La Palabra

En busca de… Martha Elena Hoyos, artista integral

LP - El paisaje que te rodeó en tu niñez. Esos aromas, colores, sonidos.

M.H. - Mi niñez estuvo rodeada de cantos, relatos, poesía. Pertenezco a una familia de gran sensibilidad artística. De mi madre aprendí las primeras canciones, de mis abuelos el amor por la copla y tantos decires de la tradición oral, versos y jitanjáforas. Mi abuelo materno tocaba el tiple y siempre en las vacaciones estábamos a su alrededor. Mi padre fue gran viajero y siempre teníamos una ruta para recorrer, ver los pueblos, las gentes. Los aromas son múltiples, la natilla de maíz que batía mi abuela en Navidad, el anís y la canela de sus postres, el aroma del paisaje, de los cafetales, de los yuyos de los caminos. Colombia es verde, toda verde, llena de campos, flores, bosquecillos. También mi madre me enseñó, cuando yo era muy pequeña, a leer y a escribir haciendo collages en los cuadernos con recortes de letras de revistas. Siempre tuve muchos crayones y colores, y cuentos para leer, sumando a ello los relatos de los abuelos que eran alucinantes. Tal vez de ahí me viene este destino polifacético en el arte. Además, mi abuela tenía floristería y nos enseñaba teoría del color mientras hacía los ramos, y le ayudábamos en su taller.

LP - Tu interés por el arte. ¿Desde cuándo? ¿En qué circunstancias?

M.H. - Esto mismo de crecer rodeada de expresiones artísticas naturales me hizo siempre estar unida a la música y a otras artes. De niña escuché en Santander a las cantoras de guabinas, un canto campesino y agudo de grito largo, propio de la comunicación en medio de los cultivos y las jornadas. Yo nací en esa tierra del norte, a donde mis padres se fueron a vivir por una época, pero vengo de una familia de viejos copleros antioqueños, del centro andino de Colombia, artesanos, arrieros, generaciones que forjaron identidades de lo que podría llamarse lo criollo en este país. Y en esas identidades va llegando el canto, siempre escuché, el bambuco, el vals, el torbellino, y también la cumbia que permeaba la radio y que a mi padre le encantaba oírme cantar. A los cuatro años de edad me subí por primera vez a un escenario, y a los siete, iba a mi casa un profesor de guitarra que tocaba un banjo. A mí ese instrumento me sonaba como a los viejos músicos del folk norteamericano. En todo caso recuerdo que era un músico de serenata amigo de mi padre, y su repertorio no cuadraba mucho con lo que yo quería cantar en aquella época de la nueva ola. Entonces mi madre recibía la clase y luego me enseñaba los acordes ayudándome a acomodarlos a las canciones que yo le pedía. Fue un detalle de gran ternura de su parte y vital para siempre. 

LP - Querer ser protagonista del mundo cultural. ¿Qué recuerdos te invaden?

M.H. - Esta pregunta me trae muchos recuerdos y quizás me llevan a sentir que el mundo de la cultura siempre hizo parte de mi mundo, más allá de los protagonismos. En mi época de colegio natural que estuviera involucrada en el centro literario, que cantara o declamara algo en la izada de bandera. Para las celebraciones familiares ahí estábamos con mi madre inventándonos jolgorios y coplas. Yo estudio publicidad porque era una carrera intermedia entre lo artístico y lo comercial. Mis padres eran además comerciantes de textiles, yo la hija mayor, y como que irse solo a estudiar música no estaba tan claro. Pero finalmente mi vida tomó el rumbo del arte y la comunicación de manera integrada y mi carrera siempre ha estado al servicio de estos intereses culturales. En 1982 participo como intérprete de canción andina colombiana en el Festival Nacional Mono Núñez, el más relevante del país en su género, y a partir de allí comienzo una tarea de canto y gestión paralela, pues me enamoro de aquel evento y empiezo a promover las generaciones del Quindío. La gestión cultural ha sido un impulso muy grande en mi camino, y aunque el tiempo que le he dedicado a veces le haya restado tiempo a mi propia carrera, no me arrepiento de esta tarea. Es muy grato para mí ver avanzar en colectivo el arte.

LP - El momento de decidir la vocación para elegir dónde formarte. ¿Cómo fue y dónde?

