La Palabra

En busca de… Rafael Soto, docente de idiomas extranjeros

LP - Desde cuándo tu interés por los idiomas.

R.S. - Desde siempre, desde chico. En mi pueblo, Humboldt, en el cementerio  las tumbas del sector evangélico estaban escritas en alemán. En cada una de ellas yo leía las palabras “geboren” y “gestorben” seguidas cada una de una fecha. Intuía que necesariamente debían significar “nacido en tal fecha y muerto en tal otra fecha”. Pese a que había un entorno alemán muy fuerte, no tuve la suerte de criarme en un ambiente donde se hablara la lengua, que es el modo más natural y fácil de aprender un idioma. Un niño, en un ámbito plurilingüe, puede ir aprendiendo varios idiomas a la vez sin problemas. Desafortunadamente no fue mi caso. Iba incorporando, sí, vocablos o expresiones que escuchaba corrientemente. Una hermana mayor me cuenta -eso yo no lo recuerdo- que ella memorizaba algún poema que debía aprender en francés para la escuela secundaria, yo la perseguía preguntándole qué estaba repitiendo, la imitaba y terminaba recitándola completa. Quizás eso queda registrado inconscientemente en la memoria. También te puedo decir que tenía el ejemplo de mi papá, que era español por nacimiento, pero que se las arreglaba para chapurrear cuanta palabra aprendía en alemán, italiano o en valesano, al que se llama también suizo-alemán. Para él era una preocupación no entender y le daba valor a los idiomas. Y además, en una amplia región del país, en la que incluimos la nuestra, estamos expuestos a escuchar y conocer varias lenguas por la presencia de distintas comunidades de origen europeo y si se presta atención, eso va influyendo también.

LP -  ¿Hay una predisposición innata para aprender varios idiomas extranjeros? 

R.S. - Entiendo que se aúnan tres factores: una predisposición innata de gusto por los idiomas y una facilidad para la adquisición de los conocimientos. Pero hay que agregar la dinámica que exige su estudio. Horas y horas de práctica escrita y oral. Recuerdo el tiempo que me llevaba conseguir un sonido lo más cercano posible al original, a veces incluso frente al espejo. Pero este esfuerzo redunda luego en un rédito incomparable: es muy gratificante que te confundan con un hablante nativo y eso me ocurrió varias veces. Otra cosa que hacía en aquellos años jóvenes: iba al cine a ver una misma película muchos días seguidos para memorizar e imitar parlamentos, munido de una libretita que tenía encubierta en la penumbra y anotaba vocabulario nuevo. Esas locuras de juventud que no repetiría. También era de utilidad el intercambio de correspondencia juvenil estudiantil. Pensar que con la tecnología actual, lo que te cuento parece prehistórico. Ahora todo está al alcance de la mano en los buscadores de Internet.

LP - El primero que abordaste por inquietud. Cuál fue, en qué momento, dónde.

R.S. - Ya instalados en Rafaela -yo tenía ocho años-, poco a poco fui descubriendo cada institución que enseñaba un idioma y allí iba en busca de información. Debo agradecer que la ciudad ofrecía una amplia oferta de posibilidades a través de la cual pude  canalizar cómodamente esta afición, con profesores de primer nivel en institutos serios y donde las cosas se hacían con mucho amor y con conocimiento pleno del idioma. También puedo decir que, sin dudas, el cine marcó mucho a nuestra generación; ver películas era un incentivo para oír lenguas diversas y permitía acercarse a culturas a veces tan lejanas. El primer idioma que estudié sistemáticamente fue el francés, que me tocó en suerte en la secundaria. Paralelamente lo comencé a profundizar en la Alianza Francesa. En su momento el francés ocupaba un rango preponderante que lamentablemente fue decayendo. No obstante sigue teniendo una jerarquía intelectual incuestionable.

LP - ¿Qué criterios tuviste en cuenta cuando elegiste cada uno de los idiomas que decidiste estudiar? 

R.S. - Después del francés, en los años inmediatos fui incorporando el italiano y el portugués. Cuando se empieza a dominar un idioma, aprender otros se hace más accesible. El inglés o el alemán los intercalaba como podía, según daban los tiempos. Estos dos idiomas tienen un parentesco, ya que el tronco común las remite a las lenguas germánicas y también ambas sufrieron influencia del latín, por la expansión del Imperio Romano que también había alcanzado los territorios de esos países. Hay un buen número de palabras en inglés o alemán afines al español. Eso facilita un aspecto de su aprendizaje. Me hubiese gustado incursionar en el árabe, el ruso o el japonés, pero en aquellos años no había quién los enseñara, así que me contento con saber algunos giros o expresiones, nada más. Ya no los estudiaría a esta altura de mi vida, pero tengo la certeza de que si estuviese obligado a vivir en cualquier país cuya lengua estuviese muy alejada de la nuestra, la aprendería rápidamente.

