LP - ¿Qué realismo mágico hubo en su vida para que usted haya tenido una crianza que la haya llevado al escenario?
M.M. - Uhhh… ¡qué pregunta!… (risas). Lo que creo es que he tenido muchos privilegios. Es una de las cosas que creo que hoy la gente tiene que aprender a contabilizar de su propia vida. He sido una persona que he podido terminar la escuela primaria, hacer la escuela secundaria en colegio de monjas francesas, de monjas dominicas, sumamente capaces, que lamentablemente no existe más el colegio, es solo un jardín de infantes. Era un colegio realmente excelente. He podido ir seis meses a la universidad, pude vivir poco más de dos años en Paris con una tía y un tío míos, él había ganado una beca importante y me llevaron con sus dos hijos. Lo cual fue como haber hecho la mitad de un estudio universitario, ésa es la realidad. Porque además Europa cambia la cabeza de la gente. No sé hoy cómo es el panorama en Europa frente a esta guerra que hay, pero de cualquier manera eso fue un aprendizaje de una riqueza infinita. Además porque -y acá empieza un poco el realismo mágico- mi abuela Juana era hija de franceses, fue un personaje esos míticos, una mujer muy bella, muy amatronada, cuando yo nací ya era una señora grande, sobre todo en aquella época en que las mujeres a los cincuenta o sesenta años ya eran señoras matronas, que tuvo ocho hijos, muy francesa en su educación, muy francesa en su forma, en sus maneras y en su sensibilidad. Escuché desde muy chica el francés porque dos de mis tías lo hablaban, no mucho en familia porque por parte de mi abuelo -vascos españoles- e irlandeses así que corría más el inglés en realidad, pero siempre se decían frases. La casa de mi abuela creo que fue el primer lugar, donde ese realismo mágico empezó a tomar un lugar muy preponderante. Si tuviera que describir a mi abuela son muchas imágenes de ella, muchas, pero hay una imagen de mi abuela -hice muchos años psicoanálisis porque es apasionante además, con todas las historias de los conflictos de las personas, es una aventura- la veo adentro del caserón enorme, en el patio tenía jardín y tres terrazas, y la veo a mi abuela en el patio metida dentro de una jaula enorme que tenía llena de pájaros, les cambiaba la comida y el agua y los pájaros le revoloteaban alrededor. Creo que la introductora en la música en mí fue mi abuela. Vivió hasta los noventa años. Su esposo fue juez, fue presidente de la Corte Suprema de Justicia en Tucumán, fue Auditor general y en el año cuarenta se retiró y falleció en el cincuenta. Lo disfruté poco pero lo recuerdo y quedan fotos. Así que en el realismo mágico -esto tuyo de la pregunta que me parece maravilloso- aparece la justicia. Soy muy obsesiva de la justicia. He sido muy rebelde de adolescente y creo que pasaron los años y en el volver y el recorrer de la vida vuelvo a ser muy rebelde adentro. Entonces la música y lo que hago está muy orientado más hacia ese lado que hacia una cosa de entretenimiento, lo cual no es muy fácil. Pero bueno, le muestro a la gente lo que soy, trato de no macanear.
LP - ¿Y por parte paterna?
M.M. - Mi abuelo por parte de mi padre que era italiano, de Florencia, era músico clásico, fue una historia que es un misterio de mi vida. Mi abuela se casa con mi abuelo a principios del siglo pasado, creo que por mil novecientos seis, y nacen mi padre y dos tíos más, en Buenos Aires. Pero mi abuelo a los treinta y tres años se muere de golpe y mi abuela se queda a los veintiséis años con tres hijos varones sola y cambia radicalmente la vida. Se viste toda de negro, con toca, con velo, sale a trabajar cosa que no había hecho hasta ese momento, entonces era maestra a la mañana y a la tarde y directora de una escuela nocturna. Y se llevó con ella la historia de mi abuelo. Mi padre no recordaba nada, mis tíos tampoco. Pero era un músico clásico y lo único que sé es que debe haber sido un hombre muy bohemio, es la sensación que tengo, y se juntaba en ciertas peñas a tocar con el violinista Brigman Moreno. Mi abuela a los cuarenta años consiguieron que se sacara el velo y el luto que no se lo sacó del todo, usaba blanco y negro y se murió a los sesenta y tres años sin haber usado colores. Se va conformando de alguna manera algo muy mágico.
