Marcela Sabio. Pero como te dije antes, hubo muchas personas, cada uno con su aporte específico y mirada personal, que influyeron y siguen influyendo en mi formación. No solo narradores, también escritores, promotores de lectura, poetas, coordinadores de talleres literarios. Y sobre todo, otros narradores, que con estilos diferentes, con diferentes formaciones, van dándome herramientas para seguir aprendiendo y aprehendiendo.

LP - ¿Qué te propusiste cuando lo tomaste como una profesión?

S.M. - Recuerdo haberle dicho a Marcela Sabio al finalizar el primer taller que tomé con ella: quiero ser la mejor narradora que pueda llegar a ser, quiero ser referente. A la distancia me parece haberlo logrado.

LP - ¿Por qué es importante la narración oral?

S.M. - Podríamos hablar horas y horas. Pero trataré de resumirlo en algunas cuestiones básicas: Despertar el interés por otras culturas, otras realidades, otras posibilidades; desarrollar el sentido de la escucha, el respeto por el habla del Otro; encauzar la angustia, someter al miedo, desarrollar la imaginación; acercarse afectivamente al otro, crear un espacio de contención y seguridad; ampliar el vocabulario; estimular a la lectura; repensar y repensarse como integrante de una sociedad; conmoverse; verse reflejado en otras historias. Cada ítem que enumeré abre un abanico de conceptos que realzan la importancia de la narración en la vida de las personas.

LP - ¿Qué valores debe cumplir un narrador para ser auténtico?

S.M. - Te lo voy a decir brevemente con la frase con el profesor Armando Trejo abrió el primer taller al que asistí: “No se puede ser buen narrador y mala persona”.

LP - ¿Dónde llevás tu propuesta?

S.M. - A múltiples espacios. Principalmente escuelas primarias, secundarias, terciarias. Pero también he narrado en teatros, plazas, clubes, hospitales, centros de jubilados, sindicatos, ferias de libros, solo para nombrarte algunos ejemplos. En síntesis: narrar, se narra en cualquier parte. Solo se necesita quien diga y quien escuche.

LP - Una anécdota sucedida con vos en el ámbito de la oralidad.  

S.M. - Te voy a contar algunas: En una plaza de Rafaela, junto a Mercedes Gamarra estábamos con un grupo de niños y niñas diciendo poesías y cuentos poéticos. Uno de ellos, hablaba de la Luna, que se había caído y tres chicos hicieron varios intentos hasta que por fin pudieron volver a colgarla en el cielo. Cuando terminé una nena de seis años aproximadamente, le dice a su compañera “para mí que la Luna se hacía la que no podía subir”. Me encantó. Otra. Durante una función para adultos, conté una historia fuera de programa, “el huevito” de María Guadalupe Alassia. Es la historia de una gallina con su huevito, del cual nace un pollito. Es para niños a partir de los dos o tres años. Sin embargo, es tan bella historia que un señor -ya abuelo que entonces habrá tenido setenta y pico de años- se levantó los lentes y secó las lágrimas. Por último te cuento que durante las inundaciones del Salado, yo estaba haciendo un curso on line con la escritora Iris Rivera. Entre los correos electrónicos que iban y venían con textos y correcciones, le conté que desde el Taller Permanente de Narradores Orales haríamos una contada a beneficio de las bibliotecas inundadas. Ella, muy generosamente, me pasó un cuento que había escrito exclusivamente para ese encuentro y dijo que si me gustaba, lo contara. Ese cuento, años más tarde, fue publicado en un libro álbum. Se llama Maqueta, y la primera en narrarlo cuando aún era inédito, fui yo. (Gustito que nos damos algunos narradores).

por Raúl Vigini

raulvigini@yahoo.com.ar

Autor: Raúl Vigini

Estás navegando la versión AMP

Leé la nota completa en la web