La Palabra

En busca de… Museo Manoblanca, protagonista

LP - ¿Cómo surge el Museo Manoblanca?

G.P. - Fundé el museo en mil novecientos ochenta y tres. Y en el año mil novecientos noventa y nueve se habían llevado el buzón que está en frente en la esquina, donde está el Bar El Buzón. Entonces mandé cartas a los diarios y conseguí que a los dieciséis días los mismos obreros que se lo habían llevado, por las cartas que yo había mandado, lo vinieron a reponer. Me preguntaron dónde colocarlo, y le sugerí que sea en el mismo lugar donde estaba. De ahí creamos la Orden del Buzón que tuvo mucho éxito y le hemos entregado a personalidades de la cultura popular.

LP - ¿En qué lugar está instalado el museo?

G.P. - Es una casa que no tiene nada de historia. Mi casa familiar. Nací en Pompeya hace ochenta y un años en frente de este lugar. Mi padre vino de Polonia y era carpintero, mi apellido en polaco quiere decir carpintero.En el ochenta fui a Mar del Pata con mi señora y mis hijos, y caminando un día de lluvia encontré un libro que se llamaba Cancionero, que era un librito chiquito que hacía un primo de mi señora, Torres Agüero. Lo abro en la página cincuenta y dos, y estaba Manoblanca. Uno dice ¿casualidad?, ¿causalidad?, ¿qué me persigue?, ¿por qué lo hice? O sea que nuestra historia está muy metida en el barrio de Pompeya. Sabía que el tango Manoblanca lo había escrito Homero Manzi, no sabía que la música era de Antonio de Bassi. Porque de chico lo veía pasar ya que Manzi murió en el cincuenta y uno cuando yo tenía catorce años. Entones dije: Voy aponer la letra del tango Manoblanca en la calle. Y puse el cartel que está ahora. Mi papá compró la casa en el cuarenta ycinco, me la dejó cuando falleció y ahora se la dejé a mis hijos, aunque ellos son profesionales y no están en el tema. Entonces fundé este museo en mi casa familiar. Tuvimos mucho éxito porque en esa época que no había internet, cuando la gente quería saber algo si no venía no se informaba.

LP - ¿Cómo resultó la actividad del emprendimiento cultural?

G.P. - Cuando empezaba el gobierno de Alfonsín el espíritu de la gente era otro. Hemos tenido seis o siete escuelas diarias, clubes de jubilados, turistas, venían de otros países, un éxito total. Así fue muchos años. Después creamos la Orden del Buzón. Pero no soy especialista en tango. Soy coleccionista. De bolitas, figuritas, muñecos de calesita, de fileteados. Tengo una colección de fileteados de León Untroib, que le encargué especialmente. El vino en el barco con mi papá y vivía en Parque Patricios. Hay un vestido de Nelly Omar y usted me dirá: ¿Cómo sabe que es de ella? Porque acá está en la tapa de este disco de vinilo lucido por Nelly. La cuestión es que soy un gran coleccionista. En mi casa tengo cosas de Quinquela Martín a quien conocí. Nunca lucré con lo que hago en las exhibiciones o con el material de difusión del museo.

LP - ¿Cómo inició la formación del patrimonio del museo?

G.P. - Vino solo. No tengo un plan. Tenía la mitad de la edad. Y todo lo que hay es trabajo. Lo hice personalmente. Cada cosa puesta o colgada. Una araña con rueda de carro, un tacho lechero fileteado, instrumentos musicales colgados del techo. Pero soy muy obsesivo con la prolijidad y la limpieza. Tenía gente que me venía a ayudar, pero ahora mantengo el lugar cerrado porque no puedo sostenerlo.

LP - ¿Qué hay para ver en la casa museo?

G.P. - Fundamentalmente es la historia del barrio, sus habitantes, Homero Manzi, es lo más importante. Lo que le cuento lo puede encontrar en otros lugares, pero como decía mi papá: más vale ver una vez que oír cien. El zaguán del lugar tiene el piso calcáreo original, había un patio que hoy está cubierto, se modificaron algunas habitaciones, agregué un aljibe que no estaba. Hay una cantidad de fotografías enmarcadas en las paredes que testimonian algunas de las personalidades que visitaron el lugar como artistas, músicos, deportistas, periodistas. Esto demuestra el éxito muy grande que hemos tenido.