M.H. - Siempre tuve profesores particulares, y casi siempre gente formada por tradición. No soy una música académica, aunque he estudiado lo básico. Y reconozco en los cantores raizales a mis grandes maestros. Cuando empecé a prepararme para grabar mi primer disco que fue en 1992 y formato larga duración, tuve una gran maestra de canto en Cali que era de formación lírica. De ella aprendí cosas muy importantes pero me parecía que aún no hallaba la voz que estaba buscando. Este ha sido un camino autodidacta, muy íntimo y personal. Aprendiendo de las cantaoras y de los giros de la canción latinoamericana, lo andino, el fuego del litoral, el grito del llano. Conocer en el noroeste argentino el canto de las bagualas y las vidalas fue toda una revelación para mi canto. Luego me encontré en uno de mis viajes a Buenos Aires con la maestra Iris Guiñazú y su taller de Canto Esencial. Esto fue fundamental para mí. Entrar en la conciencia del carácter del canto de tradición, tan diverso y pleno de posibilidades sonoras, desde esos sonidos mestizos que nos habitan.

LP - Hablemos de tu lugar de pertenencia en la actualidad. Sus características y por qué lo preferiste. 

M.H. - Mi familia retorna al Quindío cuando yo era adolescente. Luego de terminar la universidad en una ciudad cercana, Manizales, vuelvo a esta tierra por cinco años, y de ahí me traslado por diez años a Cali, que es el tiempo que trabajo como Directora y en la Comisión del Festival Mono Núñez. Y hace más de veinte años volví al Quindío, una de las regiones andinas más bellas de Colombia. Vivo en el campo cerca de Parque Nacional de los Nevados, y de un pueblo que se llama Salento, un pueblo mágico muy turístico. Cómo no quedarse a vivir en este paraíso de aves y bosques, en este cielo de cordillera que todos los días regala un paisaje nuevo. Y al que siempre retorno, porque he sido bastante viajera por esta América que tanto me llama.

LP - A lo largo de tu trayectoria fuiste desarrollando emprendimientos diversos. Uno de ellos es la música. ¿Con qué criterio lo abordaste? ¿Con qué repertorio? 

M.H. - Te contaba de mis herencias en la música andina colombiana, y en general de la diversa música de nuestro país. Pero desde muy niña en mi casa se escuchaba música cuyana y de Atahualpa Yupanqui. Yo cantaba “Dónde andará” y “Cómo se adora el sol” porque sonaban en el tocadiscos de mi casa y en la radio. Así como cantaba “Los ejes de mi carreta”. En los 70 descubro a Mercedes Sosa, que se queda conmigo para siempre, y también escucho a Violeta Parra y a Chabuca Granda, y a los brasileros como Vinicius y Toquinho. Se me ensanchó el territorio sonoro y entonces quise viajarlo. Mi primer disco ya tuvo estas aristas continentales. Grabé en ese primer álbum desde el bambuco que cuenta los albores del Mono Núñez, hasta la “Zamba de laurel”; un pasaje del llano y un valsecito brasilero, sin dejar de lado una cumbia con tambores alegres y llamador. Y este cantar a América ha sido una constante en todas mis producciones y creaciones como cantautora. Todas las grabaciones se encuentran en plataformas digitales.

LP - A la par de los sonidos diseñaste un personaje gráfico al que le diste su propia personalidad. ¿Podemos conocer detalles de la propuesta?

M.H. - Claro que sí, es un personaje femenino que se llama Mayra, y que nació en las páginas de otro proyecto que se llama Agenda Mujer Colombia, creado hace veinticinco o veintiséis años por un colectivo de mujeres que buscábamos nuevos nortes para el feminismo. Desde entonces hago parte de este colectivo, y acabamos de publicar la Agenda 2021. Mayra celebró en 2020 sus veinticinco años como personaje de caricatura, y su historia está llena de viñetas, exposiciones nacionales e internacionales. Ella está llena de amigos por el mundo, y su onda es la vida, la naturaleza, el encuentro auténtico con el ser. Tiene páginas en Facebook y en Instagram, que les invito a ver: mayrapersonaje y Mayra por: Martha Elena Hoyos.

por Raúl Vigini

raulvigini@yahoo.com.ar

Autor: Raúl Vigini

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