LP - ¿Cuál es el proyecto y el mensaje con su propia propuesta?
M.M. - Lo único que me interesa es que la gente escuche a los grandes poetas y letristas de la música popular. Que escuche ideas dichas con una gran belleza por un montón de autores y de autoras. Y si cada vez que yo termino de cantar, alguien, adentro, pudo cambiar un pensamiento, o sentir algo diferente, ya estoy hecha. Pero mi búsqueda es ésa, porque si yo canto Gente humilde de Chico Buarque: “Hay ciertos días en que pienso en tanta gente, y siento que mi pecho se pone a llorar, porque parece que me viene de repente como un deseo de vivir en soledad. Igual me pasa que al cruzar por esas villas, las miro bien viajando en tren a algún lugar, y ahí me da como una envidia de la gente, que mira al frente sin tener en quien confiar”. Y creo que en eso somos algunos cantantes, y me incluyo, porque me importa mucho la vida que me rodea para aprender.
LP - ¿A partir de qué circunstancia cantó descalza la primera vez?
M.M. - No me acuerdo cuándo fue la primera vez. ¿Querés que te diga una cosa? he cantado descalza porque se me dio la gana. No busqué nada especial. Lo que sí puedo decir es que cuando uno está sin zapato es distinto. Sí. Lo que te da cantar sin zapato -por lo menos a mí- es la sensación por momentos de que puedo volar. La energía es totalmente distinta. Además creo que el escenario es un ritual. Un ritual sagrado. Por eso mismo creo que por lo menos mi responsabilidad es muy grande como cantante, porque lo que la gente del espectáculo no cuentan, es lo que es la gente. Con los artistas o con los que pretendemos serlo, la gente tiene tal generosidad, una ternura, y esto es sagrado. Pienso siempre cómo habrá sido la gente con Libertad Lamarque, porque a mí que no soy tan popular me conmueven. Cuánta gente no habrá podido cantar por miles de razones. Entonces representás a tantos. Y debemos tener las actitudes de vida que corresponden. Por eso los artistas mezclados con política es muy turbio. No solamente con el dinero que es muy turbio sino que se mezclan con cosas que son como un ataque a lo que es la dignidad del arte o de la búsqueda del arte. Tengo guardado el recorte del diario donde Jean-Louis Barrault escribió que el artista no puede desde el escenario hacer política, no puede propiciar a ningún partido político, porque si defiende un partido político está agrediendo al público, porque hay un público que se siente no representado y se comete el error de ser injusto. Y un artista cuando es injusto ataca a la belleza. Cuando la política se transforma el religión el fascismo.
LP - ¿Qué momento actual la encuentra con su propuesta?
M.M. - Estuve casi ocho meses sin cantar. Para mí es una gran mortificación no cantar. Me hace muchísimo mal. No solamente por lo económico sino por mi cabeza, por mi equilibrio. Empecé a planear, empecé a pensar cosas, y lo que tengo muchas ganas es de cantar canciones que nunca antes pero que me gustan, como por ejemplo algo de Atahualpa Yupanqui, Facundo Cabral, Horacio Guarany. Violeta Parra siempre, y hasta te diría Chabuca Granda.
LP - ¿Cuál es su reflexión sobre lo recorrido?
M.M. - Quiero tratar de generar proyectos. Muchos proyectos. A veces me da mucho miedo mi país porque es difícil levantar la cabeza y seguir andando. Todos los proyectos que puedo planear tienen que ser cosas muy sencillas, muy factibles, que realmente se puedan hacer. Me gustaría mucho recorrer todo el país cantando, que no lo hice nunca, y no sé si puedo llegar a hacer. Recorrer mucho más que Buenos Aires que es una ciudad maravillosa pero terrible. Y el interior tiene una riqueza inexplorada lleno de gente valiosísima.
LP - ¿Para qué canta en definitiva?
M.M. - Para qué canto. Es una pregunta difícil para qué canto. Porque yo no puedo cambiar al mundo. Pertenezco a la generación de los sesenta que creímos que el canto y la música podrían cambiar al mundo. Y a pesar de todo sigo creyendo que el discurso del canto, el discurso de la música, pueden, de alguna manera pueden cambiar al mundo. Sí lo creo.
por Raúl Vigini
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