LP - ¿Qué destaca de lo que se exhibe si tuviera que elegir?

G.P. - A mí me gusta todo. Es como preguntarle a un padre o a una madre qué hijo quiere más. Hay cosas que las busqué durante años, me volvía loco, y cuando las tuve, las puse ahí y ni me acordé más. Llegué a tener cuatrocientas colecciones. Aquí están la de los espejitos que se daban como propaganda, como las de las pantallas de cartón para hacerse viento, las chapitas de las marcas de las bicicletas, de perfumes, de cajitas de fósforos, de jabones, de carteles enlozados. Tengo muchos más, y ya no tengo espacio. Está mi alcancía buzón que dice “el ahorro es la base de la fortuna”.

LP - ¿Cuál es el logro del coleccionista?

G.P. - ¿La satisfacción? Bueno es como una competencia.

LP - ¿Es comprar o es conseguir?

G.P. - Si no quiere comprar no se dedique. Ni se puede canjear.

LP - ¿Qué hace con las colecciones un coleccionista cuando pasa el tiempo, ya cumplió con su ciclo y ya tiene lo que quiso?

G.P. - No sé. Lo lógico sería que se continúe. Pero no tengo respuesta todavía para eso.

LP - A través de la Fundación Manoblanca pudo proyectarse a la comunidad.

G.P. - Publiqué siete libros con Ediciones Manoblanca. Buscaba gente y le editaba la tirada que se distribuía en forma gratuita. La mayoría fueron publicadas por el Fondo Nacional de las Artes.

LP - Usted tiene el fundamento de los lugares a los que le escribió Homero Manzi.

G.P. - Este es el plano de la esquina de Centenera y Tabaré en el barrio de Pompeya. Nosotros estamos donde dice Cancha de fútbol. Toda la historia comienza en la manzana triangular. La ventana que está en el primer piso sobre la puerta del bar actual era la de la habitación de Homero Manzi cuando fue pupilo del Colegio privado Luppi que tenía en la entrada dos leones, que hoy están en el museo. De ahí veía “la luz de almacén”, “la esquina del herrero, barrio y pampa”, “el farol balanceando en la barrera” del Ferrocarril Oeste que pasaba por ahí. Porque las explicaciones que él da están todas tomadas de ese paisaje cotidiano que él veía desde su lugar donde vivió desde mil novecientos veinte a mil novecientos veintitrés entre sus trece y sus dieciséis años. Homero había nacido en Añatuya, provincia de Santiago del Estero, que él decía que era “Añamía”. Era un chico de campo que venía de un pueblito y para él esto era Nueva York. Esto le dio pie para hacer su obra, pero no cualquiera puede lograr eso. En el año treinta y nueve escribe Manoblanca, en el cuarenta y dos Barrio de tango, y en mil novecientos cuarenta y ocho hace Sur. Si bien comienza diciendo “San Juan y Boedo antiguo…” después “Pompeya y más allá la inundación…”. ¿Por qué lo dice? El hace una síntesis de los dos barrios, los junta a los dos barrios. Porque el vivía en calle Garay y pasaje Danel, y Centenera y Tabaré.

LP - ¿Qué reflexión le merece la concreción del museo?

G.P. - Lo que hice sin jactancia es recuperar algo que estaba enterrado. Que estaba pero que nadie lo veía. Entonces, como siendo coleccionista, con el librito, con el colegio enfrente, recuperé una historia que estaba perdida y ya no podrá olvidarse nunca más. Creo que lo que hice fue importante.

LP - ¿Y qué decir de su vida?

G.P. - Que soy un triunfador. Pero no por lo material. De mi vida personal. Puedo convivir cincuenta años con la misma mujer y nos llevamos muy bien, es un éxito. Y tener hijos excelentes.Tuve la suerte de hacer muchos amigos. Considero que soy una persona exitosa.

por Raúl Vigini

raulvigini@yahoo.com.ar

 

Autor: Raúl Vigini

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