LP - ¿Qué apreciás de cada uno de esos idiomas?

R.S. - A mi entender, el francés es la lengua literaria y culta por excelencia. Asimismo es muy interesante el concepto de francofonía -países donde se habla el idioma francés-, ya que ello abarca un amplio abanico de países cada uno con una idiosincrasia propia y entonces, a través del francés, podés instalarte cómodamente y bucear en esas otras culturas, Canadá, Bélgica, Suiza, el Africa negra, el Magreb, Haití… El portugués tiene la ventaja de ser el más parecido al español y geográficamente es el más próximo a nuestra realidad. No es difícil aprenderlo aunque tiene una dificultad: está plagado de lo que se llaman “falsos amigos” -palabras iguales o muy parecidas entre dos lenguas afines pero que difieren en su sentido-, ejemplo: “apelido” en portugués significa sobrenombre y “sobrenome” es el apellido, en Brasil mi “sobrenome” es Soto y mi “apelido” es Rafa; a un cepillo se le dice “escova” y escoba en portugués se dice “vassoura”, y así ad infinitum. Hay que tener mucho cuidado al emplear las palabras porque pueden darse situaciones desde graciosas a ofensivas. Pero también es divertido profundizar este aspecto del idioma. El italiano es una hermosa lengua: transmite una inexplicable alegría, es apto como para jugar un paso de comedia, con la gestualidad significan mucho. Los italianos, en general parecen no tener un apego exagerado a los compromisos y entonces hablar su idioma nos devuelve nuestro propio espejo de pícaros y nos cae simpático y empático. Te diría que me siento italiano por adopción y cuando en un acto se canta el himno nacional de Italia, es en el único caso en que me brota espontáneamente acompañar el canto. Supongo que es por haber crecido en un entorno marcadamente itálico, ya que no tengo ascendencia italiana. El alemán es un idioma lógico, concreto. Parece inabordable,  estudiarlo es un desafío, no se lo domina nunca totalmente, es “indomable”, más bien él te domina a vos. ¡Aún hoy lo sigo estudiando! La pronunciación no es una valla, el vocabulario da una cierta aprensión por la longitud de algunas palabras, pero no es para tanto, es solo la yuxtaposición de dos o tres términos en uno solo, de allí mana la conocida humorada “subanestrujenaprietenbajen” por ómnibus, vocablo que obviamente no existe. La que es complicada pero apasionante es su gramática. Es un arcano que hay que develar con mucha paciencia y ejercitación. Hay que meterse en su “jungla de declinaciones”, y eso dice Borges literalmente en un poema que le dedica al idioma alemán. Su pronunciación suena rotunda, seca. Aunque se esté diciendo un chiste parece siempre un reto, una admonición. Un simple y enfático  “Ichliebedich, mein Herz!” -te amo, mi corazón- puede sonar imperativo a nuestros oídos. Es verdad que se creó un estereotipo a través del cine de guerra, por eso suena como autoritario. Oyendo dialogar a los alemanes, parece que discuten o pelean y luego pueden despedirse a las risotadas. Del inglés huelga que diga nada; a mis propios alumnos de otros idiomas siempre los alenté diciéndoles que era imprescindible que lo estudiasen en primer lugar y luego agregaran otras lenguas. Con fines absolutamente prácticos, es por donde se debe empezar, su vinculación con el universo laboral, de la tecnología y de la informática lo convierte en ineludible. Yo lo estudié por gusto pero también por necesidad. Sigue siendo, desde hace muchos una lengua universal, la lingua franca que todos adoptan y comparten, como ocurría con el latín, en la Antigüedad. Nos entendemos hablando todos en un mismo nivel standard del idioma. Es el comodín para comunicar con gente de cualquier nacionalidad, con los orientales, por ejemplo. Aunque, en lo posible, a cada extranjero le encanta que se le hable en su propio idioma. Otra cosa que solemos hacer con el inglés es marcar una diferencia entre el inglés americano y el británico, que es mucho más claro a nuestros oídos y suena más refinado. ¡Pero es siempre la misma lengua! Igual que el español de España y el que hablamos nosotros. Y todos, todos los idiomas, son apasionantes por la literatura que vehiculan. Obras geniales que nos acercan mundos riquísimos, nuevos, inesperados… Aunque, no considero esencial leer un libro en su versión original. Sonaría presuntuoso decir eso, además no es fácil conseguir las ediciones, y no hace falta, ya que en general hay muy buenas traducciones a nuestra lengua.

