LP - ¿Cuando tuvo que decidir lo que iba a estudiar qué determinó lo que eligió?
R.L. - El descarte. En mi clase social era medicina o derecho. Las dos cosas me gustaban. Medicina la descarté porque creía que venía unida a la idea de ver sangre, cortar, etcétera. Y derecho descubrí que no son los juicios con toga del cine sino papeleríos en un edificio muy complicado. Y como ahí no había posibilidad, finalmente lo que hago es eso.
LP - ¿Cómo le fue en la facultad cuando tuvo que enfrentarse con la realidad del estudio formal?
R.L. - Me aburría mucho, la forma de impartirlo, la forma de enseñar a proyectar una casa no existía. No existe creo. La forma de pasar la vida del cliente. Porque la arquitectura es una cáscara que organiza la vida del cliente. Los trayectos, la visual que él ve, la entrada, la salida, los pasos y los cruces.
LP - Cuando egresa ¿se dedica enseguida a la profesión?
R.L. - No. A la docencia. Y ahí me doy cuenta de que es totalmente renga la facultad en profundidad, que nadie analizó la forma de informar para lograr determinados resultados.
LP - ¿La docencia fue en la misma facultad o fuera del sistema?
R.L. - Las dos cosas.
LP - ¿Pudo cambiar algo dentro del sistema académico?
R.L. - Sí. Grandes cambios. En Cuba hicimos una comunidad de arquitectos llamado Arquitectos de Familia auspiciada por el gobierno. Acá lo estamos haciendo ahora en la facultad. Todos los años salen más o menos cincuenta Arquitectos de Familia que aprenden atendiendo familias.
LP - Es decir que pudo imponer el concepto de Arquitecto de Familia en la facultad.
R.L. - Sí. No en toda la facultad. Pero con mucho éxito porque ya tiene mucho prestigio. Te das cuenta que los arquitectos que trabajan así dejan a los clientes contentos, ellos cobran, y de paso les enseño adentro del sistema cómo cobrar. Para cobrar tengo el mismo sistema que para presentar el proyecto. No presento un proyecto sino un menú. Esta es la idea como vos querés que sea. No es tan así de elegir sino a veces es mezclar esto con esto otro. Entonces el cliente participa del pensamiento. Y de ahí surge el valor del trabajo del arquitecto que es el costo del tiempo del desarrollo de las ideas.
LP - ¿Es una de las mayores demandas de trabajo para esta profesión?
R.L. - Totalmente. Las grandes obras están destinadas a pocos arquitectos. Estoy ante una sala llena y pregunto quiénes tienen quejas de sus casas que creen que podrían solucionarse. Y levantan la mano el ochenta por ciento de los presentes. Pero la gente normalmente tiende a la respuesta directa. Por ejemplo, la cocina es chica, entonces, ¿solución? Agrandar la cocina. Bueno. Retomando el rumbo de la pregunta, y cuando el cliente dice que hay que agrandar la cocina, en esa forma de decir lo que hay que hacer, está contenida una solución que generalmente es mala. ¿Cuál? La cocina es chica, entonces tiramos esta pared, y corremos la otra pared. Y es sistema mío se basa en la resignificación de lugares existentes. Como generalmente la casa ya pasó varios años y está en una etapa que quieren reformarla, esto que se llamaba cocina que medía dos metros y medio por tres metros, y que estaba muy deteriorada como tal, y estaba muy bien ubicada con el exterior, eso pasa a ser el dormitorio de uno de los chicos. A eso lo llamo resignificación. Y el living, tan amplio, porque generalmente la gente tiene un living grande para impresionar a la gente, porque no está nunca ahí. El living está abandonado esperando la comida de quince personas porque nunca ocurre. Y la gente tiene un pensamiento estructurado que no le resuelve nada. Es el antisistema. El método es buscar una solución. No todas las reformas le responden eso. Ofrecen un menú de variantes.
LP - ¿Qué resultados obtuvo ante esta propuesta del menú y la elección del cliente?
R.L. - Muy buena. Encuentro en la calle a los clientes y me hablan de sus casas. Mis alumnos también. Porque se sintieron interpretados.
LP - ¿Qué lugar ocupan las ventanas en la vida diaria?
R.L. - A la gente no le importa mucho la ventana. Es curioso. Y a los arquitectos menos. En mi último libro puse que, en un concurso de arquitectos, gana un premio que cuando uno lee dice: no puede ser. La casa no tiene ventanas. Sino que proyecta diapositivas sobre las paredes. Espantoso. Es la no vida. Es una persona que se cree que la ficción es lo mismo que la realidad. Una barbaridad. Eso simboliza un poco lo que es el proyecto.
LP - ¿Qué cosas le interesaron en la vida fuera de su profesión?
R.L. - Correr. Fui un corredor urbano. Corrí más de cincuenta mil kilómetros. También corrí catorce maratones. Correr y mantener el estado físico es muy bueno. Despeja la mente. Bastante lectura. Y soy un crítico.
LP - ¿Cómo le fue como crítico?
R.L. - Recibí muchas críticas. Creo que Borges o no sé quién dijo: “Poseía el difícil arte de la inacción y la soledad”. Yo estoy tratando de entender eso desde hace varios meses. (risas)
LP - Lo que le gustaría que suceda de ahora en más…
R.L. - Que se siga divulgando lo más posible mi propuesta, para felicidad de los arquitectos, que generalmente terminan muy contentos. La insatisfacción del cliente es una constante en todo el mundo. Y con esto van a lograr al cliente contento.
LP - ¿Cambiaría algo de lo que hizo para encararlo de otra manera?
R.L. - ¿Alguna otra forma de hacerlo? No, porque lo que tengo en mente lo voy realizando de a poco. Lo que no puedo lo compenso y termino concretando todo lo que me propongo.
LP - ¿Quiénes lo heredan en su actividad profesional?
R.L. - Mi esposa, y unos setenta y ochenta alumnos. Mucha herencia en Cuba. Y puede ser en el hijo, pero no lo vamos a presionar.
LP - Cuando vivió su infancia, ¿pensaba en la construcción y en ser constructor?
R.L. - No. Nunca fui un constructor.
LP - ¿Cómo ve la vida desde la mirada del arquitecto?
R.L. - Hay arquitectos que están dedicados a la construcción. Incluso algunos llegar a creer que la casa es cómo construir esta cosa. Yo no estoy ahí, pero me interesa eso por supuesto. Para otros es cuál es la forma de pensar, qué métodos puede haber para llegar a conclusiones que satisfagan al cliente. Eso es lo que yo hago. Más que nada…
LP - ¿De qué se arrepiente en su profesión?
R.L. - Nunca lo pensé. Fui muy crítico de mí mismo. Soy constantemente autocrítico.
LP - ¿Cómo eligió su casa siendo arquitecto autocrítico?
R.L. - Con mi mujer. Fue decisivo la parra. Y la sombra de la parra. Un lugar de estar. La casa tiene cien años, está reformada y hace veinte que vivimos acá. Mantuvimos muchas cosas…
por Raúl Vigini
raulvigini@yahoo.com.ar