LP - ¿Qué olores y sabores de la infancia te vienen a la memoria ahora mismo?
J.E. - Soy la mayorcita, mi mamá amasa, vivimos en el valle, más allá de Animaná, vamos a la escuela a caballo, tiene el nombre del bisabuelo Arturo León Dávalos, llevamos el pan calentito, iremos en la única yegua, los cuatro hermanos, Luz María, Jaime Arturo, Costancita y yo que llevo las riendas, el olor del pan sale, tiene chicharrones, son ocho kilómetros, es tiempo lindo todo el camino, hay algarrobales, amarilleando y pimentón secándose al sol…
LP - ¿Y los juegos de aquellos días cuáles eran y con quiénes los compartías?
J.E. - Teníamos un gallito, mi papá lo entablilló, tenía la patita rota, también nos regalaron una ovejita caracul, guachita, le dábamos mamadera, una noche se murió de frío, lloramos muchooo -mi Tata compró una burra con hijito- después se enteró que eran plaga encima era empacona, así que ataba el burrito, y le poníamos un almohadón y arre a subirla así andaba hasta el hijo… jajaja, primero él, el Tata, que cuando la burra lo tiró, cayó sobre un cactus… y lo tuvimos quitándole, janas, espinas, toda la noche sin dormir, pagamos derecho de recién llegados al valle. Yo era la maestra y tenía a mis hermanos bajo mi disciplina a veces, jugábamos y ordeñaba Arturo, la yegua, santa, de buena se dejaba, y nos tomábamos esa leche azulada, que asco, ahora lo pienso, y de noche en la cama de mamá y papá, que nos leía El Quijote y se mataba de risa, conocimos la felicidad. También con escarabajos negros, toritos les dicen allí, hacíamos haciendas en la tierra y ellos eran el ganado, ni hablar de dibujos, tijeras y papel, eran una fiesta que elegíamos por sobre todo al bajar la luz del sol, el farol, un revoltijo de huevos con pan y ajo, y ver los bichos, en la luz, oír el campo, sus ruidos y oír hablar cosas lindas al Tata, poco postre, sopa, choclos, y a contar las estrellas…
LP - Seguramente algún paisaje cotidiano de aquel tiempo lo seguís llevando hasta hoy.
J.E. - El padre se vino a editar un libro a Buenos Aires, quedamos allá, solitos… mi mamá y él, su gran amor, se separaron, la casa que habían construido, quedo allí de testigo, tanto trabajo y sudor bajo el sol detrás el cerro azulado siempre en mi memoria, claro que Salta, en verano, el río, comer bajo los árboles, tipas, laurel, begonias, helechos junto a la acequia, el campo de girasoles, también con cerros azules detrás, se sobreimprimen, al anterior y las pinturas del tío Ramiro Dávalos, cerro, cerros, montañas, cielos, nubes y gentes, rostros bellos de viejitos, con su carguita, o con ramas, o la creciente, que da miedo, bajando enfurecida, llevándose todo a su paso y nosotros amparados en ranchito humilde, que nos ofrece abrigo hasta que pase. También diría que las calles de Salta donde pasé la primera niñez y porque aun están muy conservadas, las veredas, jugaba a la rayuela. Mientras iba por ellas vi un jazminero, en una casa de la esquina de la nuestra, que está ahí, tal cual, en una columna, abrazándola, impecable, desde hace sesenta y cinco años… me impresioné mucho.
LP - ¿Hubo mucho que replantearse cuando fue el momento de decidir pensar en formar una familia?
J.E. - (Risas) La familia llegaaaa, sin permiso pero esperé cinco años sin que llegara un hijito. Javier se hizo de rogar, me arruinó la tiroides haciendo tratamiento para embarazar y debo el matrimonio aun casi cincuenta años, por ese compromiso que es ser padre y madre.
LP - ¿Qué balance hacés del camino del arte que transitaste?
J.E. - Fui un pájaro, la voz era un arroyito fluyendo sin miedo hasta que un día, se rompió el milagro. Ser profesional fue eso, descubrir que había gente crítica de todo, exigentes de que si mi canto tal o cual, negocios de la música, grabadoras exigiéndote, venta y resultados de un disco en el público que había que vender, y ganar, y fechas esperándote y estrés, y maldad… Y ahí, no sabía, no me miraba desde fuera, como dándome idea de mi luz del don. He llorado tantooo como fui feliz, a veces más, por más televisión y fama, jamás deje de ser niña de casa, cantora y responsable de mi familia. Respeto y fidelidad a esos amores salteños.
LP - ¿Qué te gustaría ver realizado en un tiempo no lejano? ,
J.E. - Mi gran aprendizaje es hoy, el dejar fluir, y permitirle a Dios decidir cada día si vivo. No soy dueña de nada ni me importa. Si en algún tiempo, podía haber sido eso lo que nos ufanaba, le dije adiós a lo que era, y acepté que sin salud, no hay más proyectos que pintar, y hacer labores de archivo, atesoramiento de lo que dejaré, papeles, garabatos, cuadros que inundan mi casa, y ofrecer este ser crecido, ajeno a un mundo de publicidad y artificio, plenitud, ancianidad preciosa, y atesorar lo poco que sé es algo mi obra, los nietos, los hijos y sus esposas o su amor y recibir cariño, de la gente que me supo ver, y ya envejece como yo, con respeto dulce por la edad, para dar sabiduría, y aplacar la sed, de lo que destruye, que es la banalidad, estar pendiente de figurar, la grosería que se confunde con el arte.