LP - ¿Le dedicaste tu tiempo al latín? 

R.S. - Debería estar en la base del estudio de cualquier idioma, ser el esqueleto. En forma sistemática, lo estudié en el primer año de la carrera Profesorado de Castellano y Literatura, pero me es familiar desde siempre ya que me interesa mucho la etimología: es atrapante conocer el origen y evolución de las palabras. El latín se asienta en la cuna de nuestra civilización; también  tiene una larga tradición en nuestra propia historia, desde el siglo XVII. Tenía carácter oficial dentro de la Iglesia católica romana y pensemos también en los Jesuitas. Desde épocas del Virreinato, la diferencia capital entre los instruidos y quienes no lo eran la determinaba el latín. Los jóvenes criollos de las clases acomodadas recibían una formación en latín, tanto en la Universidad de Córdoba como en la de Buenos Aires. Los cursos se dictaban en latín, lengua que los alumnos debían emplear para responder en clase y para participar en los múltiples estilos de debates académicos. Inclusive, hasta el siglo XX, el latín formaba parte de los programas de bachillerato en Argentina, en nuestro Colegio Nacional local, por ejemplo. Y aún hoy, en el Colegio Monserrat en Córdoba y en el Nacional de Buenos Aires, la enseñanza del latín y la cultura latina siguen teniendo un espacio importante dentro del plan de estudios. Sería indispensable conocer el latín para entender a fondo nuestra lengua y la cultura que hemos heredado y porque desmenuzar la etimología de las palabras favorecería ahondar en la raíz de nuestra propia esencia. Creo que no es casual que a lo largo de las épocas su implementación siempre haya encontrado resistencias -como diría Julián Marías, “casi siempre fomentadas, planeadas…”- para vaciamiento de las mentes.

LP - ¿El piamontés te atrajo como dialecto de muchos inmigrantes locales?

R.S. - Me interesó mucho y llegué a entenderlo bastante ya que el francés y el italiano interactuaron en este idioma. Siempre me esforcé por aprender expresiones y/o frases que me enseñaron amigos que lo hablan, es festivo pero no es tan sencillo como pensaba. En una época era más rápido decir “badola” -por tonto-, “el pare y la mare” -por el padre y la madre- o hablar de un lapacho scunchertà -desconcertado- para significar que floreció antes de tiempo. Ese tipo de expresiones explicitaban más certeramente la cosmovisión regional de una comunidad lingüística bastante extensa. Es una pena que esté desapareciendo, incluso en Italia. A las generaciones jóvenes no les interesa indagar en la memoria histórica, mucho menos cultivarían el idioma de sus antepasados. 

LP - ¿Conociste lenguas originarias de alguna región cercana? 

