Apenas se lo conoce por hacer cálices papales y bastones de mando presidenciales, pero es una pequeña parte de sus actividades. Aunque las reconoce como las más gratas e importantes de su vida, piensa en los valores humanos que hay que defender a diario. Se expresa con infinitas actitudes hacia sus semejantes. Y sigue tallando con la debida paciencia como esperando la forma definitiva de ese metal que será su nueva emoción. De su pasado y de su presente, mirando al futuro, nos cuenta en esta charla íntima con LA PALABRA
LP - ¿Dónde está ubicado su lugar en el mundo donde vive y trabaja?
J.P. - Estamos en calle Defensa y Humberto Primo frente a la Plaza Dorrego, en San Telmo, a pocas cuadras de la Plaza de Mayo. La calle Defensa es la que tanto se habla de las Invasiones inglesas que desde los balcones tiraban el aceite caliente. Es un lugar histórico, parte del casco histórico de la ciudad de Buenos Aires. Lindo porque todavía nos conocemos entre los vecinos. Yo me crié en Lomas de Zamora, un pueblo donde yo sabía quién era cada vecino.
LP - ¿Y este inmueble?
J.P. - Este inmueble tiene su historia también. Yo no creo en la casualidad. En el año sesenta y nueve vine invitado para trabajar en los festejos de la semana de Buenos Aires que empezaban en mil novecientos setenta. Y yo miraba desde la plaza, desde mi puesto donde trabajaba cincelando, este edificio, y me gustaba. Tanto que subí a hablar, acá había una cantina que se llamaba Sorrento y le dije al dueño que a mí me gustaría comprarle esto. Fui un inconsciente porque no tenía ni el veinte por ciento del dinero. Me dijo que no lo quería vender. Le di una tarjeta y le dije que cuando lo quisiera vender me llame. Pero yo no sabía por qué sentía tanta atracción. Me quedé con las ganas y siempre lo miraba. La feria empezó por una semana y hasta hoy funciona y ya tiene más de cuarenta años. Pasó un año y medio y el señor me busca y me pregunta si estoy interesado. Llegamos a un arreglo y lo compré. Me instalé y empecé a restaurarlo. Con mucho cariño, con mucho esfuerzo y con mucho tiempo lo restauramos todo. Hasta que me invita el presidente Pujol a conocer Barcelona, tierra de mi papá y de mis abuelos. Y cuando me llevan a la casa donde nació mi papá, donde trabajaba mi abuelo, me doy cuenta que la dirección que tengo aquí es la misma que mi abuelo tenía en Barcelona. Es la calle alta de San Pedro número nueve frente a la Plaza de las carretas. Y esto es la esquina alta de San Pedro, frente a la Plaza de las carretas. Entonces digo ¡qué causalidad cien años después!
LP - ¿Cómo logró el patrimonio del museo?
J.P. - Recorriendo el país, haciendo mi investigación como si fuera un detective, porque a mi papá le remataron todo lo que tenía para pagar la deuda que había quedado por el monumento a Eva Perón que era un sarcófago de plata con la capilla. No porque el gobierno no se lo haya pagado, sino que mi papá no hizo el juicio correspondiente. La charla que yo escuchaba de mi papá con mi mamá era “¿cómo vamos a hacer un juicio al país que nos abrió las puertas cuando en España teníamos hambre?”. El trabajo se hizo y hubo que fundirlo, se vendió el material para recuperar parte de los gastos. Y la hipoteca, como siempre, la usura hizo que perdamos todo. Y tuvimos que empezar de nuevo en el convento de Corrientes. En el museo hay material valioso a nivel histórico, cartas, libros, además de objetos. He comprado mucho material informativo acerca de todas las leyes que rigieron América, los impuestos que había, por qué la migración. Porque siempre el abuso de los impuestos lograba que se hicieran no rentables las artesanías. Y se iban a trabajar a otro lado.
LP - ¿Qué le gustaría que sucediera en el tiempo futuro?
J.P. - Que haya Paz por sobre todas las cosas, que haya Justicia, y si hay Paz, si hay Justicia y hay educación cada uno fácilmente va a encontrar su camino. No hay otro secreto.
LP - El trabajo de sus manos llegó a papas y a presidentes entre otras personalidades. ¿Qué otros trabajos importantes considera que hizo en su vida?