LP - ¿Cómo llegaron a vos los villancicos?
J.E. - “Rubio chiquilín, boca de coral/ desnudo como un lirio quiso nacer/ los ojos del buey, llenos de bondad, igual que a una flor/ te contemplaran”. Cantábamos en coro el villancico del tío Arturo Dávalos. “Traigo para ti niño de Belén/ la música encendida del manantial,/ traigo el cascabel de la soledad,/ que se enamoró del amanecer”. Así como en los pesebres, todos sabíamos las coplas de Huachitorito, de Entre San Juan y San Pedro…y “La virgen va caminando caminito de Belén/ como el camino es tan largo al niño le ha dado sed”. Mi más bello y antiguo villancico, mi éxito de cuando empecé a hablar, antes de cantarlo. Ahicito… sííí, ahicito, refrescante, tierno, bello, humilde, está el gran reservorio de la tradición oral, la nuestra y la heredada de España, de Italia, Europa de la religiosidad, en donde indígenas y blancos, sincretismos y tradiciones familiares son frescor, fuente, arroyito, manantial, ah sí, acepto que soy amante, y total cultivadora de ellos. Don Juan Alfonso Carrizo, tótem, tinajón folklórico, como le puso Jaime a ese amador amigo del abuelo Juan Carlos, autor del trabajo imponente del Cancionero Popular, y en donde, él suma allí, mucho de ese tesoro, que cantamos en Salta, Tucumán, La Rioja y Catamarca, su tierra y figura. La tía María Eugenia como aporte de letras de niños a mí, a cambio de helado, logra escucharme cantar algunas: “Al niño recién nacido, todos le ofrecen un done/ yo soy pobre nada tengo,/ le ofrezco mi corazone”. Como este Jesús carpintero que escribí “Changuito churito, niñito Jesús, tienen tus ojitos, semillas de luz/ el mundo te admira, porque eres su Rey,/ y el cielo te mira con ojos de buey/ Jesús carpintero te he venido a ver/ detrás del lucero del amanecer./ Yo sueño despierto un mundo mejor,/ porque en mí no ha muerto, tu reino de amor”. Yo, mis queridos lectores de Rafaela y alrededores, soy hija de esa vertiente, como el agua de la peña, cantora por transparente y hasta la nascha salteña, copla que me hizo para que cante, mi Tata Jaime. Tengo escrita la historia del nacimiento, desde el presepio del santo de Asís, a la América del Sur, verseándola, porque esa es una astilla fundamental de la identidad. Nos reúne, nos amiga con todos los ingredientes de la sociedad que debemos hacer que se encuentre en esos panes de paz donde no hay quien no saque a florecer ternuras, tan minusválidas en esta sociedad compratutti ciega a lo sencillo, y que vaya saber Dios a dónde nos lleva si no cambia.
LP - Algo más que desees agregar.
J.E. - Raúl, con mucho cariño me he entregado a la memoria de regreso a ese tiempo de vida en Salta, donde nace el canto acunado por los artistas de mi casa en un principio, casero y de patios. Pude cantar en la Salle Cortot, de París, en Estados Unidos, Inglaterra, Madrid, Austria, Italia, donde recibí el Sagitario d’Oro de la Academia Santa Cecilia, honor enorme. Canté en la televisión de México, y ahí en varias ciudades de gira, gané un Cervantes en el Festival Cervantino, en Colombia, en su Teatro Colón, en Lima, Perú, en el Teatro Municipal que es su Colón, en el Sodre de Montevideo, Uruguay, y en Piriápolis, festival internacional, en la televisión de La Paz, Bolivia, en Asunción de Paraguay, en Santiago de Chile, en la televisión con Raúl Matas, en Brasil, Porto Alegre, y en la California de la canción. Dejé girones de vida en los teatros representando Argentina lo mejor y más alto, anduve el país de punta a punta, pueblo por pueblo. He besado sus gentes en nombre del folklore, nunca pensé que desde ir a la escuelita en los cerros llegaría a tantooo. Lo más difícil es aceptar la edad, la enfermedad, y el final de tanta entrega, y darse perdón amoroso. Al decir: hasta aquí, con sabiduría, porque pude venir de tanto viaje a besar mi tierra y mis hijitos. Gracias, dar gracias a ustedes, a la gente que me dio calor en su corazón. Después, hay mucho para hacer rescate de gente muy querida, pero al doctor Jorge Arias de Rafaela, jamás podemos olvidarlo, porque se arrimó con su recuerdo de ser alumno de mi Tatata, su hija me escribe de cuando en cuando y los músicos de tu ciudad, a Sergio, a Susana y Ana María, todos son dignos de detallar cada cosa que les interese, a los cumpas del diario, amigos y lectores, el abrazo siempre cálido.
por Raúl Vigini
raulvigini@yahoo.com.ar