R.S. - El curso de lengua quichua que hicimos hace unos años con el profesor Domingo Bravo en el marco del Congreso del Hombre Argentino y su Cultura en Cosquín, fue una revelación y una gran sorpresa. Un hombre que fue maestro rural, aprendió ese idioma en medio del monte y luego se preocupó durante toda su vida de que no se perdiera como acervo nativo. Lo enseñó y garantizó su difusión, buscó que se incluyera como materia en la escuela media y en cátedras universitarias, en Santiago del Estero. Me sorprendía ver detrás de ese hombre humilde y sencillo a un gran conocedor de la lingüística como disciplina. Catedráticos del Centro de Lingüística de la Facultad de Letras de la Universidad de la Sorbona de París que estudiaban fenómenos lingüísticos en el mundo, habían venido especialmente desde Francia para que este erudito les ampliara detalles del porqué el quichua, -que es el idioma natural del imperio inca en Cuzco y Machu Picchu y que se extiende a lo largo de una gran franja andina- , se habla también en una amplia región de Santiago del Estero, en un reducto lingüístico muy particular. En nuestro lenguaje cotidiano usamos sin saberlo muchas palabras de origen quichua como cancha, poncho, chacra…. En la toponimia nos sorprendemos con Cosquín, que es un diminutivo de Cuzco. El sunchu o suncho es una especie de arbusto de donde deriva la palabra Sunchales. En ese curso de una semana que hice de quichua, viene a mi memoria un día en que se apersonó en el aula de la escuela donde estábamos estudiando, don Sixto Palavecino. Pidió permiso respetuosamente y él y el profesor Bravo se pusieron a hablar en el idioma. ¡Inolvidable! Otra lengua expandida del sur de América muy rica en su historia es el guaraní. Suena muy dulce. Sé decir unas pocas palabras. El Acta de Independencia sancionada en el histórico Congreso de Tucumán en 1816, escrita en idioma español, fue traducida al quechua, aymará y guaraní para divulgarla entre la población criolla y aborigen de la región y así sumarlos a la lucha contra la corona española. Pero la difusión de esas tres lenguas vivas -por hablar solo de América del Sur-, son consideradas como en peligro de extinción, fenómeno que ocurre con muchísimas lenguas minoritarias en tantos países. Hay un Atlas UNESCO de lenguas en peligro en el mundo que registra casi tres mil idiomas amenazados. Afortunadamente hay políticas lingüísticas que pugnan para que no se extingan totalmente ya que hacen a la razón de ser de cada pueblo, remiten al meollo de su propia historia. Y creo que es necesario conservar la tradición, como lo ilustra alegremente la canción de apertura de “El violinista en el tejado”, la de los aldeanos que intentan continuar con sus tradiciones y mantener su sociedad en funcionamiento a medida que cambia el mundo que los rodea. 

LP - De todos los que estudiaste ¿con cuáles te sentís más identificado? ¿Por qué?   

R.S. - Es difícil decidir cuál idioma prefiero ya que cada uno refleja la mentalidad, la experiencia de una comunidad lingüística, de un país, y eso es apasionante para cada uno en particular. El francés es al que más tiempo le dediqué mis afanes. Pero la literatura de cada lugar expresa siempre algo profundo e interesante, cualquiera sea la lengua. Al respecto, Borges hace una cita genial: “evidentemente debo muy poco a los esquimales o al Congo, pero, en realidad, hago cuanto puedo para ser digno de la universidad del mundo”… Y mejor aún, Papa Francisco nos enseña bellamente que “nadie es un extra en el escenario del mundo”. Creo que cada cultura tiene una razón de ser, toda lengua es compleja y completa y única. Y si te atraen las humanidades, nada pasa de largo.

LP - ¿Qué te interesa de los idiomas en general?

R.S. - En lo “técnico” me apasiona poder imitar lo mejor posible las pronunciaciones originales, es decir hablarlo pronunciando casi como la lengua materna. Pero indudablemente es insuperable el contacto humano con “el otro que viene de lejos”, ése del que nos ilustra tan bien Tzvetan Todorov, pero esencialmente el mandato evangélico de “acoger con hospitalidad al extranjero”. Permite hacer lecturas interesantes sobre nuestra propia idiosincrasia y realidad. En varias ocasiones, extranjeros que venían por asuntos comerciales desde Buenos Aires y hacían una inmersión directa en el interior del país, decían -les ocurrirá a otros hablantes de idiomas- que les llamaba mucho la atención venir desde miles de kilómetros y encontrar en el interior gente que hablara en su idioma y me apuraba a aclarar que yo no era una excepción. Esto dejaba en evidencia dos cosas: que por el desconocimiento que da la distancia, ellos esperaban encontrar aquí gente nativa ignara; pero también que nuestra formación en idiomas en Argentina tiene una jerarquía. En muchísimos otros casos, europeos, americanos, canadienses, si debían quedarse un tiempo entre nosotros, comenzaban a descubrir y valorar muchísimo nuestro sentido de la familia, de la amistad y quedaba claro que nosotros nos empeñamos en insistir siempre sobre nuestros defectos con exagerado perfil bajo y que no hacemos hincapié en los valores que sustentamos y que son muchos y variopintos.

LP - ¿Cómo se estructura el intelecto para asimilar tanta información sintáctica y semántica? 