J.P. - Hoy puedo decir con total franqueza que los trabajos más, más importantes que hice son los que pude compartir con todo el pueblo argentino. Y en el caso de último cáliz del Papa Francisco muchísima gente de todo el mundo -porque viajé por distintos motivos a América, al Africa, a la India- y llevaba el cáliz y han trabajado gente de todos esos países. Lo que le da realmente grandiosidad a una obra, es cuando se comparte y la obra es colectiva. El mundo lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie. Y el arte lo tenemos que hacer entre todos. Las cosas tan personales que sirven para exacerbar la soberbia y la vanidad no me están convenciendo tanto.
LP - Uno a veces asocia la orfebrería con un nivel social superior o con el arte sacro. Pero sabemos que estos materiales nobles según sean las etnias también es patrimonio cultural de los pueblos originarios. ¿Qué valor le da al trabajo de este material?
J.P. - Cuando hablo de los pueblos, hablo de todos los pueblos. Cuando al metal, a la madera, se le agrega la liturgia, o sea el uso, la dedicación religiosa, es cuando la obra es suprema. Lo bonito de lo religioso -no exclusivamente católico- es la dedicación absoluta, cómo el hombre se simplifica y se llega a un poder de síntesis que con dos trazos -como Picasso hizo con la paloma- uno lo ve en la platería pampa, en la mapuche que están simple pero tan decidora. No hace falta ser un académico para ser un artista. Yo prefiero decir artesano. Y por otro lado siempre estoy luchando -hace poco recibí un premio de la Unesco- porque insisto que si hay muchos artesanos, es más fácil que no haya hambre, que no haya desocupación. Con respecto al trabajo específico que hacemos los plateros, se lo relaciona con el poder o con el lujo. No es así, eso es una parte, pero no es la parte más linda, la parte importante de esto es la exclusividad, es que cada persona, por más simple que sea el trabajo, aunque sea una arandelita para ponerse en el dedo, pero lo hacemos a medida en el ancho y del color que quiera cada uno. No hace falta pagar una fortuna para eso. Porque el lenguaje es otro.
LP - Tiene un proyecto en marcha que tiene que ver con la Paz. ¿De qué se trata?
J.P. - Hace muchos años, nací cuando empezaba la Segunda Guerra Mundial y había terminado la Guerra Civil Española. Me crié en una casa donde sentía los lamentos de mis padres, de mis tíos, la familia iba muriendo en la Guerra Civil Española. Después la gente que moría en la Segunda Guerra Mundial, después en la guerra de Corea, siempre la guerra me puso los pelos de punta. Entonces creo que es momento de que empezamos a trabajar todos por la Paz, a luchar con la misma intensidad con que lo hacen los ejércitos pero por la Paz. Con la palabra, con el arre, con la artesanía, con todo lo que se pueda hacer para convencer a la gente que no hay que pelear. Que hay que hablar, que hay que compartir, que hay que discutir pero nunca llegar a la violencia. Los que se fueron, que murieron en Malvinas, los que murieron en cualquier guerra no vuelven más. Cuando hice el bastón de mando presidencial de mil novecientos ochenta y tres -y de ahí hasta hoy hice todos los bastones de mando- puse el mapa de las Islas Malvinas, con la síntesis de unos carditos. Y ahora el proyecto que tengo es hacer con material bélico, que lo fundimos en el taller con la gente que viene y me acompaña. De repente me encuentro cada sábado con cuarenta o cincuenta personas desconocidas que vienen de Malvinas, de Inglaterra, que vienen de todo el país y que me quieren acompañar en esto. Solamente por la Paz, y la Paz qué es, es la vida. Es preservar la vida. Hacemos un material dúctil para poder tallar dos rosas muy grandes y los argentinos llevarle una rosa a los ingleses caídos en la guerra, y los ingleses una rosa a las víctimas de nuestro ejército. Así de alguna manera reparar el daño de esa muerte. Pero en este encuentro queremos sumar a todas las personas que tengan que ver con cualquier masacre, guerra, holocausto, todo lo que pone a la humanidad triste. Hay que pelear solo por la vida y únicamente por la vida. Lo hacemos con capsulitas de balas servidas, me dieron una bala de cañón vacía, todo ese material lo fundimos y hacemos pequeños lingotitos que usamos después para forjar, para tallar, las dos rosas. Quienes quieren comunicarse pueden hacerlo a mi facebook que es juancarlospallarolsautor y nos pondremos en contacto con los interesados.
por Raúl Vigini
raulvigini@yahoo.com.ar