R.S. - Algunos apelan a la mnemotécnica. La neurociencia aborda el tema y analiza los hemisferios cerebrales. Habla de una destreza del pensamiento, pero a mí me resulta complicado considerarlo de ese modo. Sí puedo decirte desde la propia experiencia que el aprendizaje de una lengua te ayuda luego para aprender otras con más rapidez. Trabajé en el área de Comercio Exterior de una empresa exportadora de cueros y con ayuda de un diccionario podía descifrar con soltura documentación escrita en holandés, por ejemplo. El rumano o el catalán por su origen latino son lenguas bastante comprensibles en el registro escrito. Saber portugués significa conocer el gallego y con un amigo, viejo inmigrante de Galicia, podemos dialogar cómodamente en su lengua de origen. El idioma caló, variante del romaní, que es lo que hablan los gitanos de España, tiene muchas palabras comprensibles que incluso forman parte del lunfardo argentino, como “chamuyar”, “chorear”, “junar” o “mangar”. Contabilizado de este modo, se podría decir que uno habla una plétora de idiomas. Pero una cosa es “sobrevolar” una lengua y otra es implicarse en conversaciones más sostenidas hablando con soltura temas vitales y abstractos.

LP - ¿De qué manera actualizás tus conocimientos para varios idiomas simultáneamente?

R.S. - En alguna época, asistía frecuentemente a cursos de actualización en distintas ciudades. Siempre hay ofertas interesantes en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba, que tiene un gran prestigio. No tuve experiencia de muchos viajes al exterior por diversas razones, pero eso no impidió que los países “vinieran a mí” bajo otras formas. Estuve vinculado a varias empresas locales o regionales de exportación o trabajé para ellas. Me desempeñé como intérprete en el Parra Hotel durante veinte años; allí conocí innumerable cantidad de extranjeros y con muchos conservamos aún una amistad. Viví infinitas anécdotas muy interesantes. Ese fue -y es- un modo de afianzar vínculos humanos y también de practicar los idiomas que hablo.

LP - Anécdotas sucedidas con los idiomas que estudiaste.

R.S. - Un alumno me preguntó si era verdad que yo era polígamo. Bastante aceptable ya que en otra oportunidad -y no un alumno- comentó en voz alta que yo era troglodita y esto es mucho peor. Otra vez un estudiante me miraba fijamente y concluyó: ¡yo lo analizo y me parece que usted tiene seis o siete cabezas! Una historia muy interesante que viví fue en El Chaltén, en Santa Cruz: al hotel en que nos alojábamos llegó un grupo de turistas judíos. Después del desayuno, coincidí con una mujer en la ventana mirando ese paisaje tan hermoso y para entablar una charla, la abordé en inglés como es lo usual. Ella me contestó en una lengua que yo no había oído nunca. El diálogo que sigue es más o menos lo que intercambiamos: Turista judía: -Shalom. Buenos diyas. Ke tal estas? Favlo ladino. Yo; -Ah! Estoy muy bien. Y tú? Turista judía: -Byen, mersi muncho. Yo so Raquel. Como vos yamásh? Yo: -Rafael, etcétera. De repente me vi envuelto en una charla en ladino -o sefaradí- que es el idioma que aún conserva, en varios países de la diáspora, una comunidad importante de descendientes de los judíos expulsados de la península Ibérica en 1492. No podía creer, por un largo rato nos comunicamos cómodamente en un castellano medieval, ¡es como si hubiera estado conversando con el Cid Campeador en plena Patagonia y en un castellano totalmente primitivo!

LP - ¿Podemos pensar en un empoderamiento desde el lugar de docente de lenguas extranjeras? 

R.S. - La experiencia docente es apasionante. Es curioso notar prontamente en un aula, durante las primeras semanas de trabajo, quiénes serán los alumnos que se destacarán, aquellos a los que el aprendizaje de un idioma les pasa de largo, los que tienen buena pronunciación, etcétera. Pero uno está siempre al servicio de los alumnos. Es el único empoderamiento de que te puedo hablar. Poder transmitir a otros los conocimientos que se han adquirido es la razón de ser de toda vocación docente genuina: hay que ser humildes, reconocer que cada uno recibimos un don, debemos aceptarlo, ejercitarlo y ofrecerlo y además recordar nuestra fragilidad en el paso por el mundo.

LP - ¿Qué importancia le asignás a un idioma como lengua en sí misma y herramienta de comunicación, en general?

R.S. - Dominar idiomas es entrenar el cerebro, poder conocer países y culturas, alentar el encuentro de humanidades, ampliar las posibilidades de  movilidad a otros países, favorecer la inserción laboral, generar y acceder a material teórico internacional, tener una inmersión en la lengua de nuestros antepasados o encontrar un ámbito de socialización alrededor de un interés en común. Es muy enriquecedor también conocer la idiosincrasia de las distintas nacionalidades: desde la distancia física que imponen los ingleses o alemanes en la conversación, o la frialdad de los nórdicos hasta  el trato naturalmente familiar de los italianos, o el barullo y simpatía de los brasileños, la caballerosidad y delicadeza de los nipones, las reservas de los árabes, la inteligencia clara de los judíos… en fin, mundos que se abren como las infinitas ventanas en informática.

LP - ¿Y al estudio de un idioma cualquiera sea? 

R.S. - Cada idioma que aprendas hace posible que accedas a muchos panoramas nuevos. En mi caso, expresarme en otra lengua es sumergirme en un universo particular que me es propicio, es como refugiarme en un ámbito amigable. Poder intercambiar distintos idiomas con varias personas a la vez te da una gratificante sensación de satisfacción: me ocurrió por ejemplo en los compartimientos de un tren en Europa: hablar al mismo tiempo francés, inglés, italiano y alemán y operar como intérprete entre unos y otros. Reparé que les llamaba la atención y me di cuenta entonces que mi idea de que todo europeo habla varios idiomas no siempre es así. Durante mucho tiempo creí que aprender idiomas era empresa fácil para todos. Después fui advirtiendo que para muchos es faena ardua. Evidentemente se desarrollan inteligencias múltiples. Debí reconocer ésta mi facilidad, pero sin estridencias. ¡Soy poco hábil en muchas otras disciplinas o destrezas! Fui mal alumno en la escuela secundaria, aunque eso me sirvió después para entender mejor a mis propios malos alumnos. Puedo agregar que aprender bien un idioma significa estudiar mucho. Un consejo sería sumergirse de lleno en la lengua que se quiere estudiar. Y aclarar que si hay un objetivo concreto, una beca, un viaje, un trabajo, etcétera, se aprende más rápidamente.

LP - ¿Ser polígloto es también reconocerse un fanático y coleccionista de los diccionarios?

R.S. - Cuando joven, coleccionaba diccionarios de todos los idiomas posibles, entendía que alguna vez podría abarcar buena parte de ese saber. En París, que es como la cueva de Aladino donde se encuentra de todo, muy cerca de la Sorbona, en el boulevard Montparnasse, di por total casualidad y con gran alborozo, con una librería, “La maison du dictionnaire” que vendía únicamente diccionarios y donde me entretuve largo rato. ¡Una vez más, París fue una fiesta! Los años me demostraron que la sabiduría puede solo llegar desde otro lado, no de la mano del enciclopedismo. ¡Y que la biblioteca infinita hoy está encerrada en Internet!

LP - Algo más que desees agregar.

R.S. - Agradezco, aunque sería muy largo enumerar, a tantas personas valiosas y generosas de las que aprendí muchísimo. Para quienes cultivamos el estudio de otros idiomas, es esencial amar y defender nuestra propia lengua, el castellano, que aprendimos en nuestra niñez, en nuestra casa, en la tierra que nos cobija. Y destacar su importancia: hoy en día, el español es la lengua materna de más de cuatrocientos  millones de personas. También tiene sus orígenes en el latín, pero ha recibido una gran influencia del árabe, idioma que ha estado muy presente durante más de siete siglos en la Península Ibérica. En los años docentes intenté inculcar la importancia del conocimiento de idiomas a mis alumnos. Lo reitero más enfáticamente ya que el mundo ahora se ha achicado. También les digo que aunque existan todos los recursos tecnológicos a mano y las máquinas de traducción  simultánea, el contacto humano no puede ser reemplazado por nada. Aunque acabo de vivir la experiencia de tener que enseñar a un grupo de alumnos en forma virtual. Y manejar esa destreza, acompañando el aprendizaje con material audiovisual de toda índole ¡es apasionante! Hoy en día hay una amplia libertad que da esa modalidad a distancia: una colega del hotel en que trabajé, estudiaba hindi -que es uno de los dos idiomas con carácter oficial en la India- porque le atraen las novelas que ve por Internet. Aprendió bastante -las costumbres, saludos, diálogos breves- y llegó a intercambiar ese modesto corpus de palabras con algún ocasional huésped de ese origen. Todo parece ser posible si hay un interés. Finalmente digo que con estos cambios tan acelerados y radicales que vive el mundo, y ante el desafío de un horizonte multilateral, dado que el destino de una lengua depende de su posición geopolítica, ¡vaya uno a saber en qué idioma se expresarán en el planeta las generaciones que nos sucedan!

por Raúl Vigini

raulvigini@yahoo.com.ar

Autor: Raúl Vigini

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